Nuevas reseñas y una entrevista sobre La niña que salió en busca del mar

3/01/2018


Por razones que no termino de comprender, La niña que salió en busca del mar sigue llegando a nuevos lectores. Y es que la novela se lanzó hace mucho tiempo, tuvo una circulación paupérrima y fui fiel a mi resistencia de promocionarla por Internet según algunos populares modos actuales por parecerme estos de muy mal gusto, peligrosamente cercanos a una visión de la creación que no comparto.

Pero he aquí que, cuando ya no se espera nada, surgen agradables cosas inesperadas. En este caso, he recibido dos entusiastas reseñas y una entrevista sobre la novela.


Las reseñas son autoría de dos chicas que conocí hace más bien poco, a propósito de los extraños caminos que nos depara una vida consagrada a la imaginación. Ambas pertenecen a La Ventana del Sur, suerte de émulo chileno de La Nave Invisible en su vocación de difundir el trabajo imaginativo de autoras, y la novela fue reseñada en ese contexto. Soledad Cortés, fundadora, publicó uno de los comentarios más emotivos que alguien ha desarrollado de mi novela, lo que me hace sentir muy feliz y agradecida. Este es el enlace para leer el texto.

Camila Miranda, en tanto, se había ganado un ejemplar de la obra en el evento Escribir y leer literatura de Fantasía de 2016 gracias a sus notables preguntas a nuestra charla. Detesto la tiranía del azar, del spam y de la popularidad en concursos afines, así que yo impuse mis propias reglas para sortear ese último ejemplar, las mismas con las que he conducido mi viaje personal: intelecto y sensibilidad. Camila se ganó mi preferencia absoluta en su intervención, y así la conocí a ella y a su hermana Cristina, antes de que ambas se sumaran al equipo de La Ventana del Sur. La reseña de Camila se articular en dos partes: esta y esta.

Portada de El despertar de las razas.
En cuanto a la entrevista, me la hizo Raquel Laforet, compañera en La Nave Invisible y autora de la novela El despertar de las razas (2016), a través de un cuestionarioSu lectura de mi novela, para mi sorpresa, le dejó muchas preguntas que quiso compartirme. Preguntas excelentes, he de decir, superiores a cualquier entrevista que haya tenido antes, pues denotaban una lectura crítica de la obra, pero sin ahondar en cosas excesivamente complejas. ¡Estoy muy agradecida, Raquel, no me cansaré de repetirlo!

Por lo mismo, le pedí permiso a la autora para publicar por aquí mis respuestas, adaptadas precisamente a un formato de entrevista editada. Lo que comento en ellas habla mucho de algunos eventos importantes del argumento. En el caso de un evento en particular, lo advertí como spoiler en el texto por su importancia en la historia.

Esperaría que la lectura de estas preguntas y respuestas pudiera iluminar algunos pasajes de la obra, aunque las publico aquí ante todo para mí misma, para no olvidarlas.

En fin: muchas cosas buenas que compartir sobre La niña que salió en busca del mar. Gracias a todos los que tuvieron la voluntad de entregar parte de su tiempo y de su corazón a esta historia, y sobre todo a aquellos que, como estos lectores, se animaron además a dedicarle algunas palabras .

[Listado completo de reseñas de la novela aquí.]



R: En primer lugar hay algo que me intriga por mi falta de conocimiento, ¿en qué se diferencia exactamente la literatura juvenil de la infantil para que catalogues tu libro como lectura infantil?

P: A partir de lo que he ido estudiando, diría provisoriamente que no existen diferencias lo bastante claras. Esta taxonomía ha sido muy discutida y revisada en la academia, aunque existe cierto consenso respecto de determinados usos estilísticos y temas que se asocian con mayor seguridad a un sector o a otro. Por otro lado, el dominio lingüístico es también importante, lo que nos explica, por ejemplo, por qué los primeros lectores no pueden leer libros muy complejos léxica o sintácticamente, pues todavía están conociendo el código. ¡Incluso existen libros para bebés!

