Estábamos aún sufriendo los efectos del estallido social en Chile cuando nos asoló la pandemia del COVID, a inicios de 2020. Encerrados en casa y mayormente aislados del exterior y de otras personas queridas (salvo por las frágiles redes de Internet), la lectura se volvió un refugio magnífico para reconectar con la humanidad y reencantarla. Así fuese para conocer horrores tanto o más graves que el propio COVID, para sostenerse en historias esperanzadoras, o simplemente para disfrutar del acto mismo de hundir la mente en las palabras, leer fue al mismo tiempo un ancla a la realidad más amplia y un viaje que nos transportó felizmente lejos de las cuatro paredes de nuestros hogares.
Creo que este ha sido el año en que he comprado más libros en mi vida, sobre todo de manera consciente para apoyar algunas editoriales y librerías independientes, que se vieron muy perjudicadas por el encierro. Armé una pila gigante junto a la cama, conformada por una gran variedad de volúmenes, entre pesados mamotretos y pequeños librillos: obras clásicas, contemporáneas, históricas, ensayísticas…
La gran sorpresa fue que este 2020, pese a haber leído unos cuantos libros de Fantasía, solo uno logró llegar a la lista destacada. Me temo que eso se debe a que casi todo lo que leí en el género eran obras contemporáneas, y cada vez me siento más y más lejana de la manera en que se valida escribir Fantasía hoy en día. Incluso un autor relevante actualmente como Joe Abercrombie, a quien tenía pendiente, me dejó indiferente. La voz de las espadas se me hizo una historia adusta y plomiza; no creo que siga con los otros volúmenes de la saga. Su trilogía juvenil, el Mar quebrado, me pareció mucho más amena, aunque terminé valorándola más como historia de aventuras antes que como Fantasía.
De cualquier modo, esta ausencia de Fantasía no me urge tanto como cabría de esperar. Por ahora, tengo otros intereses lectores, y claramente mis expectativas me mueven a buscar otras cosas en obras que se presenten bajo esa estética. Si de momento las encuentro ante todo en otros trabajos, pues que así sea.
Lo anterior ha influido en que mi lista de lecturas destacadas anuales haya quedado bastante curiosa, tan variada como todas mis lecturas de 2020. Debido a que inicialmente tenía muchísimos libros por destacar, más de los habituales en este tipo de entradas, tomé la decisión de centrarme en mis favoritos, pero incluyendo al resto con un comentario más acotado, a modo de menciones honrosas. Me parece que todas estas obras tienen mucho que entregar a lector en su propio derrotero, así que las recomiendo todas.
Vida y destino (1959 / 1980), de Vasili Grossman
Dificilísimo hablar brevemente de esa monumental novela, tanto en extensión (+1000 páginas) como en ambición histórica y literaria. Se podría señalar que sigue los derroteros de la familia Sháposhnikov, junto con otros personajes (soldados, científicos, políticos, etc.) vinculados, y que el eje está en la batalla de Stalingrado. Pero el libro desborda todo intento de síntesis.
Me gusta que esta desmesura permita abordar la guerra desde distintos frentes: combativos, políticos y cotidianos. Sería tentador proponer que acaso la guerra en sí sea la verdadera protagonista y sus numerosos personajes expresiones en los que esta hunde sus colmillos. Pero esta afirmación sería injusta con ellos. Algunos de los episodios más intensos nacen justo de su profunda humanidad: la madre judía de Shtrum despidiéndose por carta de su hijo antes de que la maten los nazis; Zhenia sumida en el infierno burocrático; Liudmila en el funeral de su hijo Tolia, joven soldado; el diálogo entre el blochevique Mostovskói y el enemigo alemán; Sofía muriendo en la cámara de gas aferrada a un niño que la ha convertido en madre en su adiós; las ominosas apariciones indirectas de Stalin; la cobardía final de Shtrum y la certeza de que tendrá que cargar con su responsabilidad de por vida; la reflexión de la matriarca Sháposhnikova cuando acaba la guerra; el bellísimo y bucólico pasaje final, de los mejores cierres de obra que he leído.
