Mis lecturas destacadas de 2023

1/08/2024


Ha llegado el momento que solo yo y mis amigos esperamos: ¡el momento de subir mis entradas de lecturas destacadas del año recién pasado! ¡Hurra!

El 2023 fue un año intensísimo para mí, en parte porque publiqué tres libros y en parte porque mi mente y mi cuerpo se fueron por rumbos muy extraños. Sospecho que recién estamos viendo los verdaderos efectos que la pandemia del COVID tuvo en nosotros, incluso en el caso de gente que no la pasó particularmente mal o que, gracias a su nula vida social, jamás se contagió (¡como yo!). 

Fue un año muy loco en muchos sentidos, y tanto para bien y como para mal. Al menos, en medio de toda esa locura, leí muchos libros (curiosamente, varios de reciente publicación) y la mayoría me gustaron mucho. En consecuencia, incluí muchísimos en este listado, y hube de excluir otros que bien podrían haber incorporado una lista de menciones honrosas que esta vez no quise hacer porque creí que ya la estándar era suficiente (de hecho, omití Guerra y paz porque no supe cómo escribir de una obra semejante).

Este año en particular leí muy buena Fantasía, casi toda de autoras contemporáneas. Una cosa curiosa al respecto es que algunas de las obras más interesantes en esa línea también me molestaron mucho por roces con mis propias visiones ético-estéticas en torno a la Fantasía. Pero, por supuesto, eso no significa descartar de la valoración estos trabajos, ni mucho menos impide destacarlos o aun disfrutarlos como lecturas. De hecho, justo la exploración de esos roces me ha ayudado a entender más aspectos sobre mi apreciación personal de la Fantasía. Así que estoy contenta ahora, aunque en su momento me haya sentido frustrada por lo que hubiera deseado que fuesen aquellas obras: las historias ajenas son lo que son, no lo que nosotros hubiéramos querido que fueran. Para eso somos nosotros los que escribimos nuestras propias historias. Lo esencial en estos casos, creo yo, es que se trate de propuestas ambiciosas en sus planteamientos y que estén escritas con el foco de la palabra como arte literario. Y en eso todas esas obras estaban muy bien.

Pero, naturalmente, dejaré la sección de Fantasía para el final y comenzaré con las demás.


Ensayo

El mundo donde habito (2023), de Jorge Teillier 

Ensayos reunidos (2023), de Raúl Zurita


Haré trampa comentando estos dos libros juntos, pues comparten un aspecto esencial: ambos son compilaciones ensayísticas de dos de los poetas más importantes de Chile, uno (Teillier) ya fallecido y otro aún vigente (Zurita), incluso al punto de ser nombrado como un potencial candidato al Nobel de Literatura. Más importante aún, para mí, es el hecho de que ambos poetas exhiban un forma de escribir poesía (y, por extensión, ensayo) que conecta con los principios de la Fantasía, confirmando una vez mi clásico lema de que, en tiempos en los que la comercialidad domestica tanto la imaginación, a veces se puede encontrar más espíritu de Fantasía en obras que en principio no tendrían nada que ver, al menos en términos mercantiles, con ella.

El mundo donde habito compila prácticamente la totalidad de textos no ficcionales de Teillier, agrupados en temáticas diversas. Por supuesto, las que más me interesaron a mí fueron las explícitamente relacionadas con literatura y poesía, partiendo por su emblemático ensayo "Los poetas de los lares", que podríamos casi leer como una cuasi poética de Fantasía, sobre todo por su bellísimo desenlace. Gracioso al respecto es evidenciar que, de hecho, Teillier había leído Fantasía, y no solo cuentos de hadas: el nombre de Lord Dunsany aparece como unas tres veces, y eso me hizo muy feliz por razones inefables.

También destaco el recorrido que hace Teillier de sus pares de la época, muchos nombres de poetas chilenos mayormente olvidados y que sobreviven en PDFs de dudosa calidad de Memoria Chilena o reediciones casi de nicho. Esa letanía de poetas tiempo ha muertos es en sí misma como un poema inesperado, muy a tono con la cadencia medio fantasmagórica de los propios poemas del autor sureño.

En cuanto a los ensayos de Zurita, lo que más me impactó de ellos fue la belleza de su prosa, que muchas veces acerca a las lágrimas. Es ese el tipo de prosa que me gustaría abordar en mis propios ensayos. El contenido que transmiten estas palabras pulidas no deja de ser a su vez fascinante, pero no ya por sus temas en sí mismos, sino por los enfoques con los que el autor los desarrolla: la poesía misma, la tradición poética latinoamericana, la redención desde el arte, la humanización de nuestros corazones amenazados por la brutalidad. Todo parece justamente humano, intenso y sacro desde las palabras de Zurita, como tendría que serlo siempre.

Es importante recordar que Zurita fue detenido y torturado en el contexto de la dictadura militar de Chile, por lo que su expresión de la esperanza poética (por llamarla de alguna manera limitada y cursi) se vuelve aún más bella, trágica y quizá hasta desconcertante. Incluso, en uno de sus ensayos no antologados en este libro, el autor aboga por el perdón de los torturadores, lo que naturalmente originó críticas. Acaso, siguiendo la idea que se comenta en el prólogo, el “ateísmo católico” de Zurita, expresado tanto en sus poemas como en sus ensayos, nos ayude a una comprensión diferente de nuestra propia espiritualidad, o de la ausencia de ella en nuestra vida.

Como sea, estos dos libros, editados el mismo 2023, nos resignifican el cliché de “Chile, país de poetas”. Y a mí al menos me hacen pensar, sumándolos a la increíble obra de autoficción de Héctor Hernández Montecinos (discípulo de Zurita, además. Destaqué dos de estos libros en esta entrada de lecturas destacadas de 2020), que los poetas chilenos escriben mejor prosa que los narradores.

Y que, por supuesto, sí: hay más Fantasía en este tipo de poesía y de reflexión sobre ella que en cualquier narrativa local instrumentalizada de género.


Romper el hechizo (1979), de Jack Zipes


Jack Zipes es uno de los más insignes especialistas en el estudio del cuento de hadas, ¡y aún está activo! Su corpus aborda una gran cantidad de libros, pero no existen muchos traducidos aún al español. Previamente, había leído la traducción de El irresistible cuento de hadas, editada por el Fondo de Cultura Económica, pero este volumen no me interesó tanto porque desarrollaba un enfoque que no termina de gustarme de ciertos libros académicos del área literaria: análisis específicos de obras, antes que capítulos de teoría.

Felizmente, Romper el hechizo es justo lo que buscaba. Si bien obviamente hay comentarios y glosas de cuentos de hadas específicos, lo que domina la obra es la explicación y caracterización de elementos constitutivos esenciales de este tipo de narraciones, pormenorizando conceptos y paradigmas muy útiles para el estudio general del cuento de hadas, como las distinciones entre cuento de hadas tradicional y cuento de hadas literario o la dimensión política de estas narraciones (tanto en su faceta subversiva como instrumentalizada).

Zipes es un especialista de orientación marxista, así que naturalmente muchas de sus ideas en torno al cuento de hadas se ven marcadas por esta visión. Me llama mucho la atención, de hecho, su reparo hacia la presunta universalidad del cuento de hadas y su énfasis, en cambio, en las circunstancias contextuales o antropológicas específicas de ciertas comunidades premodernas que favorecieron el cultivo de determinados temas o motivos de estas narraciones. Otro aspecto muy intrigante de Zipes es su apasionada vocación crítica. El capítulo que dedica a criticar la clásica propuesta de Bruno Bettelheim con su The Uses of Enchantment (que en español conocemos con el feísimo título de Psicoanálisis de los cuentos de hadas) es tremendo: da para pensar que ya nadie debería citar en serio a este pobre hombre, por la rotundidad con la que Zipes lacera algunas de sus principales ideas.

