Una noción muy extendida sobre la literatura es su rol de compromiso político-social. En esta columna intento exponer por qué considero que a la Fantasía no debería imponérsele este compromiso, al centrarse en aspectos más trascendentes que una política o sociedad contingentes: la humanidad misma.
Comenzaré esta columna contando una anécdota: hace mucho tiempo, en un país europeo, había una vez un autor que escribió una extensa obra infantil, pero que tuvo dificultades para publicar por las tendencias editoriales vigentes por entonces en su nación. Había al menos dos reparos principales de editoriales y críticos: el primero, relacionado con un criterio económico, señalaba que la literatura infantil no vendía y que no convenía arriesgarse con un libro como ese, tan grande además. El otro, relacionado con la visión sobre el arte y, en particular, con la Fantasía, señalaba que la obra de este autor era impublicable porque carecía de didactismo (que era lo que se esperaba en una novela infantil) y, aun peor, de crítica social o política. La industria literaria del país no necesitaba —no quería— trabajos «escapistas», sino obras que estuvieran comprometidas con la contigencia sociocultural de la nación y que, en suma, expusieran una visión de mundo concreta con un fin solapadamente utilitario y práctico, probablemente para modelar los pensamientos de los niños hacia determinada postura política.
- 3/01/2014
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