Esta es una novela decididamente imperfecta, en la que se advierte un compromiso que trasciende lo estético y que se despliega en lo ético e ideológico. Pero no deja de ser conmovedor que justamente el estilo de Grosman, más bien seco, se abra al lirismo y la emotividad más literarias justo cuando sus personajes se encarnan en las páginas hasta arrancarnos lágrimas.
Quizá ese efecto sea el encuentro definitivo entre ética y estética: la belleza y hondura de esos personajes, que se alegran y sufren, debieran recordarnos que escribimos, ante todo, para traer consuelo a este mundo. Y, concretamente, en casos como esta obra, por la esperanza de que algún día estas tragedias no vuelvan a destruirnos nunca más.
El lobo de mar (1904), de Jack London
¡Mi última lectura del año! De London guardaba bellos recuerdos de Colmillo blanco y El llamado de lo salvaje, y de pronto sentí el impulso de terminar el 2020 leyendo algo de aventura. Me encontré con una obra muy distinta a aquellas, pero tanto o más fascinante por su elegante complejidad.
La premisa de la historia es muy sencilla: Humphrey van Weyden, un intelectual náufrago, termina siendo rescatado por la embarcación Fantasma, capitaneada por el duro Lobo Larsen. La novela, narrada en primera persona por el intelectual, dará cuenta del proceso de crecimiento de van Wyden en un mundo aparentemente muy distinto al de los libros y al pensamiento: el de la vida en alta mar, entre el vaivén caprichoso del océano y la brutalidad primigenia de los tripulantes.
Pese a lo anterior, la novela ofrece un contrapunto muy llamativo e inesperado entre civilización y barbarie a través de un antagonista tan fascinante como Lobo Larsen. Este, además de ser un curtido hombre de mar, es también un pensador autodidacta, con una mirada compleja sobre la naturaleza humana que remite al pensamiento nietzcheano y al materialismo. Las discusiones filosóficas entre Larsen y van Weyden son sumamente atractivas, y están estupendamente engarzadas en la narración de las penurias habituales (mucho más mundanas) del Fantasma, sin que las interpretemos como una disonancia de composición. Antes bien, cabría identificar dos voces en la novela, que nos recuerdan que en realidad el mundo salvaje también conlleva su propia ideología de vida, y que pensamiento y acción son dos caras ineludibles del ser humano como ser íntegro.
Como puede intuirse, esta es una novela principalmente masculina. Sin embargo, existe una coprotagonista: la escritora Maud Brewster, a partir de la cual se forma una suerte de triángulo amoroso con van Weyden y Larsen. Por desgracia, los pasajes en los que el protagonista va descubriéndose enamorado y consciente de su virilidad al momento de protegerla me resultaron ridículos, aunque verosímiles por el tipo de hombre que es van Weyden. De todos modos, Brewster también llega a encarnar la dualidad de pensamiento/acción en el curso de la novela, siendo caracterizada como una mujer intelectual y valiente ante las adversidades físicas. Por ello, el personaje no me pareció malogrado como mujer.
En suma, El lobo de mar me pareció una novela mucho más compleja que lo que su premisa aventurera sugiere, y si bien quizá a alguna eventual lectora pueda resentir la idea de encontrarse con una visión de mundo como esta, la obra está tan bien escrita que puede apelarnos igualmente a nosotras, que también estamos a bordo de una embarcación en medio de una tormenta.
Oliver Twist (1839), de Charles Dickens
Mi primera aproximación a esta obra fue a través de adaptaciones infantiles (cómics y películas), así que ya conocía de manera general su historia. Aun así, leer las constantes penurias del pobre Oliver, que se ve inmerso en contextos cada vez más ruines antes de su redención final, se me hizo muy entretenido, por más morboso que se lea. Me imagino que esta facultad de mantener la atención del lector debe originarse en su naturaleza folletinesca original, que va apilando diversos eventos y que poco a poco va desenrollando la madeja del misterio que envuelve el origen del protagonista.