Pero el capítulo que más me interesó fue el que el especialista dedica a un análisis comparativo entre las propuestas de J.R.R. Tolkien y de Ernst Bloch, filósofo marxista. Tenemos que situarnos en contexto: este libro de Zipes se publicó originalmente en 1979, poco después de la muerte del propio Tolkien, cuando no era tan habitual estudiar en la academia normativa a este autor, y cuando la tendencia orillaba a la izquierda, aún más que ahora, a injuriarlo solo porque sí.

En este caso, si bien el análisis literario que Zipes dedica a El Hobbit es horrendo, el académico sí ofrece una seriedad sorprendente al desarrollar su comparativa, demostrando una comprensión nítida de la conceptualización de Tolkien sobre la Fantasía en On Fairy Stories y valorándola en algunos aspectos. Más llamativo aún me parece su nexo con una persona que tendría que ser su opuesto, Bloch, y que sin embargo ofrece, desde su propio marco ideológico, visiones que hermanan con la Fantasía. Por lo pronto, me dieron muchas ganas de explorar la obra de este filósofo, y le agradezco a Zipes su contribución a crear estos puentes acaso insólitos.

Aunque naturalmente ya han pasado muchos años desde la publicación original de este libro, me parece que es un valioso trabajo para adentrarse en algunas generalidades teóricas del cuento de hadas y cruzarlas con las de la Fantasía.


Realismo

Tiempos difíciles (1854), de Charles Dickens


He leído poco de Dickens, pero lo poco y nada que he explorado de su autoría me ha gustado bastante. Ahora bien, esta en particular es una novela muy extraña, al menos dentro de la producción de Dickens que conocía. No sé si habrá influido en algo mi edición específica, de Espuela de Plata, una editorial independiente española, que además traducía los nombres propios de los personajes. Le perdoné esa práctica que detesto porque tradujeron Coketown como Villahulla y amé ese topónimo. También me gustó que Sissy fuese aquí Celia. Lo que no les perdono es que la edición tenga tantas erratas: faltan numerosos guiones de diálogo y signos de puntuación, lo que fastidia la lectura.

Como sea, traducciones y erratas aparte, esta novela ofrece un elocuente caso de un fenómeno al que me he referido otras veces (de hecho, en el comentario de los ensayos anteriores; escribí este texto mucho antes, y ya saben que repito mis ideas principales una y otra vez): narraciones de pretensiones miméticas que sin embargo expresan con mayor nitidez y honestidad un espíritu de fantasía que varias populares novelas de fantasía comercial. 

En este caso, la voz narrativa se plasma explícitamente a favor de la imaginación y la maravilla para la educación intelectual de los niños, relatando las nefastas consecuencias en la adultez de quienes se ven criados desprovistos de este légamo formativo: los malogrados hermanos Louisa, emocionalmente anulada, y Tom, devenido en farsante. Ambos jóvenes son producto de las enseñanzas utilitarias de su padre, Thomas Gradgrind, cuya presunta efectividad se ve resquebrajada a medida que el argumento se desenvuelve a la Dickens: con mucho melodrama, conversaciones intensas y las vidas de muy diversos habitantes de Villahulla (burgueses, circenses, obreros) entrelazadas por una narración maestra, que retoma todo cabo suelto hacia el final.

Junto con las vívidas descripciones de la ciudad, el tratamiento de los personajes es una de las grandes bazas de esta obra. Dickens consigue articular unos magníficos antagonistas, tan insoportables y despreciables que llegas a desearles el mal a través de las páginas. Por contraste, claro, hay personajes que son pura bondad y tragedia, pero también otros con más matices e incluso amagos de arcos de crecimiento.

Mi personaje favorito resultó ser uno que aparece muy poco: Sissy/Celia Jupe. La clave del espíritu de Fantasía de la obra, para mí, reside en ella. Inmune a la formación utilitaria por su trasfondo circense (excelente elección de imaginario, por otro lado: el caos estilizado del espectáculo como reverso del orden artificial), la niña reaparece en la historia como joven para proteger y auxiliar a los hermanos Gradgrind (y a otros personajes aledaños) de diversas maneras. Ella es la gran esperanza de Louisa: un hada madrina en un mundo sin magia.

Tiempos difíciles desemboca en un final agridulce. Como es de esperar en una novela de Dickens, los malos sufren su merecido y los entuertos se enderezan, pero muchos buenos quedan rotos más allá de la restauración. Hay cosas que el realismo en sí mismo (y, por extensión, la propia realidad) no puede intervenir. Pero ahí están los párrafos finales de la novela, que retoman la celebración de los cuentos de hadas, la imaginación y todo lo que es hermoso, aunque esa belleza persista solo en Sissy y no ya en quienes más la necesitarían.

Cuánto hubiera podido hacer Dickens en Fantasía. Y cuánto, pese a todo, ha hecho por ella sin escribir desde ella, sin recurrir a sus textualidades propias.


Nosotros, los ahogados (2006), de Carsten Jensen


Uno de mis grandes descubrimientos del año. Aunque quizá este fue el más inesperado, en la medida en que no había nada imaginativo (en principio) en una obra como esta. Sin embargo, uno de los realismos que más disfruto es, precisamente, el decimonónico, con vuelcos hacia la aventura, pues es ese marco indómito el que estimula mi imaginación. Claramente, el tratamiento de realidad de esas obras se aleja mucho del realismo contemporáneo que me peor me sienta, y me lo acerca más a mi sed de viajes y desafíos de la Fantasía más odiseica.

Nosotros, los ahogados es una propuesta contemporánea según el estilo y la forma de este tipo de obras a las que he aludido, de autores como Jack London, Herman Melville o Joseph Conrad. En sí, ofrece la historia de la ciudad portuaria de Mastral, en Dinamarca, a lo largo de tres generaciones centradas en la familia Madsen: Laurids, el padre, Albert, el hijo, y Knud Erik, el protegido de este último. Cada sección de la novela, sin embargo, aborda un enfoque diferente para presentar el progreso (o decadencia) tanto de la ciudad como de sus personajes, hasta el punto en que podía sentirse cada uno de estos apartados como una suerte de novela autónoma, de un género diferente, que pueden ensamblarse entre sí para redondear una historia más abarcadora. Así, desde las guerras de los adultos a las travesuras y crueldades del mundo infantil, pasando por verdaderas peregrinaciones marinas y complejas discusiones socioeconómicas o románticas, esta historia parece pertenecer a aquella categoría de “novela total”, en la medida en que es extensísima, tiene muchísimos personajes que van creciendo en el tiempo y en el que variadas expresiones de la vida humana parece tener cabida en ella.

Me encantan las historias de marineros y del mar, porque pertenecen a un mundo anacrónico y muy masculino que no podría estar más lejano a mí. El mar y su cultura en sí mismos se codean protagonismo con la propia Mastral, ciudad que al mismo tiempo crece y decrece según el progreso y la mirada que le asignemos a este.

La narración de Jensen es una maravilla que contiene y potencia todo esto. No solo ajusta su tono a lo narrado; también tiene el mérito de ofrecer una prosa que sabe ser dura cuando lo necesita, pero que también se abre a la introspección y a la ocasional belleza, sin florituras innecesarias. La disección sicológica de su galería protagónica me pareció buenísima, pues conocemos diversos prototipos de caracteres y cómo estos se enfrentan, a sus propias maneras, según sus propias ideologías, a un mundo cambiante.

Al respecto, me pareció particularmente llamativo el tratamiento de Klara, la madre de Knud Erik, pues su cruzada personal contra el ethos marino está abordado de una manera feroz. Un problema habitual de estas historias muy masculinas es que los personajes femeninos suelen resultar insuficientes, tributando a la mirada reduccionista y genérica que suelen tener algunos hombres hacia las mujeres. Aunque Nosotros, los ahogados sea una novela ante todo sobre hombres, y aunque su retrato de algunas figuras femeninas sea normativo, personajes como Klara al menos esbozan el drama interior de una mujer joven que recurre a los tejemanejes del poder socioeconómico e intelectual para atacar aquel destino masculino que ella tanto aborrece: el de los marinos perdidos en el mar, y los restos de sus familias huérfanas, mutiladas, sufrientes.

