Mis lecturas destacadas de 2021
1/03/2022Como ya he hecho tradición, esta entrada está dedicada a mis lecturas destacadas del recién pasado 2021. Como es ya tradición también, he vivido diversas desventuras a lo largo de los meses que han incidido en mi relación con los libros leídos, en parte por los coletazos de este nuevo año de pandemia. Este 2021 resultó otra vez muy movido para mí, en distintos frentes (aquí hay un recuento de mis actividades literarias públicas), y acaso por eso, sospecho, no leí tanto como en otros años, pese a que en rigor tuve más tiempo libre. Además, probablemente debido a una confluencia de percances sicológicos personales, sufrí una alteración de mi memoria, de modo que hay algunas lecturas disfrutadas de las que no recuerdo tanto como quisiera porque no suelo tomar notas de ellas mientras las leo. Espero poder implementar esa práctica con futuras lecturas que me llamen la atención, para así no perder estos detalles.
De todas formas me agrada poder decir que, pese a sus durezas, pude vivir muchas experiencias enriquecedoras este año, y algunas lecturas realizadas en este contexto complementaron esas sensaciones. Ahora que lo veo en retrospectiva, creo que podría decir lo mismo de los años anteriores, pero entonces estaba muy concentrada en los aspectos más negativos. Como sea, me agrada haber creado este pequeño espacio periódico de recuento de lecturas anuales, porque es también como revivir la persona que era (o en la que me estaba convirtiendo) en cada libro leído.
Como en el registro anterior, aprovechando la plantilla de Canva que diseñé para entonces, he aprovechado de seleccionar 11 obras principales cuya lectura me resultó llamativa por diferentes razones. En esta oportunidad, he decidido prescindir de la selección de menciones honrosas por agotamiento mental, pero procuraré recomendar algunas de las obras que habría incluido ahí (sobre todo las de fantasía hispanoamericana) por otras vías.
Narrativa de Fantasía
La espada del destino (1992), de Andrzej Sapkowski
(Libro II de la Saga de Geralt de Rivia)
La lectura del segundo volumen de la saga de Geralt de Rivia ha sido una de mis lecturas favoritas de Fantasía en mucho tiempo, y una grata sorpresa además dado mi entusiasmo moderado ante la primera antología, El último deseo. Prácticamente todas las virtudes de aquella obra las encontré aquí, pero potenciadas, y se añadieron a la vez muchísimos elementos que complejizaron mi experiencia lectora en una miríada de emociones muy intensas, desde la risa (literal) a las lágrimas, pasando por la tensión y el entusiasmo genuino cuando ves asomarse un eco de eucatástrofe en el horizonte del relato.
En esta nueva serie de cuentos continuamos con las aventuras autoconclusivas de Geralt, todas muy disfrutables en sí mismas, aunque hacia el final del libro se incluyen dos relatos que siguen una continuidad y que se se centran en el personaje de Ciri, siendo estos los mejores del volumen.
No estoy segura de si algo habrá tenido que ver en mi apreciación el hecho de que leí este volumen en español y no en ingles, como el anterior, y que quizá por ello pude aquilatar de manera más cercana el regusto castizo de la prosa en la excelente traducción de José María Faraldo, pero estilísticamente me sorprendí mucho. Este libro me ha hecho repensar mis observaciones habituales sobre el estilo de la Fantasía, pues sus relatos incluyen un registro soez sin que ello en sí mismo afecte los momentos más solemnes o emotivos (o derechamente de Fantasía) de las historias narradas. Es decir, no se queda solo en lo que podríamos considerar habla coloquial y que hoy parece idealizarse como vía para apartarse de los discursos grandilocuentes habituales en ciertas obras del género: los personajes hablan como tienen que hablar por sus contextos de vida, pero eso no implica necesariamente una visión siempre descarnada de algunos valores. Cuando hay belleza y esperanza en estas historias, toda vulgaridad cesa; se habla entonces desde la verdad de la Fantasía. Me ha parecido este un efecto muy llamativo y digno de estudiarlo con más clama, por la maestría del autor para balancear estos contrastes.