Me ha parecido muy interesante también la caracterización de los personajes de la novela. Aunque varios de ellos parecen bastante sencillos en cuanto a su condición de “buenos” o “malos”, están retratados con tanto detalle que esto no (me) molesta en lo absoluto. De hecho, siento que es gracias a esta caracterización que podemos seguir con facilidad los diversos hechos de la novela que van condicionando el destino de Oliver, quien hasta cierto punto es más bien un satélite en medio de todo un drama social, capaz de retratar lo más noble como lo más pérfido del alma humana.
Respecto a lo anterior, me llamó mucho la atención el personaje de la prostituta Nancy, quien es víctima de su lamentable contexto de vida, rodeada de ladrones y asesinos. Pese a pertenecer a este entorno, es una mujer compasiva con Oliver, y resulta sencillo encariñarse con ella. De su desenlace en la novela solo diré que es tremendo; me pareció además increíblemente contingente respecto a ciertas luchas feministas. En cierto modo, podríamos decir que el maltrato infantil ejercido contra Oliver, tanto por los criminales como por las instituciones, también es una problemática contingente y extrapolable a nuestra realidad nacional.
He aquí, entonces, otra razón por la que volverse hacia este tipo de clásicos: no solo son lecturas bastante más accesibles de lo que parecen, sino que también siguen apelando a problemas que aún no conseguimos solucionar como sociedad, y que quizá nunca solucionemos. Al menos, en este caso concreto, el niño vejado logra salvarse gracias a su propia integridad y a la red de apoyo de adultos dedicados. ¡Ojalá esa ayuda pueda seguir llegando a los Oliver de nuestras propias calles!
No ficción
Territorios invisibles: imaginarios de la poesía de provincia (2016), Felipe Moncada
En su momento, compartí un hilo en Twitter con algunos dispersos apuntes de lectura personales. A continuación los elaboraré en más detalle.
Uno de los aspectos que más me llamaron la atención de numerosos poetas incluidos en esta selección fue su situación periférica. Varios de los poetas antologados aquí discurren fuera de los círculos de poder de la literatura, y eso incluye a cierta parte de la academia. Pero incluso en los casos en los que se estudian estas obras, siento que el fenómeno es tan complejo que bien podría desbordar estos corsés intelectuales. Ese es el caso, creo, de lo que Moncada identifica como poesía de frontera, centrada en el trabajo poético del pueblo mapuche. Frontera por el peso cultural e histórico de la Araucanía y también por las propiedades de aquel lenguaje: bilingüe en algunos casos (español y mapudungun), mestizo en otros, y muchos desde una mirada centrada en el imaginario mapuche y de lo que implica llevar este legado cultural a la urbe occidentalizada.
Por otro lado, es interesante remarcar también que muchas de las obras poéticas citadas son bastante difíciles de encontrar, pues muchas son autopublicaciones de limitadas tiradas, y por convicción personal. Tal es el caso del poemario Casa deshabitada de Pablo Araya, que el autor construyó como un objeto-libro que replica una pequeña casa que contiene las páginas en su interior. Desde luego, este tipo de materialidad se escapa a la producción en serie habitual del libro impreso, tanto por su precio como por su dedicación artesanal.
En relación con la obra de Araya, otro punto que me resultó fascinante fue el dominio de oficios de muchos poetas incluidos en el ensayo: herreros, carpinteros, alfareros, campesinos. Es decir, hombres vinculados directamente con la tierra, el fuego, el agua, el metal. Con el mundo y la vida.
De manera notable, además, estos oficios cotidianos se replican en el oficio poético. Araya construye una mini casa para sus poemas; Alejandro Lavín, alfarero, concibe la propia escritura poética, de naturaleza por siempre inacabada e insatisfecha, como la modelación del lenguaje o la artesanía como proyecto.
Lavín también ofrece unas claves de comprensión del quehacer literario muy valiosos en estos días de impuesta productividad. Contrario al modelo del escritor que tiene (o debe tener) una producción literaria sistemática y periódica para mantenerse vigente, Lavín defiende una creación más espontánea entre sus obras. Él mismo publicó una primera obra en 1946 y una segunda en 2010. Siento que legados como este nos recuerdan que los caminos de la creación son lo esencial y que la publicación no es más que un hito concreto que se entierra en alguna parte del sendero, a veces de manera presurosa y otras de manera innecesaria. Y que, aun cuando estas marcas sean lo único con lo que contemos los lectores para reconstruir el viaje del artista, su existencia no nos debe nada.
