Una década de Tierra de Fay
1/07/2023
Ilustración del videojuego Journey. |
En un día como hoy, hace ya diez años, publiqué el que creo que fue el primer contenido de este blog: la pestaña “Sobre el sitio”.
Como allí explico, originalmente, Tierra de Fay surgió como un blog personal dedicado exclusivamente a la literatura de Fantasía, tanto propia como ajena. No era mi primer blog, pues ese sitial se lo lleva Winterlöria, que creé en 2008 y que desde siempre fue excesivamente ecléctico, fiel a mi confusión general de mi veintena. Para los curiosos, ese blog permanece cerrado desde hace también diez años. Lo terminé el día de mi cumpleaños con una entrada titulada "Despedida", que comprendía un fragmento del prólogo de Ray Bradbury a El hombre ilustrado. Porque "bailamos" (escribimos) para no estar muertos.
Tierra de Fay marcó un precedente importante en mi vida porque nació como consecuencia de mi regreso a la Fantasía luego del exilio imaginativo que sufrí durante casi todo el periodo y del que pude salir gracias a la conformación del colectivo Fantasía Austral. Aunque algo así como un año o dos del nacimiento de este blog terminé mi vinculación con lo que quedaba del grupo, me gusta pensarlo como un punto de quiebre que asentó mi reencuentro con la Fantasía y que contribuyó a disipar la bruma en la que me había sumido mi paso formativo por Pedagogía y Literatura, desde lo más estrictamente literario a lo más íntimamente personal.
Para mí, la creación y mantención de un blog siempre surgieron unidas a la identidad del escritor. Lo que antes eran diarios personales o misivas, en estos siglos asumió la forma virtual, más o menos pública o privada según las preferencias del usuario. La cosa era, por supuesto, escribir, ensayar, pensar en palabras hiladas, así fuese nuestro propio arte como el de los autores que lo hubieran inspirado. Yo, que nunca he sido ni seré sociable, concebí enseguida el blog como un espacio de encuentro con otras mentes afines a la mía, a partir de lo único que creía esencial en un escritor: sus palabras. Buena parte de mis relaciones con otros escritores a partir de entonces surgió por esas afinidades, por valorar primero esas historias, esos pensamientos estéticos y esas palabras antes que cualquier traza socialoide.
Sin embargo, a no mucho de empezar con este viaje, comencé a notar que el blog se había vuelto una especie de aditamento vacío para los escritores. El blog ya no era un espacio personal y a la vez público de escritura, ensayo y pensamiento, sino una mera imposición de mercado: el escritor tenía que tener un blog, publicar periódicamente y atenerse a ciertas pautas estructurales y de diseño para lograr retener la atención cada vez más voluble del lector virtual. El contenido de estos blogs era principalmente de dos grandes tipos: las reseñas y los consejos de escritura, los dos bastardizados en cualquier atisbo de profundidad que podríamos atribuir instintivamente al hecho de comentar críticamente una obra o a la composición misma de un texto literario.
Esta saturación del blog como formato derivó en su ocaso. Muchas de aquellas visitas no se convertían en ventas, ni servían necesariamente para que el lector descubriera el perfil y las obras literarias del autor que estaba detrás de cada entrada. Asimismo, la superficialidad de los temas abordados pronto llegó a un punto en que ya no había muchos más consejos que dictaminar que no hubiesen sido ya recogidos hasta el hartazgo por otros blogeros, ni florecerían opiniones divergentes u originales sobre libros interesantes o poco conocidos. En consecuencia, muchos blogs de escritores de este tipo que conocí a lo largo de aquellos años terminaron desapareciendo con más pena que gloria, y para mi propia retorcida satisfacción. (En estos tiempos, muchos de ellos están migrando al formato de video corto y esquizoide. Mejor: váyanse lejos).
No es de extrañar que me sentí una anomalía en aquel contexto. Mis entradas siempre fueron increíblemente extensas para los estándares sugeridos (impuestos), no tenían gifs ni imágenes con pies presuntamente graciosos, no hablaba de temas de moda en el área literaria, no reseñaban al uso obras en boga, prácticamente nunca referían a algo que no fuese Fantasía. En esos años, me sentía muy triste de que aparentemente muy pocos visitantes leyesen mi blog, y que aun menos me comentaran las entradas. Incluso me planteé numerosas veces cerrar el blog, aunque he de admitir que esto siempre sucedió en momentos en los que estaba mal mentalmente.