Los relatos en sí mismos son geniales. Por un lado, están los propiamente de Fantasía, que suelen hundir sus mimbres en la tradición de esta expresión literaria para construir enjundiosas narraciones intertextuales que profundizan con humor y emoción (alegre y triste) en sus fuentes. Creo incluso que este tipo de narraciones son una muestra ejemplar de lo que podríamos denominar “Fantasía posmoderna”, sin que por ello debamos pensar en historias excesivamente elaboradas o inasibles (u obras excesivamente "recientes"). Es más bien una delicia reconocer en qué voces se está apoyando el autor y luego comenzar a oír lentamente, en el transcurso de su prosa, esa otra voz propia que terminará sumándose al cántico que constituye la literatura que amamos.
Por otro lado, están los cuentos que, sin dejar de lado ciertos elementos imaginativos, ahondan más en aspectos sentimentales, casi teleseriescos, de los personajes. En general, no tiendo a entusiasmarme con este tipo de historias, pero creo que Sapkowski escribe tan bien las suyas que se hace plenamente entretenidas incluso para lectoras reacias como yo. Sospecho incluso que un cuento como “Esquirlas de hielo” debe ser significativamente superior como drama romántico a muchos relatos del género en plataformas como Wattpad, pero como Sapkowski es un señoro boomer, quizá será difícil que el público objetivo de esas historias pueda llegar a conocerlo y valorarlo (espero equivocarme).
En fin: creo que esta colección es un hito de lectura personal en Fantasía, una aventura que me ha hecho reencantarme con algunos acentos y que me ha despertado la curiosidad por otros. La recomiendo muchísimo tanto a la gente que quizá se interesó por las peripecias de Geralt a partir de sus videojuegos o su serie como a los Fantasistas que estén buscando historias con diversas capas de acceso y profundidad.
La obra de Lord Dunsany era uno de mis pendientes más graves en Fantasía canónica, y por fin este año pude comenzar a saldar esa deuda. Desde luego, la experiencia fue magnífica, aun cuando leí esta novela en una precaria edición española (les sugiero esta otra, de la Perla Ediciones de México, cuya portada ilustra este comentario), con numerosas erratas y aparentes problemas de traducción.
La hija del rey del País de los Elfos cumplió todas mis expectativas y a la vez me propuso una belleza que no habría podido imaginarme. Quizá suene extraño de plantarlo así, pero siento que esta novela de Dunsany contiene y refina buena parte de mucho de lo que amamos de Faërie, de modo que es sencillo distinguir en la novela ciertos aires que luego reconoceremos en tantas historias queridas, incluso contemporáneas, incluso aquellas que en principio no tuvieron una influencia directa o reconocida del autor. Dunsany es como un maestro común, o un archimaestro, término menos gratuito de lo que parece cuando recordamos que Ursula K. Le Guin lo reconocía como uno de sus tutores estilistas. Desde luego, como lo leí en español, tengo el sesgo de la traducción encima, pero aun así la prosa de Dunsany es bellísima; diría incluso que es el lenguaje de Faërie, o quizá al menos una de las expresiones estéticas mejor conseguidas para acercarse a ella.
Como la experiencia de Faërie suele quedar contenida en atisbos, quisiera consignar aquí algunos pasajes particulares que me emocionaron profundamente: el magistral trabajo descriptivo para dar cuenta de Faërie como reino crepuscular, suspendido en el tiempo, silencioso, irisado de cautivantes colores; el trasgo que llegaba al mundo de los campos conocidos y que se asombraba ante el hallazgo del paso del paso del tiempo; la comitiva de marginados de la que se proveía Alveric (porque solo los raros tenemos el coraje suficiente como para ir tras el Reino Peligroso), la idea de una Faërie móvil, no circunscrita necesariamente a un espacio físico concreto; o el encuentro de Alveric con sus juguetes rotos en la búsqueda de este Otro Mundo, que nos recuerda que ese nexo entre Fantasía e infancia, pese a los reparos de Tolkien, puede ser más vívido de lo que quisiéramos creer ahora, desde nuestra adultez.
Incluí muchos de estos fragmentos en las dos versiones de este año de mi curso de introducción a la literatura de Fantasía y los alumnos lo recibieron estupendamente, a pesar de mis temores de que el estilo más denso del autor espantara a alguno. Estoy muy, muy contenta de haber podido descubrir esta novela y de haberla descubierto a otros.