A través de este ensayo, además de quedarme con un muestrario de poetas que me interesaría leer, descubrí muchas visiones sobre el arte literario que quisiera aprehender para mí.
Por fortuna, aunque el libro en sí mismo parece medio invisible, está disponible gratuitamente en formato digital aquí.
Materiales para un ensayo de vida: buenas noches luciérnagas (2017) y Los nombres propios (2018), de Héctor Hernández Montecinos
Héctor Hernández Montecinos suele aparecer bajo la glosa de poeta prodigio y protegido de Raúl Zurita, un perfil que no me interesaba en lo absoluto. Sin embargo, debido a que hay mucho material del autor en Internet, descubrí que posee una fijación con la escritura desmesurada, al punto de que tanto sus poemas como sus libros suelen ser enormes, lejanos a la contención de los de sus pares. Una expresión particular de esta desmesura verbal y creativa es también este proyecto de obra artístico-biográfica en prosa, pensada como trilogía, y de la que hasta ahora existen dos libros.
Ambas publicaciones las disfruté mucho. Un crítico había comentado que HH parecía un narrador más destacado que muchos otros cuentistas y novelistas nacionales, y concuerdo. La manera en la que el autor estructura y desenvuelve su vida personal y su formación como poeta es fascinante y muy envolvente. Los nombres propios se centra en la primera: la infancia, la pobreza de origen, las primeras aproximaciones literarias, el descubrimiento de la homosexualidad, los diversos encuentros y desencuentros con otros hombres. buenas noches luciérnagas se centra en la segunda: el despertar del poeta, la formación académica y literaria, los viajes como escritor.
Las dos obras intercalan diversos tipos de textos: e-mails, conversaciones de chats, discusiones en redes sociales, diarios personales, evaluaciones universitarias y recortes de prensa, entre otros. Este ensamblaje permite construir una narrativa más implícita de lo que cuenta la prosa tradicional de no ficción, insertando la vida de HH en el devenir nacional y en las guerrillas escritoriles locales.
Esto, que en su planteamiento podría leerse como algo que no tendría por qué atraerme, resulta muy bien trabajado en las obras. La lectura de ambos libros es muy placentera, y HH hace un estupendo trabajo construyéndose como persona y personaje en su lenguaje. Como en toda obra híbrida, poco importa determinar cuánto de esto está efectivamente ficcionalizado; ya el acto de rememorar y estructurar teleológicamente la propia vida para escribirla es parte de la ficción. Así, podemos leer estos libros como la curiosa autobiografía de un poeta que, si bien aún es relativamente “joven” para los estándares canonizadores de la poesía, ya posee bastante trayectoria y consagración; o bien, podemos leerlos como novelas de formación de un poeta cuya vida es tan intensa como su lenguaje.
Aunque yo misma me siento muy lejana a las experiencias netas de vida de HH, (desde su inclinación por el mundo bohemio hasta su formación tallerista y sociabilidad con otros poetas), casi tanto como su peculiar obra poética, me encantó leerle en estos dos libros. No necesitamos necesariamente calzar con cierto modelo autorial para valorarlo, y acaso sea también en esa distancia en la que podamos encontrar un nuevo sendero por el que avanzar cuando nos atascamos en los propios.
Antologías de cuentos
Cuentos imprescindibles, de Anton Chéjov
No sé por qué creía que Chéjov iba a leerse distinto a otros rusos. Quizá porque siempre se ha hablado de él como referente del "cuento moderno"(y, por tanto, occidental), y mi visión de lo ruso ha sido siempre más arcaica, más rural, nada relacionada con la modernidad.
Quizá se trataba de un prejuicio, pero al final, en mi experiencia de lectura, Chéjov resultó tan ruso como es posible serlo en su tratamiento de la naturaleza humana. Los suyos son cuentos pulidísimos, bastante mordaces a veces, pero a la vez con una ternura soterrada hacia sus personajes. Esta selección es impecable, además: hay numerosos relatos extraordinarios, la mayoría centrada en sucesos relativamente cotidianos y sencillos que, elaborados por el autor, revelan los numerosos pliegues y complicaciones del espíritu y las relaciones con los otros. En esa línea, creo que destaca en particular la mirada del autor, que siempre sabe encontrar sombras en las comunidades, así sean de alta alcurnia o campesinas.