Con el tiempo, sin embargo, fui aceptando mi condición de paria bloguera y eso me liberó increíblemente de estas ansiedades. Cerré el espacio de comentarios, porque terminé entendiendo que lo que más me llenaba del acto de publicar entradas era su escritura y presentación en el sitio. Dejé de mirar las visitas, pues comprendí que muchas de ellas venían infladas y que en realidad no importaban en lo absoluto. Seguí entonces tenazmente escribiendo a mi propio ritmo, de lo que yo quisiera. Y los lectores fieles fueron llegando poco a poco, y se convirtieron en inesperados compañeros de ruta.
Tierra de Fay pudo desarrollarse así como la esencia que yo alguna vez le atribuí al blog: un laboratorio o cuaderno de campo público de la relación de una Fantasista (yo) con la Fantasía. En todas estas entradas que he publicado a lo largo de estos 10 años (75, según el contador a la fecha) he dejado algo de mí en cada una de las palabras que las componen. Por un lado, descubrimientos maravillosos, ilusiones varias, triunfos personales inesperados. Por otro, fracasos, tristezas, duelos, sentimientos de soledad e incomprensión. Cada publicación literaria relevante. Cada idea que alguna vez rondó solo en mi mente por meses, años, antes de animar a ponerla por escrito. Y procesos, o hitos de vida personal que de pronto empezaron a asomar de maneras más o menos tenues: mi matrimonio con la única persona conocida que ha amado la Fantasía como yo, mi diagnóstico de autismo y su poder exegético respecto a mi relación con la Fantasía, mi entrega a Dios, mi lento y metafórico reemplazo de las armas por los utensilios de jardinería.
No ha habido más de mí en ninguna otra parte, salvo, naturalmente, en mis propias historias.
De ahí que siempre me haya sentido frustrada ante el desprecio o la indiferencia de personas que alguna vez desearon acercarse a mí pero que jamás tuvieron la intención de leer todas estas palabras. No se las puede culpar, en parte: no he sacado la cuenta, pero ya deben de ser cientas de miles de palabras. Pero a la vez sí: si te intereso de verdad, te acercarás a mí desde lo más bello y verdadero que puedo entregarte.
Mis palabras: mis pensamientos, mis experiencias, mis historias.
A diez años del nacimiento de Tierra de Fay, soy una mujer y una Fantasista diferente, aunque el núcleo esencial se haya preservado. Quiero pensar que soy una mejor mujer y una mejor Fantasista desde entonces, y en momentos como estos, escribiendo estas líneas, así lo creo.
¿Seguirá Tierra de Fay por otros diez años más? No lo sé. Ignoro si plataformas como Blogger seguirán vigentes para entonces, si la propia Internet seguirá existiendo como tal, si nuestro mundo seguirá aquí, en pie, o si yo misma seguiré viva o en condiciones de seguir. Me gustaría continuar con esto, claro. Sospecho ahora que, incluso si en una arranque de dolor cerrara el blog, terminaría reabriéndolo o creando otro con el mismo fin. Las palabras han sido siempre lo más importante que he tenido.
De momento, celebraré esta primera década con la misma mesura y dedicación con la que he escrito cada entrada, y celebrado cada uno de mis pequeños triunfos personales. Desde luego, no habrá sorteos al público ni ninguna cosa parecida. Es el cumpleaños de mi blog, no de ustedes; si correspondiera, ustedes tendrían que regalarle algo al blog, y por extensión a mí, su creadora última.
Bromas aparte, no espero nada externo ya. La gratificación es mi orgullo de haber continuado durante tantos años, aun en momentos personales tan difíciles para mí, y que el sitio mismo haya iluminado las esperanzas y los pensamientos de algunos lectores a partir de mis visiones en desarrollo sobre la Fantasía.
Por ahora, el camino sigue y sigue. ¿Y de ahí a dónde iré? No podría decirlo. Algún día será el momento de detener el viaje, por supuesto. Pero seguramente aun entonces esperaré un camino nuevo o una puerta secreta, aquellos senderos escondidos que corren al oeste de la Luna, al este del Sol, y que en mi vida he llegado a reconocer como las sendas que dan a Faërie, de la que no volveré más, sino en todos los ecos de mis palabras.
En ellas nos encontraremos, siempre.
0 comentarios