En fin, solo resta decir que, si te interesa mínimamente la Fantasía como arte literario, esta novela es tan ineludible y básica en tu recorrido como Fantasista como El Señor de los Anillos o Historias de Terramar.
Esta es la segunda parte de la serie Crónicas de Équilas, del chileno Alejandro S. D'Alessandri. Años atrás, insinuaba que el hecho de que estuviera concebida como una obra que nacía del deseo de replicar la experiencia audiovisual y lúdica de la fantasía condicionaba su apreciación literaria. Pese a ello, señalé que me había gustado con todo y reparos, y que esperaba avanzar con su lectura. Pues bien: ahora lo he hecho.
Este segundo libro mantiene algunos aspectos que no me habían gustado de su antecesora, como sus constantes gazapos estilísticos o el énfasis desmesurado (para mí) en los espectaculares combates. En ese sentido, obviamente es una obra muy distante a la experiencia lectora que me supusieron las publicaciones que acabo de comentar. Pero creo que hay una ingenuidad muy conmovedora en los libros de Équilas, que me resulta bastante inspiradora en tiempos en los que me siento regresando a mis orígenes más puros. Además, leí esta novela en una etapa en la que estaba particularmente agotada, sin mucha fuerza para leer (o hacer) otras cosas, y me supuso una agradable compañía que no olvidé. A veces es todo lo que le podemos pedir a una historia; a veces es lo único que debería entregarnos.
Los aspectos que más me gustaron de esta continuación fue la inclusión de dos personajes femeninos secundarios que me resultaron muy interesantes: la elfa inventora Gálivan , que perdió a su padre y a su amado en trágicas circunstancias, y la edlán rebelde Midlun, perseguida por sus orígenes raciales. Aunque la inserción de sus sendas historias de origen rompieron de manera brusca el flujo de la narrativa central, me gustaron mucho como relatos individuales.
Ya para La espada de la luna rota, el primer libro de la serie, había comentado que mis pasajes favoritos de la obra de D'Alessandri son cuando la narración deja de lado los combates y se detiene en el interior de los personajes, por más genéricos que resulten. La insistencia del autor en presentar el sufrimiento que causan las diversas pérdidas o el hecho de ser diferente en un mundo roto, así como el coraje que se requiere para procurar juntar otra vez sus pedazos, me parece muy importante para su público objetivo. Es aquello con lo que más conecto de esta historia y, con justa razón, la que más me trae a la mente mis años juveniles.
Esta colosal novela (en todos los sentidos posibles) fue una de las grandes sorpresas del año pasado y de este. Por lo mismo, tratar de sintetizar su argumento puede parecer un sinsentido: por cierto que la historia desborda aquello que se enuncia en su contraportada a modo de sinopsis. Sin embargo, de la misma forma en la que alguna vez comenté que Vida y destino de Vasili Grossman era una suerte de fresco de época de la Rusia estalinista hecho novela, podría atreverme a hacer un comentario similar en este caso. Así, El libro de los niños podría leerse como una novela que retrata diversos vaivenes de la Inglaterra victoriana y eduardiana hasta la Primera Guerra Mundial, centrándose en la familia Wellwood y sus amigos y parientes, casi todos personas vinculadas al arte y a la cultura de la época.
A.S. Byatt es una victorianista, así que se comprende que su tratamiento histórico de la novela sea sobresaliente en detalles y espíritu de los tiempos, incluyendo largos pasajes contextuales sobre el estado sociopolítico de entonces. Sin embargo, el atractivo de la obra trascendió para mí esta ambientación, que de por sí me resulta atractiva. Byatt ahonda en lo que implica la creación artística, principalmente a través de los personajes de la exitosa escritora infantil Olive Wellwood (¿inspirada, quizá, en Edith Nesbit?) y de Phillip Warren, aprendiz de alfarero. Pero también explora, y de maneras sorprendentemente irónicas, los vicios y patetismos del campo cultural y artístico en que se mueven los personajes, entre la grandilocuencia discursiva y el libertinaje oculto. Es gracioso constatar cómo el perfil cultureta de la persona victoriana no parece distar tanto de nuestros propios perfiles culturales locales y contemporáneos.