Puesto que esta fue mi primera lectura del año, mis recuerdos particulares de cada cuento se ven difuminados por la impresión general de la antología; sin embargo, sí se quedaron conmigo algunos relatos puntuales: "El pabellón no. 6", con una sobrecogedora historia sobre la comunicación y los perfiles mentales; "Kashtanka", la historia de una perrita perdida, con focalización en el propio animal; "Enemigos", sobre la tensión entre dos hombres que han perdido un ser querido; “Gente difícil”, un ejemplar retrato de violencia familiar.
Sospecho que Chejov es uno de esos autores que requieren bastantes relecturas para que sus obras calen en nosotros, como sugiere en el prólogo de Richard Ford para esta edición, sobre todo a propósito de la madurez que él asocia a una lectura enriquecedora del clásico cuento “La dama del perrito”. Me resultó muy gracioso comprobar que mi nueva relectura del texto, tras más de 10 años de mi primera aproximación a él, me sigue sin conmover demasiado. Quizá algún día pueda aquilatar también esta historia, pero por lo pronto no me urge mucho no conectar con ella, pues disfruté bastante muchas otras historias de la compilación.
En fin: esta es una obra muy interesante para adentrarse en el autor y para seguir profundizando en la identidad literaria rusa, que es en sí misma un crisol de lo humano.
Antologías varias de Leonid Andréiev
Me acerqué por curiosidad a este autor a través de un archivo digital pirata. El libro me gustó tanto que corrí a comprar todo lo que había publicado del autor en la editorial, que al ser nacional e independiente, ofrecía un precio razonable por cada ejemplar.
Este año alcancé a leer dos de estas antologías: Judas Iscariote y otros relatos y Vida de Vasili Fivieiski y otros relatos. Ambas, en general, trabajan mayoritariamente el imaginario de las reescrituras bíblicas o las inquietudes teológicas, siempre con un gran sentido de espiritualidad y humanidad y a veces también con una estimulante inclinación hacia la herejía.
Escritos con una prosa límpida y a la vez llena de matices, los cuentos que más me impactaron fueron . Me centraré solo en ellos para mi comentario.
En "Judas Iscariote", el mejor cuento que leí en el año, se retrata la vida de Judas junto a Jesús y el resto de los discípulos, narrando desde decidores episodios cotidianos hasta los eventos decisivos que llevarán al primero a traicionar al segundo. Más allá del hecho de que la buena escritura permita darle suspenso a una historia que todos conocemos, la delicadeza de la narración es sorprendente. Engañosamente, podemos empatizar con Judas y su dolor por no ser destacado, como no lo fue en su momento Caín, pero también con la propia nobleza y miseria del resto de los discípulos, y aun con la silenciosa dulzura de Jesús, que es caracterizado como un hombre sumamente enigmático e impenetrable.
En "Vida de Vasili Fivieiski", se reescribe la historia de Job en el personaje homónimo. Lentamente, el hombre empieza a sufrir una degradación vital y existencial tras la muerte accidental de su hijo, y su relación con Dios se ve cada vez más tensa y distante. Sin embargo, a diferencia del texto bíblico, en el que conocemos la apuesta entre Dios y el diablo por el alma de Job, aquí no tenemos ninguna certeza de nada en medio del sufrimiento de Vasili, hasta que el tramo final del relato desemboca en un delirio muy confuso, abierto a distintas interpretaciones.
Por último, el cuento "Lázaro" retoma la historia de Lázaro, imaginando cómo fue su existencia luego de que Jesús lo resucitó. Andréiev adopta una curiosa postura para narrar esta premisa, de modo que su Lázaro es casi una especie de zombi trágico. ¿Quién podría creer que, luego de haber estado un tiempo en la tierra de la muerte, se puede regresar a la vida sin experimentar ningún cambio relevante? En efecto, el Lázaro que vuelve no se parece en nada al que se marchó, y en lo profundo de su mirada yace una oscuridad primigenia que atemoriza a todos los que lo ven. La visión herética entonces hace de la resurrección, que en la Biblia se presentaba como una gracia milagrosa, una horrenda condena.
