Mis lecturas destacadas de 2022
1/16/2023Termina un nuevo año y comienza otro, lo que quiere decir que se viene una nueva entrada de mis lecturas destacadas en este querido blog mío, que, como comenté en la entrada previa, ¡ya ha cumplido una década!
Ahora toca compartir algunas de mis lecturas más interesantes de 2022. En esta oportunidad, debido principalmente a mi trabajo, a muchos proyectos personales (ya les contaré de ellos por esta y otras vías) y a la hostilidad del lugar actual en el que vivo para el trabajo creativo e intelectual, no leí tanto como en años anteriores. Sin embargo, para compensar esto, me dispuse a retomar la sección de menciones honrosas, obras que me gustaron mucho pero que no me resultaron quizá tan llamativas como las destacadas.
Como sea, espero que el lector curioso encuentre al menos una obra que llame su atención.
Narrativa de Fantasía
Cuentos de un soñador y otras fantasías (1910), de Lord Dunsany
Lord Dunsany me propuse seguir leyéndolo luego de la fascinación que produjo en mí su novela La hija del rey del país de los elfos. Elegí esta compilación de Valdemar como siguiente lectura de su autoría, aprovechando la gran cantidad de cuentos antologados y la bella edición.
El Dunsany de estos cuentos es uno mucho más onírico, ominoso (¿numinoso?) y melancólico, si cabe. Más que historias individuales por destacar, me quedo con la sensación de un imaginario conjunto que logra evocar como pocos escritores una impresión de mundos, ciudades e historias arcaicos, cuando el mito era carne en lugar de mármol, irremediablemente perdidas en el tiempo. En ese sentido, es fascinante constatar cómo en apenas unas pocas páginas el autor logra conjurar esa impronta de mundo secundario, dejándote un regusto de particular nostalgia en la lengua lectora. Cada nombre extraño, así sea de su panteón de dioses o de las innumerables urbes que aparecen en sus cuentos, invoca estímulos de antigüedad sostenidos antes en la difuminación propia de la duermevela que en la nitidez de la vigilia.
Para quienes no conozcan nada del estilo del autor, un referente más cercano y popular, aunque también un heredero algo deslustrado a mi juicio, es la obra de H.P. Lovecraft, principalmente en sus trabajos más oníricos, sobre todo los del ciclo de Randolph Carter. Con todo, y a pesar de que tal vez la genealogía sea tan difusa como sus propias narraciones, este libro me parece una excelente propuesta para conocer algunas de las raíces de la Fantasía moderna y contemporánea.
Como leí por ahí en una reseña, ya no se escriben (o no se publican, más bien…) historias como estas, lo que contribuye a esa cualidad de distancia, fascinación y extrañamiento que le podemos atribuir a esta obra. Al menos ediciones como estas nos permiten seguir leyendo sus maravillas y, ¿por qué no?, animarnos a mantener vivo su espíritu estilístico.
El collar de la princesa Fiorimonde y otros cuentos (1880), de Mary de Morgan
Esta es una edición del codiciado catálogo de Olañeta. Llegó por sorpresa como saldo a la famosa Librería Chilena de Santiago, y puesto que ya no vivo en esa horrible ciudad, pude conseguir un ejemplar gracias a la amable gestión de Bernardita O. Labourdette.
A Mary de Morgan tenía muchas ganas de leerle más historias luego de mi deslumbre ante su bello y triste relato “Los vagabundeos de Arasmón”, incluido en la edición Cuentos de hadas victorianos de Siruela. Con este libro de Olañeta, descubrí por fin a una autora que satisfizo y aun rebasó todas mis expectativas como escritora de cuentos de hadas literarios. Cada narración me pareció perfecta en su promesa, desde su bella y precisa prosa a la fluida y redonda estructura, pasando por su profunda comprensión de motivos tradicionales de los cuentos de hadas orales y su correspondiente apropiación autorial.