Es esta una novela preciosa, en ocasiones graciosa, dura y triste, como la vida misma. En tiempos en los que el oficio marino parece cada vez más una anomalía, además de su distancia sexista, me parece una estupenda oportunidad para aproximarse a su otredad desde una obra soberbiamente escrita y un estupendo testimonio de lo que puede lograr el realismo contemporáneo cuando deja el narcisismo estético a un lado.


Heaven (2009), de Mieko Kawakami

Qué dolor esta novela. Sabía que me enfrentaría a una obra difícil al saber que trataría del bullying, pero me impactó igualmente, tanto por la crudeza física de ciertas escenas (atención, lectores muy sensibles) como por las filosofías subyacentes a algunos personajes.

En esta historia, conocemos la extraña amistad, primero epistolar y luego presencial, entre dos jóvenes víctimas de abuso de parte de sus compañeros de curso: el narrador, agredido por ser estrábico, y Kojima, agredida por su aspecto zarrapastroso. Supongo que hubiera sencillo abordar esta premisa de una manera más genérica, que se hubiera concentrado justo en los gatillos emocionales, pero Heaven hace otras cosas. Te emociona y te deja mal, en el suelo, pero a través de otros recursos narrativos.

Primero, sorprende la lucidez introspectiva del narrador. Con una voz sólida y muy profunda, sin sentirse nunca demasiado sofisticada o quejumbrosa, conocemos el intenso transcurrir mental del personaje mientras experimenta agresiones, las ve en Kojima, o cuando está con ella en escasos momentos de privada paz. Aunque conocemos algo de la vida familiar del narrador, vemos que, salvo quizá hacia el final, está bastante solo. Entiende que no puede revelar estas situaciones, o que quizá no tiene las palabras para darle forma. Al respecto, la novela trabaja muy bien ese efecto que he visto en otras historias japonesas, no necesariamente literarias: crear la ilusión del colegio y sus redes como un espacio cerrado y autorecursivo, un microuniverso o parasociedad, en el que no parece poder penetrar nada ajeno, aunque sea salvífico.

Por otro lado, tenemos a la enigmática Kojima, quien ha adoptado la suciedad y descuido corporales como parte de su ideología íntima, por una historia familiar personal. Kojima es una joven que busca recargar de sentido todo lo que tiene a su alrededor, incluyendo su amistad con el narrador, a veces de maneras excesivas. Su búsqueda de una exégesis de la agresión es terrible, porque suena demasiado cercana, aunque sus conclusiones resulten distantes en su propia abnegación. Me ha parecido un personaje aterrador a su manera.

Gracias a ella, se entiende mejor entonces el contraste que se crea con la ideología de Momose, uno de los matones del narrador, quien en un momento le comparte, con escabrosa tranquilidad, sus motivaciones para agredirlo junto con sus compañeros. Sería tentador identificarlo como una persona con un trastorno de personalidad antisocial por sus palabras, pero la narración nos muestra que hay una complejidad mayor al diagnóstico sicológico concreto y que solo es posible por el arte, la literatura: acaso, cierta banalidad (estilizada) del mal. Donde Kojima recarga sentido, Momose lo difumina, y en esos dos polos terrible oscila el discurso de la novela.

Kawakami ha hecho un trabajo impactante con esta obra, y me ha dejado algo rota. Una buena fractura, por lo demás, pero tan, tan dolorosa.


Fantasía

Ciudad Victoria (2023), de Salman Rushdie 


Esta obra ha sido catalogada como de “realismo mágico”, que es el rótulo genérico que se le da a las obras con elementos imaginativos no asociables enseguida a la ciencia ficción y que han sido escritas por autores normativos o importantes. En realidad, está más cercana a la Fantasía al ser una suerte de epopeya moderna, o derechamente un trabajo mitopoético. Rushdie no es un advenedizo en este tipo de historias, por lo demás: Harún y el mar de las historias (1990) y Luka y el fuego de la vida (2010) son aproximaciones metaficcionales ambiguamente infantiles a la importancia de las historias, desde una propuesta afín a la Fantasía y al cuento de hadas literario.

En Ciudad Victoria, Rushdie emplea una vez el marco metaficcional para explicar que la obra es una reescritura simplificada de la epopeya india Jayaparajaya, escrita por la propia Pampa Kampana, heroína de esta narración y fundadora de la ciudad homónima del título. En este interesante cruce entre historia real e imaginación mítica (el imperio Bisnaga de la obra está inspirado en el imperio real de Vijayanagara, de los siglos XIV y XVI) se plasma esta curiosa aventura, en la que seguimos la vida de la protagonista desde que es niña y adquiere de una diosa, tras el suicidio colectivo de las mujeres de su comunidad, el ambiguo don de la longevidad.

Pampa alzará Ciudad Victoria desde unas semillas, pero estará condenada a nunca poder asumir el control total de su creación, debiendo resignarse a actuar tras bambalinas a lo largo del tiempo. Esto le permite a la narración introducir una mirada que podríamos considerar protofeminista, pues Pampa es claramente una mujer excepcional y autónoma (poderosa, en pleno control de su sexualidad, inteligente, etc.) constreñida por la estupidez patriarcal. Ahora bien, no ha terminado de convencerme el enfoque del autor para remarcar esto, pues recurre al cansino enlodamiento de la figura masculina para resaltar, por contraste, a la femenina. Al menos la visión completa no es tan maniqueísta, pues destacan personajes masculinos sensatos y unos femeninos muy pérfidos.

Pampa misma es un gran personaje, que en su arco padece un motivo muy propio de la fantasía: el efecto del tiempo en alguien que prácticamente no envejece. Vemos el dolor de la mujer al ir perdiendo poco a poco a aquellos a los que ama (incluyendo sus hijas), su frustración al no poder nunca mantener Ciudad Victoria en un esplendor estable, o su propia tristeza enquistada.

Lo que más me ha gustado de la obra han sido justamente estos aspectos que la aparentan con la Fantasía, desde este tipo de temáticas ligadas a la imaginación que permean diversos episodios de la obra, y la manera en la que todo esto se cruza de manera orgánica con la destacada dimensión política de esta narración. Por supuesto, al venir de Rushdie, esta también es una historia en la que una vez más se nos insiste en el poder de la palabra, de las historias mismas, como refugio, resistencia y redención espirituales y políticas. Pampa escribe su historia, que es también la de Ciudad Victoria, y logra sobrevivirla, porque eso es lo que se supone que hace la literatura.

No deja de ser impactante pensar que esta novela se publicó poco después del horrible atentado que sufrió Rushdie y que le hizo perder la visión de un ojo. Es estremecedor compararlo con el propio martirio físico que sufre Pampa hacia el último tramo de la obra, por razones homólogas al ataque de su autor: intolerancia ante el otro, brutalidad, deshumanización. Por fortuna, pese a sus heridas, Rushdie ha sobrevivido y ha seguido escribiendo.

Ciudad Victoria, pese a su nombre ampuloso y en última instancia engañoso respecto al verdadero destino de su comunidad, es también el testimonio del triunfo último que espera a la palabra narrativa y artística y a las personas que, como la ficcional Pampa o el muy real Rushdie, les han dado forma.


El hombre que hablaba serpiente (2007), de Andrus Kivirähk

Esta novela de formación nos cuenta la vida de Leemet, el último descendiente de una comunidad cazadora-recolectora de Estonia que puede comunicarse en serpéntico, la lengua de las serpientes. Desde su infancia hasta su vejez, conoceremos todo tipo de aventuras y penurias de Leemet junto a su familia, la comunidad y otras criaturas del bosque, así como sus tensos encuentros con la “civilización” cristianizada, representada en un pueblo aledaño.

Es una novela fascinante por muchas razones. Una de ellas es la variedad de tonos narrativos. Al principio, predomina la aventura, el humor y descubrimiento, que permean la formación de Leemet en las tradiciones de su gente. Pero luego, a medida que su comunidad entra en decadencia cuando el joven crece, el tono va mudando a la tragedia.

