Adiós, Liliana Bodoc: despedida a la Madre de los Confines

2/16/2018


Me ha costado muchísimo escribir todas estas palabras, pues llevaba aún tibio el luto de Ursula cuando me enteré de la muerte de Liliana Bodoc. La carta que le escribí a la abuela me salió casi íntegra una mañana entera en la oficina, una que consagré recatadamente a mi dolor. Pero esta despedida a Liliana fue saliendo poco a poco, enmarañada entre mis recuerdos, mis lecturas y el descubrimiento de las palabras de dolor de otros que la amaban más que yo. También, entre lágrimas que no esperé que pudiera llorar.

Si la partida de Ursula fue como si el más añoso de los bosques hubiera entrado en su último sueño, la de Liliana fue como si un rayo descendiera abruptamente, prendiendo fuego a unos árboles que aún no terminaban de entregar todos sus frutos.


La propia Ursula lo había confesado en su discurso de 2014: aun cuando se fue escribiendo, pensando, soñando e imaginando hasta el final, ya entonces se reconocía en el crepúsculo de su carrera literaria. Pero Liliana aún tenía mucho que dar. Liliana acababa de publicar su más reciente novela, la celebrada Elisa, la rosa inesperada, para la que había recorrido la Argentina y tejido en su urdimbre narrativa realismo y maravilla; en sus palabras, esta obra estaría destinada a marcar una nueva etapa suya como autora. Liliana había también publicado recientemente la segunda parte de su nueva saga de Fantasía, La profecía imperfecta, un nuevo y desafiante paso en su poética personal para una Fantasía latinoamericana, obra que además pretendía adaptarse a una película. Liliana acababa de regresar a Mendoza tras su participación en la Feria del Libro en Cuba, y se había difundido ya que la edición de 2018 de la Feria del Libro de Mendoza, donde había pasado la mayor parte de su vida, estaría dedicada a su figura y a su obra.

Liliana apenas contaba 59 años cuando un infarto, ese rayo interno del que ningún relámpago pudo advertir, se la llevó en sueños.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces.
(Amigos por el viento)

La única vez que la vi fue a fines de 2012, en el contexto del I Encuentro Internacional sobre J.R.R Tolkien y fantasy anglosajón en la Universidad de Cuyo, Mendoza. Era mi primer evento académico internacional y yo era aún muy joven. Recuerdo que hace unos meses había concluido mi primer trabajo docente formal, y que la noticia de este encuentro me motivó a volver a lo que era mío: la defensa y celebración por los autores de Fantasía que amaba, labor que ya hacía en una también jovencísima Fantasía Austral.

Allí, allende los Andes, tuve un vistazo de la imaginación en nuestro país hermano. No conseguí intercambiar muchas palabras con los escritores locales; mal que mal, había ido como ponente y, para variar, eso pesaba más en la gente que mi misión personal de ser una suerte de embajadora chilena de la Fantasía. Con todo, pude compartir con la organizadora, Paola Arlotta, con su hermana Alicia y con otras personalidades destacadas vinculadas a la santafesina: el ilustrador Gonzalo Kenny, que había creado un hermoso trabajo gráfico a partir del mundo de la Saga de los Confines, y la autora y traductora Márgara Averbach, amiga y seguidora de Liliana.

Y, naturalmente, conocí a Liliana. Incluso tenemos un par de fotos juntas, además de una dedicatoria en aquel tomo de Los días del venado que me había regalado Emilio y que entonces era el único libro suyo que poseía.

Liliana Bodoc, Doctora Honoris Causa por la Universidad de Cuyo (2016).
Fue en esa misma sala en la que oí su conferencia en 2012. Fuente.

Tras el pesado silencio que se apoderó de mí al enterarme de la noticia de su muerte, pensé en dos cosas. La primera fue en esos días de 2012, en Mendoza. Curiosamente, no lo hice tanto en mi recuerdo personal de ella, sino en el de la gente que estuvo a mi lado entonces, gente que la adoraba. Pensé en el dolor de Paola, que estaba muy nerviosa ante el honor de tener que presentar su charla, porque Liliana era muy importante para ella. Pensé en Gonzalo, que había trabajado afanosamente para darle materialidad pictórica a sus historias, y en esa foto tan dulce de ambos abrazados que ahora circula por muchas partes. Pensé en Márgara, que era su amiga y su compañera y que la veía como maestra a pesar de encontrarse ella también en una liga similar.

Pensé en ellos y en su dolor, que en realidad apenas puedo imaginar.

Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar.
(Los días del Venado. Fuente.)

Luego pensé en Verónica Murguía. "Ahora solo nos queda Verónica", repetí una y otra vez a toda la gente que pude, casi como una salmodia enloquecida, como si quisiera eternizar a Verónica en mis palabras, resguardarla de la mano de la muerte que inesperadamente se le había tendido a aquel otro pilar de la imaginación latinoamericana.

Porque estos últimos años, para mí, habían estado marcados por el dichoso descubrimiento de una Fantasía escrita en Latinoamérica llena de vitalidad, poesía y declaraciones estéticas, hallazgo que jamás esperé en tiempos en los que solo encontraba trabajos locales formulaicos, sin intenciones literarias. Me fascinaba el contraste entre la obra de Verónica y la de Liliana, y aun cuando nunca dejé de reconocer que la de la primera estaba mucho más cercana a mis filiaciones estéticas, nunca dejé de valorar la de la segunda, por mucho que medio mundo insistiera cansinamente en que su mérito estaba en su carácter contestatario a la Fantasía tolkeniana.

En estas tierras, los versos tienen uñas y dientes. El sur es una poesía que estamos escribiendo entre todos. Una que tiene, tal vez, algunos errores de ortografía, ¡pero qué hermosa!

Confieso que una de las cosas que me impidió acercarme más a Liliana fue, precisamente, su injusta valoración de El Señor de los Anillos. No me refiero con ello a una visión peyorativa del genio literario del inglés, que tanto abunda en estos lares; por el contrario, la argentina fue siempre enfática en contar lo mucho que su obra la había deslumbrado y que, al fin y al cabo, los Confines no existirían de no ser por ella. Me refiero más bien a esa sospechosa lectura, aparentemente deudora de la más nefasta herencia de la escuela de la teoría crítica, que marcaba a la obra como blanca, patriarcal, privilegiada y otros adjetivos similares, que se vacían cada vez que se reiteran sin argumentos de peso sostenidos en el texto.

Siempre me sorprendió que una mujer tan sensible e inteligente, tan sabia como buena lectora, como dan fe sus charlas sobre literatura y lenguaje, hubiera hecho una lectura semejante, muy propia de quienes no tienen ninguno de estos atributos y que solo buscan destruir la imaginación. No podía comprenderlo entonces, porque creo que ya sentía a la genealogía de Fantasía como una Familia, una de la que incluso yo formaba parte, como un pequeño y miserable retoño. ¿Por qué esta madre o tía que cantaba mis canciones de cuna tenía tantos reparos sesgados con el abuelo y en cambio amaba a la abuela, que obviamente lo adoraba? No tenía sentido para mí. Más que decepcionante, me parecía frustrante.

Sin embargo, Liliana hizo algo noble con su contradictoria valoración de El Señor de los Anillos. En lugar de quedarse en la diatriba discursiva o de utilizar como impulso creador al odio mismo, se situó en aquel intersticio donde venían a entrechocarse imaginarios y desde ahí, a lo largo de muchos años de estudio y escritura, se dedicó a modelar con su propia voz las respuestas a las grandes preguntas.


Lo americano me sirvió como sustrato para armar este mundo, que podría definir como un imaginario contra los avasallamientos. Entonces busqué en lo nuestro.

Así fue como nació la Saga de los Confines, una épica fantástica inspirada en la conquista y rorada en las aguas y lágrimas de Latinoamérica, en un procedimiento en cierto modo homólogo (aunque a menor escala) al del propio Tolkien con el legado antiguo de la Gran Isla. Una saga de Fantasía con el paradójico valor de recuperar culturas atávicas y sus luchas contra el conquistador, ambas erosionadas por los siglos (aunque nunca olvidadas), desde la propia lengua castellana del invasor, de pronto apropiada y redimida en la belleza del arte. En la belleza y esperanza restauradora de la Fantasía.

Y en su calidad de obra de verdadera Fantasía al fin y al cabo, una voz límpida surge de la historia: la fuente de todo mal es el odio universal, y lo mismo puede venir este de las tierras del norte como de nuestro propio corazón. El odio a todo y a todos nos corrompe: algo en lo que toda la gran Fantasía ha contado siempre, desde los primeros días. Oír esas palabras en las voces suaves y a la vez firmes de sus héroes, el guerrero Dulkancellin, el brujo Kupuka, el artista Cucub, la sabia Kush y la compasiva Wilkilén, entre tantos otros, referentes de nuestros antepasados de este lado, fue una experiencia fascinante para mí en el tiempo. Una que me hizo entrever que una reconciliación de mundos, así como un nexo tan complementario y a la vez libre como el de los mellizos Vara y Aro, era posible. Porque la imaginación, adopte la forma que adopte, nos pertenece a todos; todos somos descendientes de ella y ella será la que sanará la grieta que nos ha rasgado. Al menos así traté de plantearlo en mi único estudio publicado dedicado a la obra.