Este libro lo leí junto con otra joya de Olañeta, esta vez referida a una compilación de cuentos de hadas de Madame D’Alnuoy. La obra de De Morgan me pareció superior y mucho más afín a mis intereses, pues los cuentos de D’Alnouy estribaban muchas veces en torno al amor y las parejas, tema que en general me tiende a aburrir por prosaico, mientras que la autora inglesa era más variada en sus inquietudes temáticas, y hasta cierto punto más subversiva en su tratamiento. En ese sentido, me siento mucho más cercana a las propuestas estéticas de la tradición del cuento de hadas victoriano que a la francesa.
También sería posible trazar una genealogía entre De Morgan y cultoras contemporáneas del cuento de hadas literario, como Angela Carter, aunque personalmente sigo prefiriendo a la autora victoriana porque la siento más cercana a la hechura de la Fantasía, de la misma forma en que George MacDonald me lo parece frente a la obra más popular de Lewis Carroll.
Como sea, si te interesan los cuentos de hadas literarios poco conocidos, con una pátina de belleza melancólica y con finales no siempre felices, pero eucatastróficos a su manera, esta obra de Mary de Morgan es un valiosísimo exponente.
Piranesi (2021), de Susanna Clarke
Tenía muchísimas expectativas (y también miedos) ante la siguiente publicación de la grandísima Susanna Clarke, la extraña novela Piranesi, que a algunos fascinó y otros detestaron. Por fortuna, me encuentro dentro del primer tipo de lectores, aunque quizá por razones algo diferentes a muchos de ellos.
Piranesi es una novela de Fantasía de portal, pero de un tratamiento muy anómalo en la ficción de Fantasía más comercial, más cercano acaso a las obras oníricas que suelen asociarse a la “ficción literaria” (aquí entendida como ficción validada por la crítica). Es difícil comentar más de la obra sin destripar algunos de sus elementos más interesantes. Sí quisiera destacar al protagonista, llamado Piranesi, quien es la voz narradora que consiga sus vivencias y pensamientos en un diario. Es a través de su peculiar manera de vivir y concebir la Casa, el espacio que habita, que vamos adentrándonos como lectores en su misterio.
Quien venga esta novela esperando un “worldbuilding” se quedará frustrado, y me encanta. No va de eso la construcción del espacio de la Casa. Antes bien, la lógica interna de este mundo secundario recae en Piranesi, y la cuidadosa narración de Clarke nos permite pasar del desconcierto inicial a la comprensión progresiva no solo de la concepción mental del protagonista, sino también del misterio que subyace a su presencia allí y a su particular forma de ser.
He ahí uno de mis aspectos favoritos de la novela: el adorable Piranesi. Cuando lo leí, lo sentí como si él fuese una persona autista, debido a su forma de relacionarse con el mundo y consigo mismo, y me encantó eso. Hubo algunas conductas o ideas del personaje que me recordaron a conductas e ideas propios, pero naturalmente no especificaré cuáles son. Como sea, creo que Piranesi refuerza parte de mi teoría personal como Fantasista entre el sujeto neurodivergente, y en particular autista, y las narrativas imaginativas.
Otro aspecto interesante de la novela es el planteamiento de aquel misterio que encierra la Casa y la curiosa naturaleza de Piranesi, lo que brinda a un argumento de intriga. De pronto, advertimos la presencia de otros personajes humanos... Y una amenaza aparece en las tranquilas salas de la Casa.
La propuesta de esta novela, así, se vuelve una original e interesante apuesta para retrabajar la Fantasía de portal, y un diálogo (muy) implícito con El sobrino del mago, de C.S. Lewis. Me ha parecido mucho más profunda e intrigante en este abordaje que lo que he leído, por ejemplo, de la Saga de los Niños Descarriados de Seannan McGuire, sobre los efectos de conocer y abandonar determinados mundos secundarios. De modo que, si al lector le interesan este tipo de historias, no puede perderse este nuevo triunfo estético de Susanna Clarke.