Sin embargo, si nos vamos a esa difusa frontera que media entre el niño y el adolescente, la cosa se complica bastante. Hay que recordar que estos conceptos, tal y como lo entendemos hoy en día en Occidente, con más o menos matices, son constructos sorprendentemente recientes. Antes, el niño se consideraba como una persona incompleta, que solo alcanzaba su plenitud en la adultez; la adolescencia no existía como etapa de vida. Por lo mismo, se obviaban los problemas e inquietudes propios de esas fases. El hecho de que ahora reconozcamos que existen los niños y los adolescentes implica que ahora ambos —en teoría, al menos— debieran estar en un contexto en que puedan desarrollar de manera particular su identidad y sus formas de expresión distintivas. La literatura infantil y juvenil, por tanto, pretendería inicialmente recoger estos aspectos específicos y darles voz a través de lo literario.

Ahora, en un ámbito personal, me siento muy contrariada ante este afán de empaquetar obras en ciertos rangos etarios, de maneras rígidas. Esta es una práctica muy común en las editoriales especializadas en LIJ, más que nada por fines educativos. No es algo malo en sí, pero me parece muy restrictivo. No todos los niños poseen el mismo nivel de lectura, por más que vayan en un mismo grado. Y nosotras mismas, como adultas, disfrutamos obras infantiles y juveniles. Creo que la lectura tiene más que ver con un asunto de imaginario, conocimiento de mundo y dominio lingüístico personales que con un factor meramente cronológico, que agrupe a lectores de muchos perfiles distintos sólo porque compartan edad. 

Como autora, no escribo pensando en niños o en adolescentes de una edad concreta, ni trato de adaptar meticulosamente mi estilo y mis temas a lo que supuestamente ellos desearían o necesitarían leer entonces. Tampoco escribo para la niña o la adolescente que fui, algo que dicen muchos escritores y que alguna vez creí también mi respuesta. Escribo para la persona que he sido siempre: alguien que ama las historias de verdadera Fantasía.

En relación con esta novela, al publicarse originalmente en una editorial que no es especialista en esta línea, no tuve discusiones sobre su clasificación. En su momento la presenté como infantil porque creí entonces que un buen lector niño, particularmente sensible, podría disfrutarla tanto como yo, aunque la leyera de manera distinta. Y como novela infantil ganó los Fondos de Cultura, el concurso público gracias al cual se pudo editar. Sin embargo, el catálogo de la editorial la incluyó en la sección de Narrativa general. 

Ahora bien, he realizado un acotado seguimiento de algunos lectores de la novela y hay de todos tipos y edades, lo que ha propiciado una diversidad notable de lecturas, bastante para una historia sencilla que tuvo una pésima circulación. Por todo lo anterior, más que preocuparme de si la consideran infantil o juvenil, preferiría que la reconocieran unánimemente por lo que es: una novela de Fantasía.


Una cosa que me ha intrigado mucho del libro es la figura de los padres, que para empezar no tienen nombre, ¿podrías decirme por qué eso es así? En general cualquier cosa que quieras contar sobre ellos será interesante. ¿Podrías hablar un poco de las figuras paterna y materna en tu novela y lo que representan?

¡No fue algo consciente! Pero, ahora que me lo preguntas, creo que pudo haber tenido que ver con esa extrañeza infantil de reconocer que tus padres tienen nombres propios, igual que tú, pero que debes llamarlos con una forma neutra: papá y mamá. Siento que en ese gesto tan sencillo hay mucho significado. Para empezar, implica una relación asimétrica de respeto, de distancia. Considerando que Adriana tiene que someterse al principio a las decisiones de su padre respecto de la mudanza que origina el conflicto de la historia, y que en ocasiones le cuesta entender los pensamientos de su madre, me parece que es acertado velar los nombres propios de ambos progenitores. De este modo, se replica en el lector esa sensación de distancia y frustración que siente Adriana a lo largo de la novela. No sabe lo que de verdad sienten o piensan sus padres; para ella son figuras amadas, pero lejanas, a las que debe obedecer aun cuando tenga reparos ante sus decisiones.

Naturalmente, las cosas cambian hacia el final de la historia. Y si bien ni ahí se revelan los nombres de los padres, siento que Adriana ha podido comprender sus motivaciones para entonces, salvando las naturales distancias de la edad. De alguna forma, creo que ha llegado a descubrir algo más importante que sus nombres de pila: sus nombres verdaderos, aquello que los define y los hace ser quienes son, con todas sus virtudes y defectos. Aquello por lo que ella los ama a pesar de todo.