Si dejaba como luchadores solo a los de las Tierras Fértiles, caía en mi misma trampa. Terminábamos siendo nosotros los buenos: los oscuros, los sureños, los pobres. Y ellos, los rubios, iban a quedar como los malos. No quería eso.

La Saga de los Confines fue el trabajo con el que Liliana se presentó al mundo, pero a partir de ahí no hizo sino escribir muchas otras obras valiosas, casi siempre con la maravilla caracoleándole en las palabras. Si bien he leído muy pocos a la fecha, ya con esas escasas lecturas pude hacerme una idea del amplio alcance de sus intereses y de su vocación creadora, en nada agotada tras el portento de su más querida saga. A continuación indicaré brevemente algunas de estas obras, principalmente para público infantojuvenil.

El espejo africano (2008), sorprendente novela de múltiples voces y enfoques culturales, plantea el largo viaje físico y simbólico de un espejo a las manos de su legítima heredera, una niña africana que ha perdido su pasado y su nombre, tras incontables peripecias a lo largo de las eras. El íntimo cuento "Amigos por el viento" (En Amigos por el viento, 2011) narra, a través de la metáfora del viento, cómo el dolor de las pérdidas pueden hermanarnos incluso con la gente a la que menos inclinados nos sentimos. El bellísimo cuento "El último viernes" (En Diez en un barco, 2012), que coincidentemente releí un día antes de que este nuevo viento me azotara por dentro, narra cómo la lectura extensiva de El Hobbit que desarrolla un profesor con tres chicos de una zona rural y sin esperanzas transforma sus vidas precarizadas de maneras tan sutiles como significativas. Explícito homenaje a Tolkien y a la capacidad restauradora de la Fantasía, este relato me resulta muy preciado además porque nos recuerda que esta no solo es patrimonio de todos los humanos, sino que también debe ser un derecho para cada niño y joven condenado a una sociedad injusta, en la que tanto doctrinas de diversas tendencias políticas escupen desvergonzada y explícitamente sobre la imaginación, la bondad y la belleza.

Fuera de los canales de publicación formales, destacan además dos textos dedicados a desaparecidos políticos, con la más noble esperanza como estandarte: "Aquella pregunta", su breve narración conmemorativa de las víctimas de la dictadura argentina, y "Poema adolorido por Santiago", en la memoria de Santiago Maldonado

Muestra de obras de Liliana Bodoc.
 Fuente: Donde Viven los Libros.

Volviendo a la Fantasía, el proyecto poético de Liliana Bodoc se estaba potenciando con una nueva serie, ahora inconclusa: Tiempo de dragones. A la fecha se han publicado dos títulos, el último hace unos pocos meses; por lo visto, el tercer volumen se habría alcanzado a escribir. Respecto del cuarto, el que tiene más posibilidad de permanecer en la biblioteca de los libros no escritos, solo pude averiguar que su autora pretendía concebirlo como una suerte de precuela que cerrara el ciclo de la historia con los relatos del pasado. Esta obra había surgido además de un proyecto colaborativo entre Liliana y Gustavo "Ciruelo" Cabral, famoso ilustrador argentino de Fantasía; inicialmente, la historia se habría pensado como guion cinematográfico, pero terminó contándose desde la palabra literaria. Ciruelo incluso habría cedido una de sus propias creaciones, la dragona Hobsyllwin, como personaje de la escritora.

Tras mi lectura del primer volumen, sentí que había empezado a redescubrir a Liliana. Si bien el tema y algunos motivos eran los mismos que en la Saga de los Confines (básicamente, el conflictivo encuentro cultural y epistemológico entre dos mundos muy distintos), ahora se abarca desde una mirada más amplia. El foco ya no está concentrado ante todo en el referente precolombino y su resistencia; antes bien, aquel se dispersa y ahora nos permite contemplar en detalle ambos mundos, antes, durante y después de su choque cultural. 