Monstruos ordinarios (2022), de J.M. Miro
(Libro I de la serie Los Talentos)
Esta novela la compré a ciegas porque me interesó su premisa, que narra sobre la existencia, hacia la época victoriana, de personas que nacen con diferentes anomalías (llamadas Talentos) y la forma en la que se las arreglan para (sobre)vivir en un mundo que rechaza sus diferencias, en medio de extrañas intrigas tejidas en torno a una organización en particular que supuestamente educa a niños talentosos.
Desde luego, la premisa en sí misma no tiene nada de original, pero me agradan este tipo de historias y me gusta la manera en la que novelas que la comparten pueden llegar a ser muy diferentes finalmente por la forma particular en la que la abordan. En este caso, me topé con el inicio de una saga en la que destaca un estilo muy llano y ágil, con muchos sucesos que ocurren constantemente, con un intrigante planteamiento de los poderes ("sistema de magia", como le llaman los devorados por el mercado) y con un interesante desarrollo de algunos de sus niños protagonistas (y de su antagonista, que también fue uno de ellos, mucho antes).
Uno de los aspectos que más me gustó de la obra fue, justamente, los pensamientos y emociones que se nos compartían de estos chicos, mientras trataban de entender sus poderes y el hecho terrible de que la sociedad siempre los despreciaría o temería por ellos. Esto se complementaba con el tratamiento de los personajes adultos, que en muchos casos tampoco estaban mucho mejor preparados para afrontar las intrigas en las que se veían envueltos. Aquí destaca sobre todo el rol de la detective Alice Quickie, que trataba a los niños con mucho cariño y respeto, pese a las circunstancias.
Como decía, esta es una novela con mucha acción, en la que siempre está pasando algo que moviliza el argumento. Normalmente, este tipo de historias no me atraen tanto, pero esta en particular me agradó porque creaba un buen balance, a mi juicio, con la cualidad introspectiva de sus personajes.
En sí misma, es una novela que en realidad no parece tener la intención de dejar un poso en el lector, pero es una lectura entretenida y atrapante. Ojalá que en las siguientes entregas de la saga se profundice aún más en el vínculo de los niños protagonistas, cuya insinuación me agradó mucho en este primer libro, pero que a la vez me dejó con ganas de más.
Otras narrativas
El cuarto jinete (2021), de Verónica Murguía
Verónica Murguía se ha convertido en una de mis autoras contemporáneas favoritas, principalmente gracias a su triada de obras de Fantasía, compuesta por las novelas El fuego verde, Auliya y Loba, pero también gracias a la bellísima antología mítico-medieval El ángel de Nicolás.
Esta nueva novela se inscribe en este imaginario también, pues se centra en la peste bubónica (o peste negra) que azotó Europa en el siglo XIV. Si bien la autora llevaba muchos años trabajando esta historia, su versión definitiva se publicó mientras aún sufríamos la pandemia del COVID-19, lo que nos recuerda la paradójica fragilidad de nuestra existencia a lo largo de los siglos.
Escrita como una novela coral que recoge las voces de diferentes individuos afectados de maneras más o menos cercanas por la peste, en principio no es posible reconocer un argumento nítido sino hasta que lentamente las voces del y de su aprendiz Guy comienzan a predominar. Pese a ello, podría decir que todas los personajes que comparten sus voces en la obra son hermosos en su diversidad y visión de los acontecimientos, desde los más ilustrados hasta los más prosaicos.
En la construcción de estas voces reluce como siempre la erudición histórica de Murguía, ajustando a formas más literarias y contemporáneas pensamientos, conocimientos y diversos elementos propios del imaginario europeo-asiático tardomedieval. Cada capítulo es en sí mismo una joya estilística, como si la autora hubiera pulido y repulido cada palabra antes de estamparla. Destaca también el fascinante énfasis corporal y sensorial en general por el que se inclinan las descripciones, que retratan con lujo de detalles la grotesca decadencia del cuerpo enfermo. Es extraño pensar que algo tan crudo como esto pueda ser hermoso en la prosa, pero así resulta, acaso porque nos reconecta con nuestra fragilidad humana y emociones tan atávicas como el miedo, la tristeza o la compasión ante el sufrimiento de nuestro prójimo.