En cuanto a cosas sobre los personajes, debo decir que el de la madre es mi favorito. He estado escribiendo ese perfil materno en mis historias por muchos años, centrado en su compleja relación con la figura de la hija. El capítulo “La memoria de la que renunció al mar”, que corresponde al corazón de la novela, se lo tuve que entregar a ella. Nunca he sido de planificar mis historias, así que fue una emocionante sorpresa cuando la voz de esta mujer inundó la novela. Fui muy, muy feliz. Sentí que tanto Adriana como yo teníamos al fin la posibilidad de adentrarnos en su esquiva intimidad.

La misma Adriana me resulta muy extraña aún hoy. Hubo algunos lectores que tuvieron mucha curiosidad por descubrir su verdadera edad, a partir de su forma de pensar y hablar. ¡Pero no escribí a Adriana pensando en una niña real! No me gusta la idea de que los personajes infantiles tengan siempre que reflejar con exactitud los modos de los niños de verdad, y que si no lo hacen se lean como personajes mal escritos. Además, pareciera que lo que está implícito en esa idea es que los niños no pueden comunicarse de maneras complejas o serias. En fin: me gusta que los niños de ficción no sean realistas, sino verosímiles dentro de su propio universo.

Claramente, Adriana es muy distinta al resto de los niños que aparecen en la obra, los de la capital. Que se perciba como una chica extraña, que habla y piensa como si fuese mayor de lo que aparenta, funcionó también como un recurso para caracterizar su singularidad, aunque insisto en que esto tampoco fue deliberado. Simplemente suelo escribir niños desde un modelo personal, más bien abstracto, de cómo me imagino una infancia ficcional estilizada.

No tengo mucho que decir sobre el padre. Esta novela la escribí en un período de mucha incertidumbre hacia los hombres y su ambigua naturaleza. No poder entenderlos me frustraba mucho, así que prefería simplificar las cosas en la escritura trabajando solo con mujeres o con maquetas de hombres. Como consecuencia, siento que el padre es el personaje más plano e irrelevante, por mucho que gatille el conflicto de la obra. Ahora tengo un mayor interés por abordar con más complejidad la mente y el corazón masculinos. Quizá en alguna reescritura pueda adentrarme en la mente de este dulce pero tosco pescador.

Por último, en cuanto a lo que cada personaje paterno representa desde sus respectivas figuras… ¡Pues me parece muy complicado de esbozar! La madre revela su secreto recién en ese capítulo. Antes no tenía idea de qué pasaba con ella. Naturalmente, creo que sí hay en ella un trabajo de representación femenina que retoma algunos aspectos arquetípicos. En este caso, sería algo que me recuerda al mito de Perséfone: la mujer que abandona el mundo estático y se interna a otro mundo, el de la adultez (aquí encarnado en su unión a Hades en el Inframundo), uno tan desconocido como inicialmente doloroso, y que en ese tránsito continuo entre el mundo infantil y el adulto cobra una nueva belleza: las estaciones de la vida. 


En su calidad de sirena, la madre de Adriana abandona el mundo estático del mar y se adentra en el cambiante de la tierra, reino de los humanos. Muchas historias cuentan que las criaturas feéricas no tienen alma y que, por eso, tienden a envidiar a las personas. Muchas historias cuentan también aventuras de estos seres en su transformación en humanos, o viceversa, a través del encantamiento de personas. 

A través de su propia transformación, la madre de Adriana decide un nuevo destino para sí, uno que le trae nuevos dolores y pérdidas, pero también nuevas gracias: un hombre y una hija a los que amar. Faërie no conoce el amor como lo conocemos nosotros, y esa creo que es la clave de estas decisiones, por no decir de nuestra propia naturaleza como seres humanos.

Sobre el padre, no sé bien qué decir. Su inspiración parece ser mucho más prosaica: la figura del hombre que realiza la migración campo-ciudad (puerto-capital) en busca de una mejor calidad de vida, obviando inicialmente las impresiones de su familia. Sin embargo, hay también puntos en común entre él y la madre: los dos abandonan su mundo estático original y se lanzan a la aventura. Por supuesto, el desafío del padre es mucho más miserable: un trabajo cotidiano y genérico, sin ninguna filiación a las tradiciones de su gente. La elección del padre, como queda claro, resulta ser del todo errada y nociva para su familia. Pero, gracias a ella, se posibilita una dimensión nueva en su familia y en su conexión con su tierra natal. El padre regresa al puerto, pero regresa cambiado, al igual que su esposa y su hija. Pero qué cambios en particular ha vivido, es algo que aún debo descubrir… Yo también estoy regresando ahora la novela desde el recuerdo, gracias a ti, Raquel. ¡Han sido muchos años! 