Sin embargo, lo que más me gustó de la novela es su diálogo constante, en su calidad de historia realista, con la tradición del cuento de hadas. A veces incluso se insertan fragmentos de los relatos que escribe Olive (excelentes, claro), pero pienso sobre todo en la estructura general y en los sutiles intertextos que atraviesan la narración. Por ejemplo, Olive escribe una historia para cada uno de sus hijos, historias que crecen y se transforman junto a ellos y que, supongo, dan título a la obra. Justamente, uno de los arcos más interesantes de la novela se desarrolla a partir de la vida e historia de Tom, hijo favorito de Olive y trasunto de Peter Pan, y no es este un desarrollo luminoso. La verdad es que hubiera preferido que la novela se concentrara más en este tipo de episodios, o en la formación de los artistas, en lugar del drama sentimental-sexual o los teatros sociales, pero la obra es lo que es y no lo que yo desearía que hubiera sido. En cierto sentido, estos episodios resaltaban más aún por este humano contraste.
Por ello, incluso en sus irregularidades, esta novela se yergue como una historia notable, aunque su densidad y desmesura sugieren que es mejor leerla dándose el tiempo para perderse en sus devaneos sociales, históricos y espirituales. Un viaje muy recomendado pese a sus ripios, y que me confirma el talento y oficio de Byatt como autora imaginativa y realista, uno de los modelos de autoría que me parecen más fascinantes.
Esta es una novela middle grade que, como sugiere su explícito título, cuenta la historia de un grupo de niños huérfanos muy singulares. Estos, por tener determinadas características no normativas para su contexto (intereses o rasgos físicos extravagantes, aparentes discapacidades o fenotipos raciales no europeos), son rotulados como "inadoptables".
Al respecto, me enteré de que este enfoque causó polémica en el mundo angloparlante, sobre todo en personas que habían sido adoptadas o que, por diversas razones, estaban vinculadas al complejo mundo de la adoptación sistematizada. Para ellas, esta obra usaba el dolor de los niños huérfanos como premisa literaria, además de estigmatizarlos como sujetos, lo que las movió a condenarla.
Personalmente, no me parece que ni la intención ni la ejecución de la autora hayan sido censurables. La idea de que un niño pueda ser "inadoptable" por ser diferente no reside aquí en un reproche de la historia, sino en una crítica a los adultos que pensarían tal cosa y que implantarían este pensamiento en los propios pequeños. Por ejemplo, en un crudo pasaje inicial de la novela se narra cómo a un matrimonio adoptante se les presentan los niños como si fueran meros productos de consumo, evaluando sus atributos como pros y contras de una mercancía. Pero esto es claramente crítica, denuncia, parodia. Por desgracia, este tipo de situaciones sí ocurren en nuestra realidad, y me temo que un boicot a una novela infantil que busque reflejarlas, con mayor o menor acierto en su retrato, no va a solucionar mucho. Antes bien, creo que la historia podría ayudar justamente a abrir la conversación concientizada sobre el tema, y sobre todo con otros niños.
Por supuesto, al no ser yo misma una persona adoptada mi visión es completamente externa a esta experiencia, así que valga también la insistencia en esta distancia. Desde ella misma, por otra parte, quisiera comentar algunos aspectos que me llamaron la atención de la obra. Uno de ellos es el hecho de que la novela se desarrolle a partir de un tema que cada vez cobra más fuerza, y que personalmente me parece muy necesario: la búsqueda y creación de una familia que no dependa tanto de vínculos sanguíneos (impuestos, no siempre idóneos) como de lazos afectivos (elegidos voluntariamente, resignificables). Una familia ganada y no tradicional, podríamos decir: gente que se quiere, y que bien pueden ser los amigos de toda una vida. Me pareció muy conmovedor cómo la historia acentúa este cariño y protección mutua entre los niños protagonistas mientras lidian con los crueles o ambiguos adultos que los rodean.