En suma, una preciosidad de obra, naturalmente dura, pero llena de una suave ternura.
Menciones honrosas
Caballos desbocados (1969), de Yukio Mishima
Una de las obras más insignes del gran Yukio Mishima. La leí por primera vez a los 18 años y me enamoré de ella, como cabría de esperar. Muchos de mis valores juveniles, aunque parezca extraño, vienen de aquí, si bien naturalmente torcidos y aplicados más a mi quehacer artístico.
Esta novela es la segunda parte de la tetralogía El mar de la fertilidad, que cuenta la historia de dos personajes, en principio los amigos juveniles Kiyoaki y Honda, a lo largo de varias décadas. Al final de la primera novela, Kiyoaki muere, pero a partir de entonces Honda lo va reencontrando en sucesivas encarnaciones mientras él madura y envejece. En Caballos desbocados, Honda es un treintón-cuarentón que se reencuentra con la primera reencarnación de Kiyoaki, el recio joven Isao Iinuma.
Hace un montón de tiempo que no releía esta obra, y me resultó sumamente interesante, por tanto, poder ahora identificarme más con un Honda adulto antes que con el adolescente Isao. Pude empatizar ahora con la preocupación y obsesión de Honda con su joven protegido, así como con su visión más templada de la vida. En particular disfruté de algunas visiones sobre el abandono de la juventud y los cambios que ello implica en la adultez, algo que naturalmente no sentí cuando leí esta obra siendo yo misma una adolescente. A su vez, pude reencontrarme con cierta distancia con la figura de Isao, y experimenté de manera diferente (no condescendiente, sino más racional) su furia y frustración ante la impureza de la sociedad.
Como sea, aunque la experiencia íntima fuese algo diferente a las lecturas anteriores, ya tan lejanas, seguí disfrutando enormemente mi reencuentro con esta maravillosa novela. Y me hizo repensar, una vez más, en mi propio yo adolescente, visto desde mis ojos adultos, y la necesidad (imposible, quizá) de equilibrar ambos polos de la existencia.
El gran imaginador, o la fabulosa historia del viajero de los cien nombres (2016), Juan Jacinto Muñoz Rengel
Hace unos años, leí por primera vez esta novela en formato digital. Luego, me animé a comprarla en físico para releerla con más calma. La disfruté mucho más en este reencuentro, y pude apreciarla mejor en su naturaleza de novela de aventuras erudita.
¿A qué me refiero con tan singular categoría? Pues El gran imaginador, a modo de Bildungsroman accidentada, narra la difícil vida del griego Nikolaos Popoulos desde su infancia a su senectud. Popoulos ha nacido con un talento descomunal para fabular y aprehender historias, pero por alguna razón sufre la condena de nunca poder estarse lo bastante tranquilo como para poder sentarse a escribir sus obras, o bien, las escasas páginas que logra garrapatear nunca logran sobrevivir demasiado. Como el mismo personaje comenta, la vida lo termina orillando a ser un hombre de acción y aventuras, cuando él solo quería ser un escritor.
Esta interesante premisa le permite al autor narrar esta historia como un caleidoscopio de géneros literarios, sobre todo imaginativos, en los que entroncan llamativamente y coherentemente la ciencia ficción, el terror, lo fantástico y la propia aventura (obviamente, faltó la Fantasía, salvo por cierto detalle que no podría revelar por su importancia). Es un verdadero homenaje a estas tradiciones narrativas, ciertamente, y además una curiosa expresión cervantina implícita y explícitamente. No solo nuestro curioso héroe y su fiel compinche nos remiten a Don Quijote y Sancho Panza, sino que también se narra el encuentro de Popoulos y un joven Miguel de Cervantes que, a la postre, terminaría siendo amigo y discípulo del griego y a la vez inspirándose en sus correrías para su obra maestra.