Otra cosa que no tiene nombre son la capital y el puerto, ¿con qué intención va eso?

Ni la ciudad ni el puerto tienen nombres porque nunca pensé en ellos como localidades concretas. Son espacios un tanto arquetípicos, narrados a propósito de manera simbólica para poder desarrollar mejor el tema del viaje, que en esta novela se da tanto a nivel interior como exterior

Una anécdota que comento siempre a propósito de esta historia tiene que ver con un elemento biográfico: yo también viví una experiencia como esta. En 2013, abandoné mi ciudad natal, Viña del Mar, para mudarme indefinidamente a Santiago de Chile, la capital de nuestro país. Si bien nunca he sentido una afinidad particular por Viña en sí misma, sí echaba en falta la cercanía del mar. Santiago está ubicado entre valles, con la cordillera de los Andes de fondo, y aunque su cordón montañoso es precioso bajo las luces arreboladas, siento que no se compara en belleza y sentido de horizonte del mar. Simplemente no era lo mismo. Nada era lo mismo, y se me hizo muy duro adaptarme a vivir aquí. Odio esta ciudad.

Lo curioso es que, mucho antes de estos eventos, esta novela ya estaba escrita. No es como que la capital fuese Santiago y el puerto Viña. Naturalmente, yo no tenía cómo saber entonces que viviría algo parecido a Adriana. El 2013, año de mi autoexilio, fue también el año en que la obra se publicó. Creo que fue una gracia muy bella que me deparó la escritura, pues leer mis propias páginas a la luz de estas vivencias me ayudó muchísimo a consolar mi nostalgia por todo lo que había tenido que dejar atrás. Me hizo entender que en realidad el mar siempre estaría dentro de mí, donde quiera que me encontrara, y que nadie ni nada jamás podría arrebatármelo.


Por otro lado, la fantasía que creas es muy bonita, pero creo que también es muy sutil. De nuevo, ¿por qué te decidiste por este tipo de fantasía para esta historia? ¿Crees que este tipo de fantasía es tan palpable o real como la de dragones grandotes y mal...bienolientes? ¿Cómo crees que influye en una historia el tipo de fantasía que contiene?

Una de las cosas que más me desconciertan en torno a la Fantasía es la visión constreñida que muchas personas parecen tener de ella. Al margen de las ambigüedades del concepto en su acepción literaria, que de por sí ya son un problema titánico, es habitual que la gente entienda esta expresión desde su vertiente más épica por sobre otras manifestaciones tanto o más relevantes. 

De hecho, una opinión frecuente entre los lectores de La niña… es su sorpresa al constatar que no hay aspectos épicos, aventureros o genéricamente mágicos. Al principio me preguntaba por qué la gente esperaría eso de una novela mía, o bien, de una novela caracterizada como "Fantasía" a secas. Ahora comprendo que es porque existe una concepción sumamente limitada de lo que puede abordar la Fantasía y que costará mucho desafiar, por mucho que uno insista en abrir portales a nuevos reinos imaginados. 

Al menos todo mi trabajo crítico y reflexivo entre 2011 y 2015 es bastante claro en una cosa: la Fantasía no se define por su presencia de seres increíbles, sistemas de magia, batallas gigantes contra el ejército maligno, imaginario medieval o nombres extraños, sino por su lenguaje. Esto redunda también en que existan distintos tipos de Fantasía, por supuesto. Incluso, retomando a nuestros amados dragones, esto implica que pueda haber algunos tan disímiles como el astuto Smaug (El Hobbit), o el dandy de "The Reluctant Dragon". Nos gustarán algunos más que otros, evidentemente (Tolkien odiaba los dragones tiernos, por cierto; yo los adoro), pero no podemos negar la existencia y necesidad de todos en las historias de Fantasía. 

Considerar a la Fantasía exclusivamente desde lo épico supone marginar e invisibilizar muchas otras expresiones hermosas, algunas bastante más imaginativas y coherentes con sus principios, como lo feérico. Evidentemente, las historias de Fantasía que cuenta Lord Dunsany son muy distintas a las de Diana Wynne Jones o Verónica Murguía, por ejemplo, lo que necesitaría de unas claves de lectura e interpretación distintas. Sin embargo, eso no hace sino insistirnos en que la Fantasía es un gran reino de muchas comarcas, donde cualquier historia que se exprese con el acento de Faërie merece asentarse entre sus fronteras. Ese es el desafío que, me aventuro a proponer, tenemos ambas como autoras que aman la Fantasía. 