Acaso la gran novedad de Tiempo de dragones sea su estructura y voz narrativa. Es cierto que la Saga de los Confines poseía un registro engañosamente convencional y lineal, que luego se vería fracturado aún más al notar los lectores los acentos de la narradora implícita, Nakín de los Búhos. Ahora bien, en Tiempo de dragones estos desafíos narrativos se aprecian ya de manera explícita. La linealidad estalla al descubrir que se nos narran eventos pasados o futuros, de un lado u otro, que nos permiten acercarnos a la historia como un gran rompecabezas que sin embargo va completándose poco a poco. La voz, por su parte, sin renunciar a esa textura poética que es un sello indiscutible de Bodoc, se agiliza enormemente. Adicionalmente, esa multiplicidad de personajes que ya se apreciaba en la Saga de los Confines se magnifica, sin por ello renunciar a un tópico habitual, que muchos detestan por confundir cliché y arquetipo: el del elegido, el esperado héroe.

Pero sin duda que uno de los aspectos que más llamó mi atención de la saga es que ¡al fin! había dragones. Dragones que hablan, que vuelan, que portan el destino en sus alas y en sus ojos. Dragones que alguna vez fueron compañeros de los humanos y que ahora, en medio de los eventos desatados de la historia, podrían volver a serlo. Dragones que adoptaban aparentemente las formas y los modos europeos, además: nada de bestias ofídicas de naturaleza divina, por mucho que la propia autora reconociera (como yo también, ahora) que nuestras grandes serpientes también integran esta magnífica raza. Pero en fin: dragones que, por el potencial imaginativo invocado por Liliana, llegarían al émulo de la tierra nuestra: Alegrías infantiles que cuestan una moneda de mithril; lindos dragones, criaturas de magia artera.

Me di cuenta que la serpiente emplumada de los mayas era un dragón. Así surgió reunir a dragones, alquimistas, chamanes en nuestro territorio. Pensé en que los dragones atravesando el espacio temporal llegaron a este continente, y aquí tomaron otra forma, otra conducta, otros pensamientos.

Hay pocas cosas más tremendas que la muerte de un dragón. Una de ellas es la muerte de su conjurador en nuestro mundo miserable, en tiempos tan difíciles como estos.

Ursula y Liliana se han ido cuando más las necesitábamos. Si Ursula se iba, cosa que esperábamos con dolor, quedaban sus discípulas. Liliana era una de ellas: fiel lectora de la madre de Ged y Tenar, había recibido su venia con la edición del primer y único libro de la Saga de los Confines en inglés: The Days of the Deer. Ahora esta aventajada discípula también se ha ido. La torre de la Fantasía latinoamericana trastabilla: uno de sus dos pilares más hermosos y trascendentes ha caído poco después de aquel otro gran pilar supremo. 

Nuestra difícil responsabilidad como autores latinoamericanos es ahora doble: por nuestra abuela y por una de nuestras madres. Curiosamente, como los propios diálogos de las obras de Liliana, esto nos vuelve a situar en el reino de la frontera y a despertarnos otra vez como mestizos, ya no solo por nuestra herencia, sino por nuestros amores. Por el hogar que hemos ido construyendo, con pedazos de aquí y de ella, primero para sobrevivir a la oscuridad del mundo y luego para intentar iluminarla para otros.

El tiempo que conocimos y amamos se ha ido sin remedio. No estamos aquí para llorarlo, sino para pelear por el que vendrá.
(Los días del venado. Fuente)

Sin embargo, se ha de pelear preservando en la memoria las palabras de los que nos transformaron el mundo e hicieron de nuestras vidas algo un poco más hermoso, un poco menos miserable. Palabras literarias, ficción y poesía; palabras de sabiduría, discusión y crítica del propio arte: el corazón del escritor de Fantasía.

Intento volver ahora, desde mis recuerdos más lejanos, a las historias que Liliana alcanzó a narrar. Las relecturas se avecinan, pero quiero ir en busca de una primera respuesta, de un atisbo de consuelo. 

Vuelvo sobre todo a la vieja Kush y a la Sombra, la muerte, madre de Misáianes, que se llevó consigo a la anciana. Ahora, como apuntaba Gonzalo Kenny, comprendo que Liliana fue una suerte de vieja Kush, aunque ella misma aún era una mujer joven en la larga escala de los tiempos: sus voces sonaban muy parecidas. Eso también la emparentaba a Ursula: ambas hicieron de la muerte un aspecto relevante en sus obras. Y Liliana la hizo un personaje más, uno que hubo de redefinir su destino a través del diálogo con la joven Wilkilén. ¿Qué más bello que la vida más pura para recordarle a la muerte su verdadera naturaleza?