En suma, una obra muy entretenida y bella, sumamente recomendable.
Narrativa contemporánea
Me llamo Rojo (1998), de Orhan Pamuk
Hace años que sabía de la existencia de esta novela, pero nunca me había llamado la atención. Luego, gracias a una reseña en Goodreads, se despertó mi curiosidad, y la compré con descuento en cuanto se me presentó la oportunidad.
Es una obra tremendamente ambiciosa. Ambientada en el Imperio Otomano del siglo XVI, narra la intriga que se desencadena cuando uno de los artistas a cargo de un polémico y secreto encargo pictórico del Sultán es asesinado, presumiblemente, por uno de sus compañeros. A lo largo de la novela, y a través de capítulos que van dándole voz a diversos personajes involucrados, desde el asesino hasta el maestro, pasando por algunas figuras de las pinturas, iremos desentrañando lo que se esconde detrás de esta intriga.
En primera instancia, esta premisa parece la de una novela policial: sabemos que ha habido un asesinato y pensamos que no es tan difícil identificar al responsable, aunque pronto advertimos que esto no es realmente importante. Y es que esta es solo una de las dimensiones de la obra. Otra, a mi juicio mucho más importante e interesante, es la de la discusión filosófico-estética respecto a la pintura como arte, en relación con las concepciones éticas que de ella se desprenden. Por un lado, está el “pervertido” arte occidental, que privilegia las proporciones y la posteridad; por otro, el arte tradicional turco, apegado a lineamientos pictóricos mucho más espirituales. El asesinato anterior comienza a esclarecerse en la medida en que comprendemos que se trata, también, de una agresión directa a modos artísticos prohibidos por la tradición turca.
Algunos de los mejores pasajes de la obra vienen de estas disquisiciones artísticas. Me fascinaron en particular las numerosas fábulas salpicadas entre los capítulos, así como el retrato de diversos pintores o la obsesión por la ceguera de tanto pintar como una marca de maestría y destino absoluto.
A su vez, la novela también incluye tintes folletinescos o rosas al narrar el curioso romance entre el personaje de Negro y Şeküre, lo que me pareció lo más débil y aburrido de la novela. Ni siquiera las vueltas y revueltas que proveen las narrativas románticas no occidentales consiguieron interesarme mucho, principalmente porque ambos enamorados se me hicieron insufribles.
Aun así, es positivo que exista esta otra dimensión, pues este ensamblaje de tradiciones literarias contribuyen a reforzar el estatuto posmoderno de la obra, con una intersección de géneros y de voces varias. Con todo, se trata de una historia muy pesada de leer, así que diría que no es recomendable para lectores poco esforzados.
Fantasía chilena
El fin de las flores (2019), de M.L. Sandoval
No suelo leer ni comentar novelas chilenas de Fantasía por malas experiencias de años anteriores. Sin embargo, últimamente me he ido acercando poco a poco a obras que me han resultado interesantes, y siempre he podido encontrar algo valioso de la experiencia.
Este es el caso de esta novela, que se atrevió a narrar dentro de las formas de la Fantasía un tema tan escabroso como el abuso sexual infantil. Desde luego, esta elección temática desplazó algunos de los comentarios sobre la obra a una valoración sesgada, centrada en lo “realista” y “madura” que era por abandonar los tópicos habituales de la Fantasía épica. La verdad es que esta es una mirada que desprecio profundamente, así que me interesó descubrir más bien, en mi propia lectura, algún elemento en el que este difícil enfoque se viera más bien potenciado por la estética de la Fantasía.
En sí, como obra de Fantasía, creo que El fin de las flores tiende a chirriar bastante. Lo fundamental para mí, con todo, ha sido la aproximación a los abusadores y a las víctimas sexuales. Este es un asunto muy, muy doloroso, y sentí que la narración siempre estuvo muy consciente de ello. Aunque, a mí como lectora lego en estos horrores, me pareció una aproximación respetuosa, quise buscar una segunda opinión de parte de un amigo escritor y sicólogo, quien me explicó algunos problemas que él detectó en el tratamiento de la narración. Pueden leer sus impresiones aquí.