Es, también, una historia de origen: Milou, el personaje central, cree poseer algunas claves que podrían llevarla a reencontrarse con sus progenitores. La niña se imagina un sinfín de posibilidades, a cuál más exagerada, para explicar por qué estos se separaron de ella, y llega incluso a estructurar su infancia y esta aventura en función de esa búsqueda. Aunque ella acapara buena parte del foco de la novela, sus amigos tienen visos de personalidad más allá de su rol de acompañantes o reguladores de la terquedad de Milou, pero estos no se desarrollan mucho. Hubiera sido interesante conocer más de ellos, quizá en un protagonismo más balanceado.
Ya he comentado previamente que me encanta Jack London. Sus narraciones aventureras, notables en su tratamiento del espíritu humano en tensión con el de la naturaleza, me devuelven a un sentido literario de exploración y horizontes indómitos: la palabra como cayado hundiéndose en una tierra desconocida que debiera metérsenos hasta en las uñas.
Sin ir más lejos, el año pasado destaqué Lobo de mar como una de las mejores novelas que leí entonces, y quizá también en mucho tiempo (fuera de la Fantasía). En esta oportunidad, quise continuar con el autor y me animé por esta antología de la editorial argentina Eterna Cadencia, que además de los cuentos incluye un estudio introductorio y hasta mapas de las zonas narradas.
Por circunstancias del destino compré este libro en una situación personal difícil, en la que mi mundo conocido se hacía añicos, así que fue una experiencia muy curiosa leer sus páginas desde una tierra y un horizonte futuro que, en efecto, se me hacían ajenos y peligrosos. En un plano más práctico, debido a mi dificultad para escribir personajes masculinos y describir vívidamente entornos físicos, me pareció que sería interesante empaparme de estas narraciones, que justamente descollaban en estos aspectos. Felizmente, inspirada por uno de estos cuentos, logré escribir el borrador de un pasaje de una historia personal en el que busqué enfatizar en la hostilidad del espacio, y quedé de momento conforme con el resultado.
¿Qué puedo comentar de los cuentos en sí, fuera de anécdotas personales intrascendentes? Son todas narraciones enmarcadas en el contexto de los viajes y aventuras de Klondike (Canadá), hacia la fiebre del oro, contexto del que quedé prendada tras descubrir The Life and Times of Scrooge McDuck. Un mundo de hombres rudos y curtidos por la soledad, lo agreste y las vicisitudes propias de una vida que se decide día a día entre los enigmas de la naturaleza y las pillerías de otros aventureros. Por supuesto, siendo estas historias de London, resultan pródigas en tratamientos que podrían considerarse hoy como sexistas o racistas, pero supongo que nadie debiera ir a este autor esperando visiones super progresistas. Pese a ello, existen algunas interesantes aproximaciones al Otro, el indígena, y su visión tentativa sobre sus tensiones con el hombre blanco.
Aunque quizá lo anterior pueda sonar muy profundo, en todo caso, hay que recordar que London fue un best seller en su época, de modo que sus relatos suelen resultar muy cautivantes a pesar de la crudeza de sus temáticas. Ahora que además estamos tan lejos del contexto en que se enmarcan estos textos, termina siendo muy curioso leer esas peripecias en mundos que parecen casi de antaño, casi de Fantasía a pesar de ser tan realistas (¿naturalistas?) a su modo, y ha sido por ello una experiencia lectora que he agradecido mucho por su grado de extrañamiento.
Este libro lo había comenzado hace muuucho tiempo, pero sus gigantescas dimensiones me demoraron su lectura, que por fin culminé el 2021. El volumen compendia todas las historias presuntamente no infantiles de Ana María Matute, uno de los descubrimientos literarios más valiosos para mí en los últimos años, junto con sus textos periodísticos. Leer poco a poco estos relatos me demostraron la grandeza de la autora en el contexto más amplio de la narrativa española de su época, pero sin dejar de lado elementos esenciales a su producción, como lo son la pérdida de la infancia o la crueldad que subyace a ella (tanto propia como ajena), así como la relación con la comunidad, la familia o la naturaleza.
Por desgracia, y debido al tiempo que pasé leyendo el libro, de momento solo retengo retazos fundidos de sus historias, así que no estaría en condiciones de comentar relatos específicos (salvo el caso de uno); en todo caso, puedo asegurar que, de manera independiente a los años que medien entre un relato u otro, el nivel y la intensidad literaria de la autora son siempre excelentes. Entren por donde entren a su narrativa breve, siempre se encontrarán con alguna historia estremecedora, que los dejará con un regusto melancólico que, pese a su general amargura, contiene en su mismo el eco de una extraña dulzura.