Como novela de Fantasía, vemos que el autor se basó en la tradición folclórica y mitológica de Estonia para la creación de elementos de la comunidad de Leemet. Pero lo más importante es la discusión ideológica que, desde la fantasía, se plasma en la obra.

Esta es una historia de dos mundos enfrentados: la tradición menguante y el progreso devorador. Pero la obra no idealiza una para demonizar la otra. Más bien, se atreve a criticar la superchería y la violencia del prejuicio en ambos mundos. Así como los pueblerinos atacan las serpientes (seres parlantes y conscientes) por creerlas esbirros del demonio, el chamán de la comunidad pretende asesinar a una muchacha para aplacar a dioses inexistentes. Solo el serpéntico es hermoso y real.

En medio de estas tensiones, Leemet termina como un último y estéril baluarte de su gente. Parafraseando el título de una obra de Bodoc, aquí vemos cómo el elegido, el que habla serpéntico, se queda en su soledad. Y nosotros sufrimos su desamparo, luego de acompañarlo en tantas tropelías por los bosques, el pueblo y su vida entera.

En suma, es una novela hermosa y triste, a la que quizá solo le reprocharía el registro excesivamente coloquial, con españoladas varias. No sé si eso será responsabilidad de la traductora o si ya se apreciaba en el original. Como sea, es una historia muy recomendable, y (spoiler) curiosamente eucatastrófica en su final.

(Este comentario es notoriamente más breve que los otros porque lo recuperé íntegro de mi post de Instagram para difundir la obra. Como la leí al inicio del año y no tomé notas, no sentí la confianza suficiente como para ampliar el texto)


El castillo a través del espejo (2017), Mizuki Tsujimura


Una novela juvenil tiernísima cuya experiencia de lectura me supuso el reverso de Heaven. Ambas abordan los temas del acoso escolar, la sensación de no calzar con tus pares (impuestos por contexto) y el delicado encuentro con otros jóvenes que están pasando por algo similar, pero obviamente el marco de Fantasía de esta otra historia le da un matiz de esperanza y dulzura ausente en la anterior.

La premisa de esta novela parece más familiar a un animé isekai o una novela ligera que una Fantasía de portal tradicional: Kokoro lleva mucho tiempo recluida en su pieza, ausentándose del instituto, por un suceso de acoso ambiguo que la deja traumatizada. Un día, el espejo de su cuarto se ilumina y se ve transportada a un castillo, donde encuentra a otros seis niños. Entonces una chica con una máscara de lobo les cuenta que han sido invitados a participar de la búsqueda mágica, extendida durante un año, de una llave que puede cumplir un deseo. Nuevos matices a estas reglas se irán relevando con las páginas.

Pero la novela pronto desplaza el interés en la exploración de este castillo o en su mera naturaleza (al menos en sus dos primeras partes) para ahondar en las vidas e interacciones de los siete adolescentes reunidos, que son muy diferentes entre sí. Pero todos comparten, además de la búsqueda, secretos dolorosos que poco a poco los van acercando íntimamente como amigos.

En principio, la naturaleza de Fantasía de la obra es un tanto ambigua. Pareciera ser que el castillo actúa como una suerte de mundo secundario liminal, cercano a la alegoría, para permitirle a los chicos un espacio seguro donde conectar y comunicarse. Porque ese es uno de los méritos más apabullantes de esta novela: la extrema delicadeza y precisión con la que la narración, muy sencilla en su prosa pero profunda en sus alcances, desentraña la sicología de un adolescente acosado y que se siente en falta ante el mundo. Todas esas vulnerabilidades y ansiedades están ahí, sobre todo en el foco en Kokoro, una joven muy sensible y aguda y que mira con cierta distancia el mundo adulto (con razón). Con el tiempo, vamos conociendo que los otros chicos también tienen sus trasfondos de pérdida e incertidumbre.

Sin embargo, la Fantasía saca la voz hacia el último tramo de la obra, para atar muchos cabos argumentales que parecían sueltos. De pronto, cada pequeño elemento que en ocasiones parecía fuera de lugar y sobre el que los personajes reflexionaban encuentra su posición adecuada en el entramado narrativo. Incluyendo, felizmente, los paratextos con los cuentos de hadas, que en principio parecen más guiños intertextuales o recursos cognitivos que usan los chicos para tratar de entender qué esconde en realidad la existencia del castillo. 

Así que sí: no se dejen engañar. Esta es una novela de Fantasía, aunque el foco parezca en principio más realista o alegórico. Nada de la belleza catártica del final habría sido posible sin un bellísimo acto subcreador y su consecuente acto eucatastrófico.

En suma, una preciosa historia que entibia el corazón y que recomiendo a todo lector que ame y entienda el poder de la Fantasía, que haya sufrido por la crueldad gratuita de otros en el colegio, que haya deseado alguna vez tener un grupo de amigos variado y fiel como en los animés y que haya derramado sus lagrimitas con la escena del sombrero de Mimi girando al final de Digimon Adventure.

(La novela tiene una adaptación a manga en cinco tomos, publicados en español por la editorial Milky Way. También tiene una adaptación a película animada, que espero con mucho entusiasmo llegar a ver).


Historia de los cuatro rumbos (2004 - 2009), de Márgara Averbach


Luego de conocer la curiosa Fantasía de la autora en novelas autoconclusivas (comenté Magias ajenas en mi cuenta de Instagram), tenía muchas ganas de conocer su incursión en esta estética bajo la forma de la saga. Un aspecto que no me terminaba de cerrar de sus propuestas narrativas tenía justamente que ver con la brevedad de sus novelas, que me impedían encariñarme con los personajes y sumergirme bien en sus respectivas aventuras o búsquedas. Me preguntaba si, de contar con más extensión de desarrollo, este aspecto se vería de alguna manera subsanado. Y sí: la respuesta ha sido afirmativa. Ya contaré.

Esta saga aborda una lucha intercontinental para salvar un mundo secundario articulado a partir de los cuatro puntos cardinales: oeste, este, sur y norte. Cada novela se centra en uno de los conflictos que asola cada lugar, a partir del viaje de los cuatro protagonistas iniciales, que parten de la occidental Alera y que van recorriendo todo el mundo juntos. Por supuesto, todo surge en principio como un misterio sobre la decadencia de su entorno, y ello los lleva a un extenso viaje, en el que conocen y se unen a diversos personajes.

Así, Los cuatro de Alera nos presenta el nacimiento de cuatro nuevos magos (Lunte, Emelda, Zana y Damla), la particularidad del escaso poder de magárbol de Damla y su distancia de su maestro Aúnte, antes de decidir emprender un periplo junto a sus amigos para salvar su mundo. La Madre de Todas las Aguas nos lleva al Este, al Collar de Perlas, donde conocemos el conflicto entre la sapiencia de los científicos y la magia orgánica de los legos, que ha propiciado la decadencia de su fuente mágica. El Lugar donde Nacen las Palabras nos arrastra al sur, donde nuestros protagonistas luchan para rescatar al continente de Horizonte Oblicuo y su gente esclavizada de la dominación del norte. Y, por último, El otro lado de la grieta nos lleva a este último punto cardinal, a la tierra del Lomo de Lampala, donde nuestros héroes se unen al movimiento revolucionario Ráfaga para derrocar la tiranía mágica imperante.

Dos elementos característicos de la Fantasía de Averbach se relacionan con el extremo lirismo de su prosa y su conciencia colectivista de sus personajes y, claro, de la propia magia.

El efecto de la prosa de la autora no lo vemos muy a menudo en la Fantasía contemporánea. Si pudiera describirlo de una manera extraña e idiosincrática, diría que se parece a la sensación del post rock, respecto al power metal: se comparten los instrumentos, pero la composición y las capas sonoras y semánticas son muy diferentes. Las imágenes poéticas que conjura la narración y la delicadeza que subyace tanto a las etéreas descripciones físicas como a la interioridad de sus personajes, crean una sensación cálida y a la vez lejana. Decisiones tan sencillas como crear fórmulas específicas de nombre para cada continente (y que a la vez estén entrelazadas entre sí) contribuyen a crear una experiencia de extrañamiento inmediata.