Lo que sí quisiera destacar personalmente es la forma en la que este abuso sexual y sus devastadoras huellas entroncan con la Fantasía, aspecto que me pareció por lejos lo mejor de la novela y la razón última por la que la incluyo en este listado. Para no revelar demasiado del argumento, diré por ahora que me gustó la manera en la que uno de los personajes abusados encontró consuelo y refugio en un mito originario de su mundo para replantear su vida y su identidad, todo de una manera apartada de grandiosidades y más centrada en los detalles e intimidades de este personaje.
Esto es lo que debe hacerse ante un hecho devastador como ese desde la Fantasía, a mi juicio. Que la Fantasía repare a su modo lo que la realidad (¿y el realismo?) jamás podrá reparar.
En suma, una novela amarga y triste, con este pequeño destello de esperanza que se narra ante todo en el capítulo que da título al libro. Una esperanza que también puedo extender a la producción nacional de Fantasía, contemporánea y futura: más que el abordaje en sí mismo de temas considerados “realistas” y “maduros”, valoro que sea la esencia de la Fantasía la que los temple.
Pese a las falencias que consideré en la obra, le seguiré la pista a futuras publicaciones del autor.
Haven: La agonía de la luz (2022), de Jorge Silva Rodighiero
Otra novela de Fantasía chilena que he querido destacar, en esta ocasión por su correcta plasmación de algunos valores tradicionales en el género, en el mejor sentido posible de la expresión. Ante las colosales dimensiones de otras obras contemporáneas, esta historia elige centrarse en una cantidad pequeña de elementos: en lugar de un gigantesco mundo, una isla; en lugar de un enorme grupo de personajes, tres protagonistas. Pero este mismo foco es lo que permite explorar en detalle estos elementos, que derivan en una historia compacta pese a su extensión, de gran agilidad narrativa y diversos puntos de interés.
Entre ellos, destacan los principios del sacrificio y de la búsqueda del bien, que en la novela se presentan con diversos matices en sus protagonistas, tanto positivos como negativos. En particular remarco el desarrollo de personaje de Aelia, cuya magia posee un correlato tanto físico como sicológico y que demuestra un buen conocimiento del autor de la tradición de magos en la fantasía. Salvando las distancias, me recordó a un Ged mayor de Ursula K. Le Guin y al joven Cuervo de Verónica Murguía.
Aelia, de hecho, fue mi personaje favorito de la obra, abnegada, dura y sin embargo no exenta de ternura hacia su joven compañero Evan. La narrativa de Evan mismo me pareció algo menos interesante, quizá porque está muy apegada al modelo del personaje heroico y bienintencionado. Julian, por otra parte, fue un interesante giro a este modelo, porque podríamos decir que también estos eran sus principios, pero su posición real lo lleva a tomar terribles decisiones por su deseo de resguardar a su gente. Esa decadencia moral del personaje, a su pesar, está muy bien narrada.
Confieso que me hubiera gustado haber leído a estos tres en una aventura diferente, menos dolorosa, y supongo que eso es suficiente para demostrar el cariño y entrega con el que su autor ha creado a sus personajes.
Aunque la obra no está exenta de episodios crueles, creo que podría ser una lectura de interés para un público infantojuvenil que tenga curiosidad por profundizar en una Fantasía más tradicional (y no por ello menos válida), oferta que hoy en día no parece abundar en las estanterías de género y que al menos yo había echado en falta.
¡Y con esto acaba mi nueva selección anual de lecturas destacadas! Se me quedó una buena pila de libros pendientes adquiridos (o rescatados) del pasado 2022, incluyendo bombazos clásicos, así que espero que algunos de ellos puedan aparecer en la nueva entrega de esta sección.
Hasta entonces, (nos) seguimos leyendo.
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