No me detendré mayormente en la producción periodística de Matute incluida en el volumen; solo quisiera comentar al respecto que, como es de esperarse, resulta tan honda y poética como su producción literaria. Existe una continuidad temática fascinante entre la ficción y no ficción de la autora, que en realidad es menos obvia de lo que quizá se podría pensar al recordar que los textos de la segunda categoría se publicaron en diarios y que, en ocasiones, la “voz personal” del sujeto no tiene por qué ser necesariamente afín a su “voz de escritor”. Me ha parecido bonito constatar que, al menos en lo que respecta a mi experiencia lectora, Matute suena siempre a ella en todo registro, así sea ficción realista, ficción de fantasía o reflexiones o crónicas varias.
En donde sí quisiera detenerme un poco más es en mi relato favorito, que, como no podía ser de otra forma, fue uno de fantasía: "La razón", incluido en la compilación Tres y un sueño. Me ha parecido una de las mejores historias de fantasía en español que he leído, una excelente culminación de los timbres dicatastróficos de la poética imaginativa de Matute. Tanto me gustó que lo incluí como lectura de mi curso de fantasía (razón por la que lo recuerdo nítidamente, a diferencia de los otros), y me alegra compartir que es un cuento que ha tocado muchas fibras en los estudiantes por lo que narra y la forma en la que lo hace: el desesperado intento del mundo feérico por evitar la pérdida Faërie, valiéndose de la memoria y sensibilidad de un muchacho extraño.
Aunque el libro entero vale muchísimo la pena, recomendaría sobre todo este cuento a los Fantasistas. Se pueden trazar intensas y bella genealogías entre esta historia y otras que abordan la pérdida de Faërie, como la misma novela de Dunsany que he incluido en este listado.
Este es un libro desgarrador, y el hecho de que su autor se suicidara tras largos procesos depresivos no hace sino encuadrar la sensación de asfixia de esta obra.
Fisher aborda en este ensayo la idea de que el capitalismo no sea ya presentado como la presunta "mejor" alternativa, sino como la única posible, y lo que ello podía implicar: una depresión de origen sistémico antes que meramente personal o bioquímico, una espiral burocrática sin fin que difumina responsabilidades en ámbitos educativos o laborales, o que incluso las pretensiones antisistémicas estén contempladas dentro del sistema, por ejemplo. Para elaborar su discurso, Fisher recurre al contrapunto de numerosos filósofos marxistas, como Slavoj Zizek, o la dupla de Gilles Deleuze y Félix Guattari, lo que en un principio resulta intimidante si, como yo, no estás habituado a leer ese tipo de trabajos. Sin embargo, las explicaciones del autor sobre sus postulados me parecieron claras, al menos en sus bases más elementales, de modo que no resulta tan complicado seguir el hilo general de su pensamiento. Contribuyen también a esta claridad diversos ejemplos de obras culturales, desde películas populares hasta el trabajo de Franz Kafka. Por supuesto, la obra en sí sigue siendo compleja, pero adquiere su profundidad por otras razones.
Hay algo sumamente ominoso en leer diversos pasajes y análisis de situaciones y pensar en seguida en desgraciadas experiencias sociales y laborales personales. Fisher habla desde un contexto, claro, pero este es extrapolable a otros. En el fondo, gente como yo pertenece a esa generación que él retrataba con los auriculares siempre encima, aunque no estuvieran reproduciendo música: sus estudiantes.
¿Qué esperanza ha quedado para nosotros en este realismo capitalista, ahora que hemos dejado de ser formalmente "adultos jóvenes"? ¿Qué esperanza queda para nuestros hijos, nuestros propios estudiantes y todas las generaciones venideras? Hay quienes han aventurado que las cosas han empezado han cambiar en esta última década, pero me pregunto cuáles serían (si los hubieran) los cambios específicos para Latinoamérica y Chile, y qué podemos hacer personas como nosotros para ofrecer algo que complemente la resistencia de puños alzados: una mano tendida en busca de otra, por ejemplo. Mi pregunta personal por la búsqueda de entrega a otros de una esperanza política que venga de la imaginación y que sin embargo se pueda concretar en este mundo es algo que he estado planteándome con angustia desde 2019. Obviamente, tengo para largo, si es que alguna vez doy con algo parecido a una respuesta, pues claramente se trata de un asunto que desborda optimismos contingentes. Por cierto que las propuestas de Fisher no terminan de convencerme, en la medida en que son naturalmente seculares y que yo creo que deberían abrirse a discusiones de índole más espiritual.
