Biografía

Presentación

Me llamo Paula y me considero, ante todo, una Fantasista: una persona consagrada a la literatura de fantasía. Entrega que, en mi caso, se expresa en la creación de historias, redacción de ensayos y críticas, investigación y difusión de obras ajenas que me resulten interesantes, todo ello vinculado con la fantasía literaria y, en ocasiones, con la fantasía en otros medios narrativos, como videojuegos.

Puedes acceder a la totalidad de mi trabajo en Arboloria, mi página web. Haz clic en la imagen del árbol de abajo:

Ministerio

La ficción de fantasía me enseñó la esperanza, la maravilla y el consuelo, de una forma tan intensa como hermosa, y sobre todo en periodos muy oscuros de mi vida, cuando nada ni nadie más pudo o quiso venir en mi ayuda. 

Por esta razón, decidí consagrar mis propias historias de fantasía a todos aquellos que han sido o están siendo como fui yo: personas solitarias, tristes y maltratadas por varias o todas las esferas sociales que deberían protegerlas. No quisiera que nadie tuviera que sentirse como me sentí yo, por lo que desearía que mis propias historias, aunque imperfectas, pudieran calar hondo en corazones de seres así de sufrientes, del mismo modo en que las historias de J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Michael Ende, H.C. Andersen, Ursula K. Le Guin, Ana María Matute, Verónica Murguía y tantos otros Fantasistas han calado en mí.

Es posible que falle, pero haré todo lo posible durante lo que disponga de vida para tallar mis palabras según este anhelo.


Semblanza biográfica

Mi relación con la fantasía parte desde mi infancia, cuando mi temprano aprendizaje de la lectura, a los cuatro años, me permitió conocer diversos cuentos de hadas. Mis dos obras tutelares de ese periodo fueron sendas ediciones de cuentos de Hans Christian Andersen y de los hermanos Grimm. 

Entre mi niñez y mi adolescencia, fortalecí mi relación con la fantasía principalmente a partir de los videojuegos, sobre todo los del género RPG. Títulos como Super Mario RPG, Earthbound, Terranigma o la serie Final Fantasy me entregaron muchas horas de diversión y resguardo. Siempre fui una niña solitaria, rara y socialmente incómoda, y siempre me sentí mejor con mis historias y mis juegos antes que con otros seres humanos, que además de incognoscibles me parecían hostiles.

No fue sino hasta hasta inicios de los 2000 que reencontré el sendero de la fantasía literaria, gracias a la popularización de los libros de El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien Harry Potter de J.K. Rowling, acompañada por los estrenos de sus respectivas películas. Fue hacia esos años en los que descubrí, en la asignatura de Lenguaje, que los conceptos de "literatura fantástica" o "realismo mágico" no tenían nada que ver con las historias que me interesaban. Fue la primera vez en la que sentí que la literatura que yo amaba no tenía lugar ni nombre precisos, pero que existía, por lo que sería mi responsabilidad ir más allá de las imposiciones académicas para ir en su búsqueda.

Tras titularme de Pedagogía y Literatura en la universidad, conocí por Internet a algunas personas que tenían un interés afín al mío por la fantasía. Descubrí también que en Chile solo había espacio para la ciencia ficción y, en menor medida, para el terror y lo fantástico, un tipo de ficción sobrenatural que no se relacionaba para nada con la creación de mundos secundarios, la magia o el encantamiento que yo reconocía de autores como J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis, por ejemplo. Con estos compañeros creamos Fantasía Austral, un colectivo literario dedicado exclusivamente a la difusión, crítica y celebración de la fantasía. Esto fue motivo de gran entusiasmo para mí, pues nunca me interesaron mayormente ni la ciencia ficción, ni lo fantástico, ni el terror, y nunca he entendido por qué a la gente le gustan tanto ni por qué insisten en desplazar a la fantasía por ellos.

Fantasía Austral supuso una importante etapa formativa para mí, pues me devolvió a la fantasía tras los estériles años del pregrado. Igualmente, me estimuló el pensamiento y me brindó, por primera vez, un grupo de amigos a los que sentí como iguales. Por desgracia, también me supuso enemistades con gente reacia a la crítica o a la propia fantasía como literatura imaginativa tanto o más válida que la ciencia ficción y otras similares. En ese sentido, me temo que la primera adultez no mejoró mis habilidades sociales, y acaso las empeoró al hacerme ver cuánto pesaban las hipocresías y las normas protocolares entre escritores.

En fin: luego de un periodo muy turbulento, tanto en la dinámica de colectivo como en lo personal, me aparté del proyecto, y luego el proyecto murió. 

Hacia esas fechas, publiqué mi primera novela, La niña que salió en busca del mar (2013), una historia (seudo) infantil de fantasía.

Tras unos años de mudanzas, trabajos varios y un sinfín de pellejerías personales igualmente diversas, cursé un posgrado en Literatura, del que egresé con una tesis que ahondaba en la fantasía, esta vez desde una óptica latinoamericana. Mi relación la academia se volvió entonces inestable: me gusta participar en proyectos de investigación y divulgación, pero me cuesta mucho dedicarme a ellos porque debo trabajarlos de manera independiente, sin apoyo ni financiamiento de ningún tipo, y la fantasía es tan despreciada o ignorada en los ámbitos académicos como en los de los fándoms de ficción imaginativa. 

Poco antes de graduarme, autopubliqué El musgo en las ruinas (2018), una antología digital gratuita que recoge tres cuentos extensos de fantasía que escribí durante mi participación en Fantasía Austral.

En medio de un periodo de muchos cambios personales, así como de una reconsideración de mis valores como escritora y el sentido que le asignaba al arte, obtuve un diagnóstico tardío de autismo, lo que naturalmente explica muchísimas de mis dificultades interpersonales y mi extrañeza general. Esto me llenó de alivio y me dio nuevos bríos para volver a repensar mi relación con la fantasía.

Actualmente, sigo trabajando en y por la fantasía, de manera silenciosa y dedicada.