Algo similar ocurre con su concepción de magia: desde verbos rectores que marcan su sentido a actos que se relacionan con el viaje o la comunicación, hay una organicidad comunitaria que atraviesa todo poder en los personajes, que en su faceta protagónica resultan ser bastantes hacia el final de la saga. Aunque siguen construyéndose más a través de la sugerencia, podemos verlos mucho más tiempo en una historia más larga como esta, y conocer así sus pequeños arcos de desarrollo, sus amores y desamores y sus pulsiones personales. Esta experiencia múltiple me recordó, más que a novelas río tradicionales, a la de JRPGs como Final Fantasy 6, en la que el protagonismo, aunque se enfatice en ciertos personajes, es más bien una visión que se construye entre todos los personajes.

Un último aspecto específico de esta serie que quisiera destacar es la crudeza y tristeza que comienzan a apoderarse de ella a medida que avanzamos en los libros. Desde la formación de los magos y un conflicto más localizado con un maestro pasamos progresivamente a luchas sociopolíticas, y a gente cada vez más abrumada por la degeneración moral que ha acarreado, como consecuencia, la decadencia de la magia libre. Es una transformación anómala que se agradece, sobre todo considerando que estos libros se publicaron en la colección escolar de El Barco de Vapor de Argentina, hacia una franja etaria de a partir de 12 años.

Estos libros no parecen ya muy sencillos de adquirir, pero son muy recomendables para conocer tonalidades menos normativas de Fantasía infantojuvenil.


Ritos de primavera (2023), de Carmen Romero Lorenzo

Siempre es una alegría cuando una persona que es además una compañera contingente en las sendas de la Fantasía publica una nueva obra. En este caso, es el turno de esta novela de Carmen Romero, tuitamiga y joven autora española que se estrena en una editorial transnacional con una historia que se escapa del perfil habitual de la Fantasía comercial que abunda en este tipo de sellos, tanto por el preciosismo explícito y no culposo de su prosa como por la naturaleza del conflicto narrado.

Ritos de primavera es una historia de fés enfrentadas, de mujeres, de peregrinajes y, obviamente, de magia. Seguimos, bajo la voz de una primera persona bastante sobria (dicho como elogio), el propio rito de paso de Delia, una muchacha mestiza noble que, tras una infancia y juventud vacías, termina eligiendo el camino de la abjurada fe pagana de su madre muerta. El grueso de la novela corresponde al camino, interior y exterior, que emprende Delia junto a su gruñona maestra Enara, mientras ambas buscan reclutar otras mujeres sabias para fortalecer su castigada religión con un rito consagrado a sus diosas.

Últimamente he estado pensando mucho en el peso de la ausencia de la espiritualidad (bien escrita, no la mera mención de un panteón de dioses) en cierta Fantasía contemporánea, y lo mucho que he disfrutado de este tema en novelas en las que por fin lo he encontrado. En este caso, se aprecia una visión un tanto maniqueísta entre la fe pagana y el Credo, que asumo inspirado en ciertas preconcepciones del catolicismo. Sin embargo, el buen hacer de Carmen permite introducir algunos matices y sincretismos bastante interesantes en esta pugna, entre los que destaco la idea, que he podido articular a partir de algunas reflexiones por la propia Delia, de que el mundo se abre a una libertad de culto; solo debiera estar penalizada la agresión o destrucción del otro en su nombre. Que es justo lo que hace el Credo con las mujeres a las que tilda de brujas, y que es lo que instiga a Delia a continuar su difícil camino.

El foco de esta tensión, en la escala más pequeña de la obra, se presenta a través de una adversaria femenina que encarna mucho de lo que la gente suele odiar del cristianismo desaforado: enajenación, intolerancia e inmisericordia. Por fortuna, la narración permite construirla como un personaje más allá de la caricatura, sobre todo gracias a la forma en la que Delia se relaciona con esta muchacha y que se abre a la lectura arquetípica de una suerte de sombra de la protagonista.

Fuera de ello, disfruté mucho de la manera pausada en la que la narración desplegó este conflicto de cultos y la forma en la que este permeaba las vidas de las personas, así fuesen plebeyos o nobles. Igualmente, me pareció muy agradable la forma en se reapropió de pasajes y personajes de la Materia Artúrica para esta historia. En una nota también más personal, debido a mi afición a las figuras maternas “problemáticas” en la literatura, me encantó el tratamiento de Devana, la madre de Delia, y cómo su presencia fallecida está constantemente presente en toda la novela, como un enigma hecho de retazos de recuerdos. He dicho antes que esta es una novela de mujeres, en muchos sentidos, y Devana no es sino una expresión de una galería de curiosos personajes femeninos muy diversos entre sí, con complejas interacciones entre ellos.

Como soy metiche a veces, he curioseado la recepción de esta obra en RRSS, y me ha causado gracia ver el tipo de reparos habituales de algunas lectoras, que parecen sentirse un poco desconcertadas al verse frente a una novela que ha desafiado sus expectativas comerciales. A mí eso me parece estupendo. Ojalá hubiera más novelas “desconcertadoras” en estos sellos de Fantasía contemporánea.

Fantasistas sub 40: a reventar el dragón desde adentro, como Santa Margarita.


Cuando ellas fueron dragones (2022), de Kelly Barnhill


Estados Unidos, años 50. En este mundo paralelo, existe la “dragonización”: un fenómeno en el que algunas mujeres, sin que se entienda aún cómo o por qué, se transforman en dragonas. Esto ha supuesto un tabú social y se ha empezado a silenciar estas transformaciones y sus ¿responsables?, ¿víctimas? como se ha hecho también con el lesbianismo, la menstruación y otros tópicos “difíciles” afines, vinculados a la experiencia femenina.

Alex es una niña que crece en una familia tradicional llena de sexismos y silencios, salvo por la díscola tía Marla, que obviamente termina dragonizada. La madre es una mujer sometida a su contexto, alguien que sin embargo lleva todo un mundo interior secreto y que resulta un enigma para Alex, hasta mucho más allá de su fatídica muerte por cáncer. El padre es un hombre ramplón y básico que no tardará en revelar la crueldad de su indiferencia al armar otra familia y abandona en el proceso a la protagonista y su hermana Beatrice. Y esta se vuelve, con el tiempo, en el gran sostén de Alex, quien acaba volviéndose su única figura tutelar.

Con el tiempo, y gracias tanto a sus propias experiencias de vida como a las de la más rebelde Beatrice, Alex comprende el daño de la falta de comunicación, sus propias pulsiones y la fascinación prohibida por las dragonas.

Esta es una novela curiosa, dura y tierna. Se ha presentado también como feminista y alegórica, lo que despertó mi suspicacia. Una de las flaquezas que evidencié, desde mi mirada, es que muchos hombres del libro sobre todo el padre de Alex, son unos miserables. No creo que, para resaltar el feminismo y la sororidad, debamos hacer de los personajes masculinos unos malos de cartón. Los hombres patriarcales de la época eran mucho más ambiguos y complejos, incluso si eran objetivamente unos desgraciados: eran humanos. Creo que eso aportó un drama innecesario a la relación entre Alex y su padre, que de tan odiable me dio lástima como estereotipo.

Otra de las flaquezas, esta vez más literaria que ideológica (no, esto es mentira: verán enseguida que también es ideológica), es la naturaleza y desarrollo de las mujeres dragonizadas. De presentarse primero como seres más allá de la sociedad, hacia el último tercio se muestra a algunas (al menos, no todas) regresando y buscando reintegrarse, cotidiana y políticamente, a sus comunidades. Eso me alejó de la belleza inherente de una transformación semejante. Quiero decir: si pudieras convertirte en un dragón… ¿de verdad querrías regresar a, no sé, tu trabajo de oficina? ¿Hablarías en una… conferencia mundial? Ja, ja, ja, ¿en serio?