Ahora bien, por alguna razón, mientras leía artículos sobre esta obra, me topé dos veces seguidas con una asociación a la virtud de la caridad. ¿Qué probabilidades había de encontrar esta idea en una obra marxista? Lo ignoro, pero me pareció una serendipia fascinante. Creo que mi fascinación se explica en lo curioso que resulta que un autor como Fisher pueda haber terminado expresando este tipo de virtudes cristianas mejor que algunos autoproclamados creyentes que al final no se preocupan por nadie más que por sí mismos y los suyos, y cuyas filiaciones religiosas no son más que excusas para justificar su anti intelectualismo u odiar a todos los que no son como ellos. Supongo que, salvando las obvias distancias, puede ser un fenómeno homólogo a algo que suelo comentar: la experiencia de encontrar historias que no se presentan como de Fantasía y que sin embargo encarnan mejor sus principios ético-estéticos que muchas obras que se han adueñado del rótulo.
Personalmente siento que las angustias que plantea Fisher debería compartirlas cualquier persona que tribute a la fe cristiana, porque tienen que ver con una profunda preocupación por la salvación del ser humano, pero ya sabemos cómo está de revuelto es(t)e mundo.
En fin: sea cual sea el sistema de creencias del lector en las boscosas lindes de la fe, el libro de Fisher ofrece un desolador panorama en el que detenerse a pensar... y, ojalá, eventualmente también a actuar.
Este libro es un compilado de ensayos divulgativos y académicos sobre diversas formas que ha desarrollado la poesía del sur de Chile, por lo que se puede leer a su vez como una especie de mapa en un sentido tanto simbólico como estrictamente territorial, y quizá aún (paradójicamente) narrativo.
Es posible que este descomunal trabajo haya estado ante todo orientado a académicos dedicados a esta línea de investigación o a poetas pertenecientes a esta tradición. Las razones por las que una persona tan aparentemente ajena a estas cosas como yo está recorriendo este tipo de parajes son aún ambiguas, así que omitiré su comentario. Sí diré que la lectura de esta obra me ha fascinado por el mundo que me ha descubierto, tanto desde un nivel netamente interpretativo como a partir de la poesía misma estudiada y, claro, por las ricas visiones de este gran territorio heterogéneo que conocemos meramente como "sur" y en el que de momento, por circunstancias personales, se ha vuelto ahora también mi territorio.
La obra se presenta en sinopsis y críticas desde la necesidad de cuestionar el retrato idealizado de la noción de lar de Jorge Teillier, así como de desromantizar lo que podríamos denominar aquí, siguiendo ciertas campañas de márketing, como "la magia del sur". La verdad es que no entiendo la obsesión por desmarcarse de lo lárico, incluso en su versión más genérica, ni por qué la idea de una desmitificación sería algo tan horrible como los académicos la pintan. Es evidente que una lectura más atenta de estas visiones poéticas dan cuenta de que no se trata de alabar el sur como postal idílica. Me parece sumamente obvio pensar que parte del encuentro con la "belleza de lo natural" (para decirlo de una forma explícitamente cursi) es también asumir una postura política ante la depredación neoliberal que la ha degradado cada vez más, apartándonos además de sus raíces culturales de nuestros pueblos originarios y sumiendo a la población que no logró subirse al carro pirata de la modernidad latinoamericana en una precariedad repudiable.
Construir mitos (de hecho, curiosamente, Mansilla usa el término mitopoética una vez, en la introducción) debiera ser también una forma de reapropiación salvaje de todo lo que nos ha sido arrebatado. Y así también puede (¿debiera?) entenderse el lar, y así también parece plantearlo indirectamente el autor en sus ensayos.