La lectura de estos maravillosos cuentos me ha descubierto así a un nuevo escritor ruso al que seguirle la pista, por la hondura de sus premisas narrativas y del tratamiento de sus personajes.
Ficción imaginativa
Nuestra parte de noche (2019), de Mariana Enriquez
De mi mejor lectura ficcional del año escribí largo y tendido en una entrada individual.
Aranmanoth (2000), de Ana María Matute
Con esta obra jugué un poco amañada: sabiendo que ninguna de las obras de Fantasía íntegras que había leído llegarían a esta lista, aproveché para retomar la idea de leer esta novela corta de una de mis autoras favoritas, y con ello además cerrar su llamada “Trilogía medieval”.
La verdad es que Matute siempre ha sido una apuesta segura para mí. Durante este año también comencé a leer sus cuentos completos, pero no alcancé a terminarla como para haberla incluido. Ciertamente, un par de cuentos en particular merecen incorporarse a una lista futura, y hubo uno de Fantasía que me fascinó. Sin embargo, preferí quedarme con esta novela y ver qué encontraba.
¿Y qué encontré? Pues una narración muy breve y engañosamente sencilla, una historia familiar que condensa el espíritu trágico de la Fantasía de Matute en sus escasas páginas, casi de cuento largo.
Aranmanoth es un muchacho mestizo, mitad humano, mitad feérico, que empieza a desarrollar una relación compleja con su padre, Orso, y con la esposa de este, la jovencísima Windumanoth. Creo que revelar más detalles explícitos del argumento atentaría contra el descubrimiento pausado y gozoso de todo lo que un texto tan corto como este tiene para ofrecer.
En realidad, podría proponer que se trata de un cuento de hadas literario, con los temas típicos de Matute: la pérdida de la infancia, la dualidad de lo masculino y lo femenino, el viaje hacia ninguna parte, el conflicto entre el mundo feérico y el humano, o el dolor del amor que no está destinado a durar. No diré que en esta novela concreta estén todos abordados de la manera más perfecta, pero sí que esta narración me parece un excelente portal de entrada a la obra de Fantasía de Matute, además de sus cuentos de hadas infantiles. Si La torre vigía en ocasiones se yergue como una novela oscura y desconcertante, y si Olvidado rey Gudú se muestra como una historia titánica, Aranmanoth surge como una aproximación más sencilla (pero no menos hermosa) a la autora.
¿Qué más decir de la obra? Tenía muchas ganas de llegar a ella en esta lista, porque creía que me resultaría la más sencilla de comentar, pero ha sido todo lo contrario. ¡Es difícil replicar la belleza de tal historia! Ahora, además, creo que esto ha sucedido porque, tratándose al fin y al cabo de Matute, muchos de sus trabajos adquieren tal luz de relato antiguo que es como si la propia escritora nos lo contara palabra a palabra. ¿Y quién querría perderse el encanto de una historia revelada de esa manera?
Menciones honrosas
El niño perdido y otros relatos (2012), de Thomas Wolfe
Una maravilla estilística. Es un libro para saborear palabra a palabra, como poesía en prosa (de hecho, tanto en lenguaje como en imaginario me recordó mucho a la obra de Jorge Teillier). Quizá este preciosismo atentó contra la legibilidad de algunos cuentos particularmente nubosos, pero en textos más diáfanos en argumento, como el relato homónimo, se roza la perfección.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (2019), de Tatiana Țîbuleac
Una desgarradora novela sobre una tensa relación entre una madre y un hijo “disfuncionales”, marcada por la violencia y la incomprensión, hasta que la propuesta de pasar vacaciones juntos les revelará muchas cosas.
La rabia del narrador hacia su progenitora es inmensa, y acaso sorprenda a quien haya crecido en una familia más o menos estable. En mi caso, conecté enseguida con el chico, de ahí que mi impacto emocional, a medida que la relación con la mujer iba transformándose, fue muy intenso.