¿Se podría hablar de una vocación política-feminista en un ser que ya no es humano, y que a lo mejor ni siquiera es ya biológicamente hembra como tal? En cualquier caso, sería otra política u otra cosmovisión, unas incognoscibles para nosotros.

Si la obra plantea que el problema es la constricción patriarcal de la sociedad y propone la dragonización femenina como solución, ¿no tendría que suponer eso entonces no solo trascender tal constricción, sino el concepto mismo de sociedad humana? No necesitas una respuesta tan fuerte para una pregunta tan mundana, aunque sea importante. Si eres un dragón, no tiene sentido arrasar solo con los hombres machistas: ¡arrasa con el mundo entero! ¡Crea tu propio mundo en tu fuego!

De ahí el peligro de la alegoría que subyace a esta obra y a cualquier historia que emplee este tipo de símbolos tan fuertes de estas maneras tan inanes.

El verdadero enemigo no es el patriarcado. Una dragona no es una mujer poderosa. Por favor: hay que leer y pensar más Fantasía. Y hay que ser menos secular.

Ahora bien, tratando de mitigar la decepción que me supuso este enfoque, debo conceder que la novela aborda muchos temas que me tocan el corazón: la relación tensa entre madre e hija y la protectora entre hermanas, las bibliotecas y el conocimiento como lucha política, la necesidad de tomar decisiones y dejar ir lo que amamos, las relaciones románticas entre mujeres… y dragones, obviamente. Dragonas. Bellas y titánicas dragonas de ojos hermosos y escamas relucientes.

Por supuesto, en principio me ha parecido genial el tratamiento de una sociedad reprimida y la seriedad con la que se plantea la dragonización como un símbolo de protesta contra las injusticias históricas de las mujeres. Es una lástima que la propuesta se haya orillado hacia estos derroteros que al menos a mí me parecen desconcertantes. Pero el buen oficio narrador de Kelly Barnhill, que además tiene una prosa elegantísima y una pasión desbordante en la construcción de su historia, ayuda a compensar estos problemas.

Al menos acompañé a Alex en todo su viaje, y el desenlace de este me llenó de dulce melancolía. Al menos eso sí es un efecto de Fantasía.


Babel, de R.F. Kuang

Es esperable que la ficción nos produzca respuestas emocionales intensas, aunque no me esperé llegar a sentir enojo ante una obra como Babel. Las razones más pormenorizadas de esto se enraízan en motivos muy personales, que tendría que explorar por escrito con una minuciosidad y extensión que no son pertinentes en este tipo de entradas, así que omitiré su desarrollo por ahora y abordaré aspectos más generales.

Babel es una novela de tesis que bordea el panfleto. La obra nos narra una forma invertida de Bildunsroman para presentarnos la historia del protagonista Robin Swift, un mestizo arrancado de China para convertirse en un estudiante modelo del Instituto de Traducción de Babel, en Oxford, que termina volviéndose en su contra tras descubrir los horrores que sostienen sus privilegios. La novela pretende disertarnos sobre los males del colonialismo, el clasismo, el imperialismo y el racismo, entre otras atrocidades afines a la Inglaterra de la primera mitad de 1800 (y que se extienden, de diversas maneras, hasta hoy).

Por supuesto, el discurso de fondo es doloroso y certero en la muestra de estos horrores, pero carece de un tratamiento matizado que hubiera podido aumentar la desesperación de su lectura. Gran parte de los personajes ingleses son seres abyectos, que tratan a sus pares no blancos con un desprecio más o menos soterrado según las circunstancias, y cuya valoración de estos es más funcional, como si solo fuesen recursos útiles para el Imperio. Esto predispone al lector a odiarlos y justificar como víctimas heroicas a los personajes de orígenes no caucásicos, a pesar de que algunos de ellos perpetren acciones criminales (o derechamente atroces) a lo largo de la novela.

Si bien la historia intenta presentar otro tipo de discursos, y hace esfuerzos particulares para transmitir la ambigüedad ideológica inicial en Robin, enfrentado entre su original China ruinosa y el esplendor de su Oxford académica, lustrado de sangre, la narración parece incluir estas miradas divergentes solo por protocolo, para insistir en la que se refuerza en la obra y que ya está apuntada en el subtítulo: la necesidad de la violencia como única vía efectiva para poner en jaque al poder hegemónico.

Esta mirada en sí es muy delicada de discutir, pero quiero detenerme ante todo aquí en la forma en la que se despliega en la obra. Robin experimenta una dura radicalización en la historia. Es verdad: la novela es bastante extensa y se toma su tiempo para crear esa sensación de que este proceso es paulatino, forjado a partir de eventos específicos. Pero tanto el protagonista como otros personajes toman ciertas decisiones terribles que parecen muy precipitadas, y más aún sus consecuencias éticas, morales y emocionales. Leemos el dolor de Robin ante todo esto, claro, pero la narración parece presentárnoslo como el sacrificio de un mártir, sin que se aprecie con la nitidez suficiente la posibilidad de que se trate también de una obcecación que ha errado su camino, o que al menos pueda ofrecer un retrato con más claroscuros, como correspondería a un personaje en un contexto así de fascinante y doloroso. La narración aparenta tratar de realizar diversas piruetas argumentales para forzar el sendero de la violencia, sin agotar otras opciones alternativas o adoptar una visión más atípica.

Otro personaje importante (omitiré su revelación, porque forma parte de un giro de trama) experimenta una transformación homóloga a Robin, aunque contraria ideológicamente, pero se aborda de una manera tan pedestre que a mí me pareció más una instrumentalización para probar el argumento de que los blancos nunca podrán entender el drama del "racializado", que en el mejor de los casos serán aliados, y que en realidad esto siempre esconderá la posibilidad de las más horrible traición.

Aunque en este personaje esto se ve de manera explícita, da la impresión de que casi todo el elenco de este libro tiene una dimensión más funcional (en el sentido, quizá, de las funciones de Vladimir Propp del cuento maravilloso) que de figuras humanas propiamente tales. De ahí que incluso organizaciones, ya sea el cuerpo docente de Babel o la propia célula revolucionaria de la Sociedad Hermes, parezcan a veces caricaturas en la exposición de sus ideales.

Estas miradas parecen afines a la discursividad de nuestra generación (millenial) en redes sociales, crítica que ha sido habitual en la valoración de esta novela. No ahondaré aquí respecto a eso en particular. Sí diré que el problema narrativo que me sugiere este tratamiento es que se produce un extraño efecto de anacronismo en la textualidad ideológica de la obra, que dentro de todo se presenta como una suerte de Fantasía histórica-ucrónica ambientada en unas coordenadas espaciotemporales (y culturales) bastante precisas.

La autora confiesa haberse permitido algunas licencias históricas, pero esta quizá es la más complicada, junto con la inefable decisión narrativa de que la presencia de la magia en esta otra Inglaterra no haya alterado significativamente el curso de la Historia universal. Es decir, leemos casi la misma historia de nuestro mundo, solo que con la inclusión de las barras de plata que encierran y proyectan su magia a partir del significado perdido en la traducción de dos o más vocablos. Esta concepción mágica lingüística es fascinante, de lo más fascinante de la novela, pero se ve mínimamente aprovechada. Esto no solo porque haya lagunas argumentales en el uso y alcances de estas barras (un fallo menor para aquellos a los que no nos interesa mayormente el worldbuiling), sino porque no se ahonda en su sustrato ontológico-epistemológico como elemento propio de la estética de la Fantasía.

Para el caso, las barras funcionan y se conciben como mera tecnología, no como magia. No hay presencia alguna de lo numinoso, la maravilla o la sacralidad en este acercamiento, salvo el deslumbre intelectual inicial y reverente de los chicos al descubrir el efecto de las barras. Y esto me ha parecido espeluznante.