Entre algunos puntos muy disfrutados de este trabajo destaco la recepción del concepto de suralidad, acuñado por el poeta Clemente Riedemann; la insistencia en la manera en la que algunos (conquistadores o compatriotas poderosos) han socavado el territorio; los cruces culturales entre localidad e inmigración; los vívidos y variados imaginarios sureños, desde los chilotes a los patagónicos; las inserciones de la experiencia personal del autor como sureño y como poeta y la figura simbólica y concreta del viento como imagen poética.
Desde luego, no todos los poemarios estudiados me han interesado, pero tampoco lo esperaba. Hay algo extraño en ciertos trabajos académicos que terminan suplantando la obra analizada, de manera que es la lectura propuesta la que ocupa el foco. Creo que este es uno de esos casos, pero no me resulta molesto. Como dije, vine a este libro por razones tan diversas y entrelazadas entre sí como la maraña de doseles de un bosque, y me volví con algunas semillas inesperadas pegadas a los zapatos. Veamos qué sures nacen de ellas.
Virginia Woolf era una escritora tremenda, tanto en su técnica literaria como en la hondura y elegancia de sus reflexiones eruditas y cotidianas. En esta compilación de la editorial chilena Alquimia, se reúnen un conjunto de textos diversos dedicados a explorar los vericuetos de la relación entre los elementos del título, así como lo que implica la política en general en las prácticas artístico-culturales. Junto a este libro tuve acceso a otra compilación homóloga, de la argentina La bestia equilátera, y las leí casi en paralelo. Salvando por el hecho de que algunos textos se repiten y de que hay algunas divergencias naturales en la traducción, me pareció más interesante el foco de la edición chilena. Me alegra mucho que, desde hace ya unos años, las editoriales independientes locales estén fortaleciendo su catálogo de traducciones y estén haciendo circular desde sus propios sellos a autores canónicos. Quienes refieren a la presunta colonización de pegarse al canon eurocéntrico siendo latinoamericano parecen olvidar que leer esas obras y esos autores desde aquí, desde ahora, puede ser también una forma de reaparopiarse de aquellos escritos y escritores.
Como no soy de Letras Inglesas (:'c) y nunca tuve oportunidad de hablar de autores angloparlantes en Letras Hispánicas, me declaro más bien ignorante en cuanto a la apreciación contemporánea de Woolf, fuera del emblemático ensayo feminista Un cuarto propio. Al margen de ello, creo que esta selección de ensayos pueden leerse tan contingentes y relevantes en su esencia como aquel otro, pese a los matices contextuales. En lo personal, me sorprendió descubrir a una Woolf sumamente comprometida con su posición como intelectual pública; tenía el prejuicio que era más bien una señora snob (no en un sentido negativo para mí), y lo era hasta cierto punto, claro, pero no era solo eso. Junto a la ya conocida reflexión sobre la mujer como artista, Woolf piensa en el potencial político y liberador de la palabra en sí, en las siempre contingentes tensiones entre pasado y presente (ahora que ella misma es parte de nuestro propio pasado, en cierto modo), en los privilegios de los que depende el artista y los privilegios que derivan de la obra artística, entre otros asuntos afines. También destacan sus pensamientos expresados ya no solo desde las formas más convencionales de la conferencia o el ensayo, sino también desde las cartas enviadas a editores u otros escritores, en donde se aprecia también un componente algo más irónico.
En cuanto a aspectos formales, siempre es una delicia perderse en la prosa de la autora. Empiezas en una parte y terminas en otra muy distinta, o derechamente no terminas y continúas con sus palabras resonando en tu cabeza o continuando nuevos senderos de pensamiento. Y eso considerando además de que los textos antologados no son particularmente extensos, algo que me sorprendió y despertó mucha admiración debido a mi incontinencia verbal habitual. Desde luego, me gustaría aprender mucho más de Woolf, considerando también su sorprendente obra ficcional, pero creo que leer este compendio de reflexiones me ha ayudado a recalibrar mi mirada inicial al trabajo de la autora.
Con esto terminado mi recuento anual. Me entusiasma tener pendientes para 2022 algunas obras de Fantasía que he esperado mucho leer; espero que me gusten lo suficiente como para poder incluirlas en el próximo recuento.
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