Es una novela muy recomendada si tienes o has tenido serios problemas con una figura materna.
This is How You Lose the Time War (2019), de Amal El-Mohtar y Max Gladstone
Una de las grandes sorpresas lectoras. Mi amiga Mariela González me regaló el ebook junto a otras obras de ficción imaginativa en inglés, y me llamó tanto la atención sus comentarios que me animé a priorizar esta. Fue así como me encontré con una historia tan tierna como osada de dos espías de facciones rivales, aparentemente de identidad femenina, que terminan desarrollando una relación epistolar a lo largo de sus viajes en el tiempo por motivos bélicos.
Sí, es una novela de ciencia ficción. Pero me resultó tan entrañable que ese factor se compensó por completo. Por otro lado, el estilo de la obra me pareció notablemente más elaborado en su lirismo que lo que mi prejuicio asocia a la ficción de género metropolitana. Las cartas de las espías están llenas de bellísimas imágenes y reflexiones delicadas.
Una de las cosas que más me emocionó de la novela fue el vínculo epistolar. Considerando que desde algunos años soy amiga de Mariela justamente por cartas y chats, es bonito recordar la hondura que puede alcanzar nuestras palabras en nuestra unión a los otros.
Johnny cogió su fusil (1939), de Dalton Trumbo
Sí, es la historia cuyo metraje incorporó Metallica en su video "One". La obra en sí es originalmente esta novela antibelicista, que narra en primera persona los calvarios del mutilado Johnny a medida que empieza a recuperar la conciencia y a comprender el horrible estado en el que se encuentra, en medio de muchos delirios que asumen la forma de recuerdos de su juventud.
Desde luego, es una novela durísima, y en gran parte porque la voz narrativa de Johnny está magistralmente construida. Su alocución final es de una intensidad discursiva tremenda, lo que hace que el desenlace se sienta aún más devastador de lo que ya es en sí mismo el estado de una persona así.
Muy recomendada, aunque es una lectura bastante deprimente.
Teillier Crítico (2014), de Braulio Fernández y Marcelo Rioseco (Editores)
Jorge Teillier es uno de mis poetas favoritos. Este libro comprende diferentes artículos académicos, ensayos y otros textos relevantes sobre la obra del autor, que van más allá de las concepciones habituales que asociamos a él desde el imaginario poético del lar. Fue muy esclarecedor leer algunos estudios que ampliaban o complejizaban sus apreciaciones sobre el poeta, y me motivaron a releerlo con más detalle. Esto debiera ser, supongo, uno de los propósitos de estudiar la obra literaria de un escritor.
Locura y civilización (2019), de Andrew Scull
Una historia cultural, desde los tiempos bíblicos hasta la actualidad, sobre las diversas concepciones sobre el mal de la locura. Si bien los primeros capítulos me parecieron algo densos y reiterativos en cuanto a los conocimientos y apreciaciones sobre este problema, una vez que se crea la siquiatría como disciplina la voz del autor se dispara y comienza a ofrecer una ácida crítica hacia diversos métodos de control o “curación” hacia los locos. Esas secciones del texto se vuelven una suerte de paseo de los horrores, y la desazón no hace sino aumentar al constatar, cerca del final del libro, que al menos en la visión de XX la siquiatría está lejos aún de desentrañar el misterio de la mente humana. Sin duda, se trata de un trabajo poco alentador, pero sumamente interesante.
Historias de dragones (1899), de Edith Nesbit
Previamente había leído algunos de los cuentos de esta colección, pero ahora por fin tuve acceso a todos ellos. Como siempre, las narraciones infantiles de Nesbit destacan por su mordaz sentido del humor, sus críticas al mundo adulto y su curiosa imaginación victoriana, que aúna elementos maravillosos con otros prosaicos con gran naturalidad. Hay algunos cuentos que me parecieron superiores a otros, pero en general todos se me hicieron disfrutables y bastante originales. Ni idea si los niños actuales, con sus peculiares hábitos lectores contemporáneos, conectarían con estas historias, pero al menos yo sí lo hice y eso basta.
- 1/08/2021
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