Pero, humanos al fin y al cabo, creo que lo que más puede atraernos en estos momentos no son tanto los requiebros de la propia muerte como el misterio de los que, a propósito de sus acciones, se van, y el dolor de los que nos quedamos. Así nos lo explicaba la abuela Kush:

(Fuente.)
Sin embargo, ¡cuánto podía dar aún ese fruto que era Liliana...! Pero enigmáticas son las labores de la muerte, y a nosotros no nos corresponde cuestionarla por ellas. 

Yo me voy para que otros vengan. Me voy pero me encarno en un árbol. Vuelvo a la tierra. Me voy pero vuelvo en las palabras. Vuelvo en la literatura.

Una vez más, la vida nos enfrenta a la incertidumbre de lo que hay del otro lado, cuando la Sombra viene por nosotros. Cuando se nos fue Ursula, dije que tendía a pensar en que los escritores honestos, al abandonar su morada terrestre, llegaban a los mundos que habían creado, guiados por por sus personajes. En el caso de Liliana, no puedo dejar de pensar en la escena de su relato "Conversación de dos ancianas a la vera del tiempo", presente en su antología Oficio de búhos. En él, se desmadejaba el diálogo entre la vieja Kush y la Sombra, mientras iban engarzando juntas cuentas para un collar eterno. ¿Cómo no imaginarse ahora a Liliana en ese mismo trabajo?

Me pregunto si, como la vieja Kush, se estará preguntando también por el destino de quienes amó y que la amaron. ¿En qué pensarán ellos, además de su dolor y de sus esperanzas? Yo pienso en una cosa muy tonta, muy mía, porque siempre he sido muy bruta: ojalá la Sombra me ayude a reencontrármela allá y tener todas las eternidades del mundo para discutir juntas sobre Tolkien y sobre nuestra tierra. Tal vez ella descubra una universalidad y una liberación insospechadas en la voz de nuestro gran abuelo, tal vez yo al fin pueda reconciliarme del todo, como creadora, con mi herencia latina. Un collar así se hace de a dos, cuenta a cuenta. Somos un telar; los autores de Fantasía hemos de ser una Familia.

Pero por ahora quiero quedarme con esa imagen como consuelo: dos mujeres, una anciana y otra más joven, a la vera del tiempo. Ambas, a su modo, madres: creadoras. Y elijo quedarme con lo único con lo que podemos quedarnos de un escritor a quien no alcanzamos a amar como persona: sus palabras, sus historias, su poesía. Por eso he sembrado este texto de citas de Liliana, tanto de ficción como de pensamiento: porque su voz era inconfundible y yo, que solo hube de oírla una vez en la vida, quiero recrearla en mi imaginación. Por eso, también, he rastreado Internet en busca de gente que la tenía más cerca en su corazón que yo, pues somos un telar y su memoria más nítida de sus palabras y algunos de sus pasajes más bellos me ha ayudado a recomponer mis propios recuerdos. 

Cierro esta plegaria escrita con un último pensamiento: Liliana, narradora, es también una integrante de la tribu de los búhos. En cierto modo, fue nuestra Nakín, nuestra memoria viva. Corresponde entonces despedirse citando el poema que comienza las últimas páginas de la Saga de los Confines (Los días del fuego), antes de que la ronda final se cierre para juntar lo que estaba partido. 


No digo adiós. 
Ustedes se irán. 
Yo permaneceré, 
reinventando el recuerdo de lo que han sido. 
No digo adiós, 
aquí me quedo para contarlo todo. 
Dice adiós la lechuza, el hombre y la piedra. Yo no lo digo. 
Debo permanecer y recordar al hombre, la piedra y la lechuza. 
Yo no me olvidaré de ninguno de ustedes,
parte en mi rueda, 
balsas y colores. 
No me olvidaré de nada ni de nadie 
pues no puedo olvidar lo que me constituye. 

Adiós, dirán. Y yo no diré nada.
Cuando todos se alejan, se queda la memoria 
sentada en una roca, 
cuando todos descansan. 
Aquí estaré, 
no digo adiós. 

Si pasan junto a mí y me preguntan, 
les contaré acerca de lo que fueron. 
Si me ven sentada en una roca, 
componiendo mis versos, 
acérquense y pregunten. 
Yo voy a responderles. 
Pero luego no les diré adiós. 
Porque, quieran o no, se quedarán conmigo.


Hasta que la Sombra nos reencuentre, Madre de los Confines.





Liliana Bodoc

(1958 - 2018)

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