Desde luego, se entiende hacia dónde quería ir la autora: hacia una dirección probablemente más cercana a la alegoría para denunciar esa otra cosa espeluznante que es el abuso de los poderosos. La novela es sumamente secular y desacralizada en este aspecto, lo que en sí mismo está bien en la medida en que parece una opción consciente. Pero eso me conflictuó más de lo que esperaba, por mis propias visiones ante la Fantasía. ¿Cuál es la razón entonces de que Kuang haya elegido contar su obra desde la Fantasía? Me pregunté además si esa falta de espiritualidad, ese ateísmo simbólico, no afectará también el desarrollo de las atrocidades de ciertos personajes y su limitado tratamiento en cuanto a consecuencias trascendentalistas, más allá del desarrollo del argumento.

En fin: podría seguir y seguir en esta línea.

Ahora, si critico tanto esta obra, ¿por qué la incluyo aquí? Porque también me gustó. Disfruté y sufrí la lectura. Me hizo sentir cosas, me hizo pensar en mí misma y en mi relación con la Fantasía. Y ese tipo de cosas es lo que pido a una obra de esta estética, por más reproches que me despierte su ejecución desde esa dimensión.

En sí, Babel está muy bien escrita. Su prosa es sorprendentemente ágil, pero no superficial. Hay quienes dicen que tiene problemas de ritmo; yo nunca lo sentí así. Hay partes más lentas, claro, pero estaba tan horrorizada con lo que pasaba en ellas que debía seguir leyendo. En lo personal, me suelen molestar las historias oscuras que elijen una prosa llana y rápida para contarse, pero creo que en este caso funcionó de acuerdo con los propósitos discursivos de la novela. La densa información contextual y política es muy digerible. Sin embargo, aunque su transmisión no deja de percibirse como un gesto medio teatral cuando viene de los personajes, e insustancial cuando viene de las innecesarias notas al pie de página, esto no me pareció un problema. Quizá algún lector más joven que no haya pensado en este tipo de asuntos por falta de estímulos encuentre en esta lectura una primera aproximación a estos temas.

Por otro lado, aunque el cuarteto protagonista sea poco profundo y esquemático, me gustó mucho que la obra insistiera tempranamente en el tono de edad de oro que no está destinada a durar, que más bien habrá de corromperse de alguna manera. Me encanta este tópico en particular, aunque me resulta muy doloroso por experiencias personales. Si bien hubo una decisión específica de la autora para quebrar esta amistad que me enojó muchísimo, es evidente su trabajo previo en la exposición y desarrollo de sus grietas, en contraste con esos pequeños momentos de calma que cada vez se iban difuminando más y más.

Por último, la concepción de la magia de las barras de plata es bellísima. Como dije, detesto que Kuang haya decidido no transformar el mundo de arriba abajo con su inclusión, no lo entiendo, pero bueno: es su historia, no la mía. La constante exposición etimológica que ronda la presencia de las barras también me gustó mucho; me pareció bella, legible y hogareña, como supongo que debería parecerle a cualquier persona humanista con sensibilidad filológica. Está muy bien presentada la tensión en Robin entre el cariño por su estudio y el horror ante el mundo que, a fin de cuentas, lo permite. Y, claro está, destaca también la atrocidad general del mundo académico formal, que es lo que ha llevado a muchos lectores a catalogar esta obra dentro del subgénero dark academia.

Por otro lado, incluso cuando estas explicaciones empiezan a aparecer en momentos cada vez más turbios de la historia, lo que alguien podría considerar como un problema de tono, para mí crea un contraste interesante: así piensa una mente formada en la intelectualidad. De hecho, el pensamiento y el conocimiento ayudan a lidiar con los horrores circundantes. O bien, desde una mirada más desencantada, reflejan la degradación de un personaje que, aun luchando contra el elitismo del Imperio, no puede evitar pensar en lo que este le ha enseñado, porque se ha formado en él.

Uno de mis momentos favoritos de la obra fue el desenlace, pese a su horror, porque siento que ahí Kuang logró rescatar parte del sustrato estético de la Fantasía para crear un final dicatastrófico que, en el fondo, siempre rondó el tejido de la novela. Ese tipo de momentos en las novelas ajenas de Fantasía me entibian por dentro: sean dichosos o trágicos, me hacen sentir menos sola; me recuerdan que hay otras personas que entienden lo importante de la Fantasía, lo que solo ella puede ofrecer

No diré que mi enojo, mi tristeza y mis reparos íntimos ante Babel se vean del todo redimidos ante lo que muestra su desenlace. Pero sí me da esperanzas hacia el futuro de la escritura de Fantasía de R.F. Kuang, que ha escrito esta novela siendo una mujer muy joven, cuando su premisa y honduras apuntaban a que debía ser escrita con una mano más madura.

Ojalá en su futuro como escritora Kuang descubra que el marco ético-estético Fantasía en la ficción permite, precisamente, a diferencia quizá de nuestro mundo real, explorar alternativas salvíficas a la violencia.


Lady Hotspur (2019), de Tessa Gratton


Desconcertantemente, mi lectura favorita del año. Aluciné tanto con esta historia que hubo momentos en que se volvió casi insoportable aparentar aplomo en mi vida cotidiana cuando mi mente estaba explotando en fuegos de colores. Con decir que originalmente había empezado a leerla en un ebook pirata y, llegado hasta cierto punto, hacia la página +400, colapsé y me compré el ejemplar físico aprovechando un descuento generoso de Buscalibre (es un libro enorme, de más de 700 páginas en mi edición, y está carísimo en el comercio formal), lo que me movió a empezarla a leer de nuevo.

Las razones de mi vergonzoso entusiasmo son múltiples, y no todas estrictamente literarias (aunque, en realidad, ¿por qué digo eso? Todo lo no literario se teje también en el texto, ¿no?), pero como este pretende ser un blog más o menos compuesto, me centraré aquí en lo que corresponde: su sustrato como obra de Fantasía, y cómo sus elementos narrativos centrales se encargan de expresarlo.

En principio, es importante consignar el contexto. Esta es la segunda parte de un proyecto que la autora, Tessa Gratton, ha dedicado a reescrituras de obras menos conocidas de William Shakespeare, desde la Fantasía. La primera obra de esta serie es Las reinas de Innis Lear, basada obviamente en El rey Lear. Leí esta novela hace unos años, creo que en pandemia, y me dejó un poco fría en su momento. Hubo muchos cosas que me gustaron de ella, y hoy puedo aquilatar de mejor manera su trabajo prosístico y la hondura mágica de su universo ficcional, pero la distancia del tiempo me ha hecho pensar que quizá no me gustó tanto con el corazón porque muchos de sus personajes me cayeron mal, y hubo muchos desastres y muertes al final.

Lady Hotspur arranca bastante tiempo después de los sucesos de Las reinas de Innis Lear, en el mismo universo ficcional, de modo que algunos protagónicos de esta última historia adquieren aquí matices legendarios. Lady Hotspur se puede leer de manera autónoma, pero creo que eso podría hacer un poco más áspera la experiencia de inmersión, que ya es algo dificultosa al inicio por la profusión de personajes secundarios y la madeja política introductoria. Creo que ayuda mucho tener el marco de la obra anterior, tanto para fines de la ubicación de las naciones en tensión (esto para la dimensión política) como para la comprensión de la vívida concepción de la magia trabajada por la autora (esto para la dimensión de Fantasía). Lo señalo sobre todo porque la obra está llena de interludios que aluden a sucesos y personajes de Las reinas de Innis Lear, muchas veces sin identificación explícita (hasta muy tarde), y eso podría hacer que todo parezca aún más críptico de lo que ya es.

Pero las relaciones entre estas dos novelas trascienden estos nexos narrativos. Creo que Lady Hotspur potencia todos los aspectos que me habían atraído de su precursora, añadiendo otros que fueron de mi plenísimo agrado. Intentaré comentar algunos y vadear el territorio de los spoilers.