Acaso por todo esto, intentando responder a tus preguntas, no quise inclinarme a lo épico al momento de escribir esta historia. Las dimensiones épicas me parecían demasiado grandes y ampulosas para narrar lo que, al fin y al cabo, es ante todo una historia doméstica, la historia de una familia. Por cierto que los sucesos narrados afectan a toda una comunidad y entierran sus raíces en antiguas tradiciones del pueblo, pero el principal conflicto es el que enlaza a Adriana, sus padres y el mar. 

En todo caso, quisiera aclarar que no detesto la fantasía épica. Es solo que en su momento me desilusioné tanto al conocer los clones mal hechos de Tolkien que tan en vano citaban su nombre como influencia que terminé por apartarme por años de todo lo que sonara épico (en su acepción contemporánea, claro) en literatura, tanto como autora como lectora. Hasta hoy me frustra encontrarme con historias contadas con una prosa correcta pero sin intención ni motivación estética. ¡Ninguno de esos autores parece pensar en los horizontes del lenguaje! Pero ahora entiendo que todo esto no es culpa de la fantasía épica ni menos del pobre Tolkien, sino de la banalidad humana que a todos nos toca, y que a muchos toca desde esta postura neoliberal y utilitaria aplicada a la escritura.

Tengo muchas ganas de volver a lo épico, sobre todo como autora... pero siento que aún no es el momento. Necesito crecer más como escritora, y quizá también como mujer.


Sobre el final hay una cosa que me ha llamado mucho la atención. Bueno, varias que se podrían resumir en la misma. Por partes: ¿Por qué cuando a Adriana le llega el tiempo de decidir es importante que los padres también den su opinión? ¿Y por qué cuando está a punto de decidir es capaz de contemplar las consecuencias de los dos caminos que podría tomar? De hecho, ¿esto es así o es sólo su visión sesgada? Lo que quiero decir con estas preguntas es que si extrapolamos ese hecho al mundo real, a menudo cuando nosotros tenemos que decidir lo hacemos, primero sin conocer todos los hechos porque a veces la gente miente, no te has informado bien, etc. En cualquier caso, es inevitable que nos falte información; y por otra parte, porque conocer las conclusiones con certeza antes de decidir es imposible. Me gustaría que me dieras tu punto de vista sobre esto.

El tema de la toma de decisiones es crucial en la novela. Me parece sumamente importante recordar que los niños también tienen posibilidad de acción y decisión en sus vidas, aunque sea en eventos de pequeña escala. Uno siempre está haciendo muchas elecciones en su vida, en realidad, y quizá mientras más pronto se nos dé la posibilidad de elegir y de entender consecuencias, mejor. Sin embargo, como se trata aquí de una bifurcación en la experiencia de una niña, sentí que lo mejor era darle espacio también a sus padres, que la amaban, para que pudieran acompañarla en ese decisivo momento. Adriana, a pesar de su carácter autónomo, los consideraba siempre; me pareció natural, entonces, incluirlos en este episodio.

Por otra parte, la Fantasía misma es pura elección, pura consecuencia, aunque por lo general no entendamos bien qué estamos eligiendo ni los efectos que tendrán estas decisiones posteriormente. Al respecto, uno de mis grandes temas, tanto literarios como íntimos, es el dilema de Faërie: ¿quedarse o regresar? He esbozado historias que se inclinan por una u otra senda. La historia de Adriana —y, por extensión, la de su madre— se instala en el corazón de esa pregunta

En su calidad de historia de Fantasía, la novela se atreve a plantearle a la niña estos dos posibles caminos con una nitidez casi profética, una que surge desde la propia naturaleza medio feérica del personaje del mar. Ahora, como tú acertadamente apuntas, esto se escapa de los alcances que podríamos tener en el mundo real. Pero ahí está la Fantasía, para ayudarnos a imaginar esas posibilidades. 

Desearía que la experiencia de Adriana pudiera llevar a alguien a contemplar la imaginación como una vía de proyección y así tomarse el tiempo de reflexionar lo suficiente antes de elegir algo importante.

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