Como el título sugiere, Lady Hotspur es una reescritura de Enrique IV, y se sostiene en un molde de genderbending queer. Es decir, tanto los personajes de Hal como Hotspur, originalmente varones, son aquí mujeres, y sáficas. Su intenso romance está al centro de una confluencia de aristas diversas que se intersectan en el corazón de Fantasía de la obra, desde el conflicto político más mundano a la metafísica de las reinos mágicamente tensionados de Innis Lear y Aremoria, con una retahíla de terrosidades, profecías estelares y símbolos arquetípicos que signan a sus tres principales protagonistas y que las entroncan con el destino de su mundo: Hal como el león, Hotspur como el lobo y Banna Mora como el dragón. Algunas vez todas amigas, se crea entre ellas un confuso triángulo afectivo, en el sentido más general y dramático del término. Las relaciones de las tres, entre cada una de ellas con otra, y entre todas juntas, están salpimentadas de muchas ambigüedades, algunas tan luminosas como otras sombrías.

Por otro lado, me encanta cómo la obra presenta la magia: como una fuerza viva, orgánica y siempre presente, con su propia voluntad delineando los destinos humanos. Las voces del viento, la muerte en la cicuta y la resurrección en el agua de raíz de Innis Lear; los santos terrenales, los árboles reverentes y la Fiesta del Revés de Aremoria: todo es muy evocador y agradable de leer, en descripciones físicas y atmosféricas sorprendentemente contundentes para la abulia generalizada de la prosa de novelas gringa de Fantasía contemporáneas. Me encanta, también, la insistencia cansina de las profecías sobre nuestras protagonistas, y cómo ellas y casi todos los personajes se desesperan ante su recurrencia e ilegibilidad, hasta que se entregan a su incertidumbre. Eso es lo que, creo yo, debe hacer la dimensión de Fantasía en una obra que tiene tantos elementos y que a veces parece querer dispararse inexplicablemente por otros lados, mucho más insípidos (cof, cof, Martin): recordarnos que estamos en un mundo encantado, y que aquí la magia y lo humano tienen que caminar juntos.

En cuanto a los personajes, me permitiré ahondar en lo más personal y diré que amé a la príncipe Hal, caballero de Aremoria. Me fascinó su presentación inicial como una mujer romántica (en el sentido “artístico” del término): una bohemia, lujuriosa y borracha, pero también una amante del poder transformativo de las historias y una líder carismática, que comparte directamente con su pueblo. Y, por supuesto, alguien con sus propias sombras, expresadas en una ansiedad desbordante, su conflictiva relación con una madre ausente que espera de ella cosas que no puede entregar, una vulnerabilidad que muchos ven al principio como un yerro y una tendencia a la ideación suicida o catastrofista desde pensamientos intrusivos. Por supuesto, Hal experimenta un arco de decadencia y crecimiento interesante en la obra, a la par que el Hal de Shakespeare, y vibré con cada una de sus muestras de contención y madurez posteriores, sobre todo las más sutiles.

No suelen caerme bien los personajes vividores, pero con ella conecté de una forma sorpresiva y la quise mucho. No sé, la ficción es extraña en sí misma y a veces nos golpea de formas más raras aún. No hay que meterle mucha cabeza, supongo. Como a la magia misma.

Hotspur corresponde al arquetipo de la mujer caballero estándar: fiera, temperamental y leal, pero la obra también se permite escarbar en variados matices emocionales, y otros hasta insospechados, algunos con los que también conecté desde un lugar íntimo. Revelar más sobre las líneas de su arco de personaje sería quizá spoiler, pero me permitiré apuntar que, como toda mujer caballero desde este molde que se precie, es también tributaria de Éowyn, lo que probablemente igual influyó en mi amor por ella, a pesar de mi reproche personal hacia algunas de sus (absurdas) decisiones y acciones.

Banna Mora es la que me ha dejado más indiferente, y quizá la clave sea un comentario de la propia autora sobre su desarrollo: es un personaje que está muy enojado, incluso cuando ya no vale la pena estarlo. Yo ya no estoy tan enojada (creo); probablemente haya visto un reflejo de mi ser pasado en ella. Quizá también influye en que es bastante adusta, desagradable hasta con la mejor versión de Hal, y que más adelante se vincula con otro personaje que me pareció muy insufrible. Como sea, ella se lleva uno de los episodios más bellos de la novela, al final de la primera parte (no en vano su símbolo es el dragón), y conecto también con su búsqueda: dejar de estar escindida, ser íntegra.

Por supuesto, la obra también tiene sus fallos. No está exenta de algunos gazapos estilísticos un poco extraños, casi siempre asociados a elementos cotidianos o sexuales, que yo al menos percibí casi como leves caídas de frame: algo molesto, pero que no arruinó mi inmersión, a diferencia de lo que me pasó con Alas de sangre. También es importante advertir que hay muchos pasajes y diálogos excesivos y medio ridículos, por su dramatismo. Ahora, para fortuna mía, fueron justo del tipo de excesos y ridiculeces que disfruto. Por último, siento que hay una curiosa disonancia entre la ideología de este universo ficcional y parte de los conflictos mundanos de la historia. Sintetizo: si en este universo las mujeres pueden ser tan fuertes físicamente como los hombres, y si en general no son (tan) cuestionadas en sus méritos por razones sexistas, ¿por qué no pueden casarse entre sí? El problema de la descendencia directa se discute en algunos personajes desde alternativas razonables, pero las barreras sociales que les abruman se imponen en principio desde bases que no termino de entender, lo que deriva en diversos matrimonios forzados con dinámicas perturbadoras o incómodas, que se sienten como un añadido intenso (pero acaso innecesario) al drama preexistente, sobre todo por la forma en la que se resuelve todo este lío al final de la historia. Personalmente creo que los diversos perfiles de los personajes ya permitían hacer crecer los roces y las distancias desde sus propias personalidades antes que desde hechos externos impuestos, pero bueno.

Una última nota pertinente: estaba histérica cuando entré en el tramo final. La razón es obvia: Enrique IV es una tragedia, y la forma en la que presenta eso se volvería especialmente atroz en una reescritura en la que Hal y Hotspur estuviesen enamoradas. Estuve rabiando sola porque estoy muy cansada de que la Fantasía se pegue tantos rodeos para evitar la eucatástrofe, cuando esa es su (fíjense bien en la palabra que voy a usar) GRACIA. Es una mácula estructural, podríamos decir incluso.

En 1992, Brian Attebery planteó que la Fantasía solía tener una resolución propia de la comedia, en la medida en que las cosas efectivamente se resolvían de maneras positivas y liberadoras (eucatástrofe), en lugar de los horrores propios de la tragedia, que en su catarsis no alcanza del todo una redención profunda del espíritu (ese es un pensamiento mío, no de Attebery, creo). Entonces, me enojaba mucho pensar que alguien cogiese una historia originalmente trágica, la recontase desde la Fantasía… ¡y siguiese cerrándola de manera trágica! Un sinsentido, a mi sensible juicio. Si vas a comprometerte con la Fantasía, salva al mundo, a los personajes. Salva lo que tenga que ser salvado, por Dios. La realidad ya es bastante horrible por tantas cosas. Dejémosle el derrotismo al realismo contemporáneo.

Mientras pensaba cómo terminaría Lady Hotspur, cuando se presentaba al fin el gran conflicto metafísico, se me ocurrió un giro desde la Fantasía que efectivamente se anunció en la obra, en el momento más crítico… Pero después cambió. Y fui inmensamente feliz, porque no lo hubiese esperado, y porque fue Hal quien dijo algunas palabras clave en relación con esa resolución.

En fin: la quiero mucho a Hal.

Estoy contenta de haber conocido esta historia, estos personajes y esta magia, y haber encontrado en todos ellos lo que siempre busco en la Fantasía, pero que en realidad no sabía que buscaba desde estas formas específicas.



Con esto termino mi recuento anual. Tengo pendientes muchos libros interesantes en mi pila que espero poder ir leyendo a lo largo de 2024, tanto de Fantasía como de otras expresiones estéticas, y algunas relecturas que cada vez se van volviendo más urgentes. 

¡A ver qué depara el año!

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