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El cuento "Tan al sur de la Tierra Media", del escritor chileno Óscar Barrientos Bradasic, está incluido en la antología El rencor vino del frío (La Pollera Ediciones, 2023). |
Siguiendo la huella de publicaciones de Óscar Barrientos Bradasic, el escritor magallánico que recién empiezo a explorar tras El correo del viento, di con un relato que me despertó mucha curiosidad. Este, incluido en su antología El rencor vino del frío, se titula “Tan al sur de la Tierra Media”. Se entiende entonces por qué me intrigó, pero también por qué, luego de leerlo, me interesó conocer igualmente su posible recepción en el medio crítico nacional, más bien constreñido en lo que al entendimiento ficcional imaginativo corresponde.
Como temía, en un rápido rastreo al repositorio de Letras.mysite, no encontré muchas señas alentadoras en las lecturas críticas: cabe mencionar al respecto la presencia de conceptos como “kitsch”, “freak” o “cultura pop”. Por otro lado, buscando las motivaciones del autor para escribir este cuento de la forma en la que lo hizo, encontré la siguiente respuesta a una pregunta directa en el contexto de una entrevista:
—¿Cómo surgió la idea de incorporar la influencia de J. R. R. Tolkien en el cuento “Tan al sur de la Tierra Media”? ¿Fue sencillo o desafiante traer este imaginario de Tolkien a Punta Arenas?
–Me llamó la atención que existieran tantos grupos en Chile que seguían los libros de Tolkien no solamente leyéndolos, sino estudiándolos e incluso incorporándolos a sus vidas como idearios místicos o existenciales, incluso disfrazándose. Las películas de Peter Jackson fueron filmadas en Nueva Zelanda y por lo que advierto en las imágenes, me parece una geografía que guarda grandes coincidencias con el sur austral chileno. Desde siempre, encontré un buen villano a Saruman ya que unificaba el oficio de hechicero con cierto apetito por lo industrial. Esos elementos me hicieron construir un cuento algo jocoso sobre la personificación de estos personajes en ciudades tan lejanas como Punta Arenas.
(Entrevista de Marlyn Antilef al autor en El Mostrador, octubre de 2023)
¿Por qué a alguien, más aún a un escritor con formación académica en Literatura, y que de hecho actualmente enseña la disciplina en la universidad, le sorprendería que existieran grupos de estudios dedicados a un autor importante? Esto, sumado a la nube de conceptos que cité anteriormente, remarcan mi idea de que, al menos en el contexto chileno, J.R.R. Tolkien no es considerado en realidad un escritor como tal, ni siquiera por sus propios lectores genéricos, sino ante todo un fenómeno, justamente, de la cultura pop, lo freak, lo kitsch, etc.
Algo, que sin embargo, Barrientos Bradasic explora de manera muy interesante en su cuento, y que personalmente creo que trasciende su reduccionista valoración de “jocosidad”, aunque esta cualidad siga presente.
“Tan al sur de la Tierra Media” nos es presentado a través de un anodino y escéptico narrador masculino, quien nos cuenta cómo su relación amorosa con Magdalena, una integrante de la Sociedad Tolkien de Punta Arenas, a quien ve de manera condescendiente, lo lleva a involucrarse en la gestión de un evento de la comunidad. Su labor principal resulta así ubicar y escoltar a dos viejos de un hogar de ancianos local para que representen a Gandalf y Saruman.
Al final, esta asignación se vuelve una ordalía para el narrador, quien termina descubriendo, con gran pasmo, que el viejo que debía encarnar a Saruman es, en efecto, el “verdadero” Saruman, y que de hecho actúa como tal (o como se supone superficialmente que actuaría el personaje en semejante contexto, según el conocimiento del autor) [1]. Luego de unas interacciones naturalmente absurdas entre ambos, principalmente por la mundanidad chilena del narrador, este experimenta la paradójica situación de que ni su novia tolkiendili (como se les llama a los aficionados al autor) le cree cuando refiere la tan fascinante identidad del viejo. El cuento termina con la no menos insólita visión de Saruman bailando tango con una tía del narrador.
A continuación esbozaré un comentario sobre las reflexiones que me ha despertado este cuento, más impresionistas y personales que formalmente literarias. Comenzaré apostillando la visión que se construye en la historia sobre las dinámicas de las Sociedades Tolkien y su correlato con mi propio conocimiento distante de estas. Luego, analizaré algunas ideas que sugiere el cuento, al menos desde una lectura exploratoria propiamente fantasista, sobre el peligro de reducir la imaginación a la banalidad mundana.
Apuntes advenedizos sobre las Sociedades Tolkien
Antes de analizar algunos de los aspectos más llamativos del cuento, es importante considerar que su marco social general se encuentra inscrito en la recreación ficticia de una Sociedad Tolkien, vista desde una mirada externa.
En las primeras páginas del cuento, el narrador refiere la siguiente descripción sobre las actividades de Magdalena y, por extensión, de la Sociedad Tolkien en la que ella participa:
Magdalena, mi novia, es la vicepresidenta de la Sociedad Tolkien de Punta Arenas. Dicho cargo, no por honorífico, representa para ella una responsabilidad menor, ya que la veo asistir a reuniones al menos dos veces a la semana, organizar convenciones en la ciudad, mantener rigurosa correspondencia con otras agrupaciones de fanáticos de la Tierra Media. […]
La Sociedad Tolkien de Punta Arenas tiene una convención anual que se realiza en el Teatro Municipal. Allí se congregan durante tres días actividades relativas al Señor de los Anillos, el Silmarillion, las dos torres y todo lo demás [sic] [2]. Yo le colaboro en lo que puedo, aunque para ser sinceros me perturba ver a tanto niño blandiendo sables, disfrazados de guerreros mitológicos o de paso a algunos viejotes ñoños caracterizados de magos, reyes, enanos u orcos. Pero con la pareja, de repente, uno debe reservarse ciertas impresiones.
De esta descripción, obviamente, se desprende un tono escéptico, despectivo y mordaz de parte del narrador. Pero de ella también podemos obtener un vago retrato de una Sociedad Tolkien promedio, vista desde el exterior y por un neófito: reuniones con otros fanáticos, convenciones que consisten principalmente en actividades genéricas (porque no se detalla su naturaleza o propósito) alusivas al Legendarium de Tolkien y mucha gente disfrazada de personajes, lo que al narrador le causa grima. De hecho, este retrato es tan superficial que incluso podría leerse como el de una secta menor, inocua.
Por ello, sería interesante contrastar cómo se construye esta Sociedad Tolkien de Punta Arenas en la narración con las Sociedades Tolkien reales, locales. ¿Correspondería entonces esta mirada ficcional a un retrato completamente sesgado, bajo la forma de un desprecio explícito, o habría algo de verdad en él, bajo la forma de una aguda crítica?
En el contexto de este análisis, se da una situación curiosa: cabe aclarar que yo, al igual que el insufrible narrador, nunca he pertenecido a una Sociedad Tolkien, ni me interesa hacerlo. Es decir, yo comparto la cualidad de advenediza con la voz narradora. No tengo intereses personales en blindar una comunidad a la que no pertenezco. Por ello, he de advertir que todo cuanto pueda decir respecto a las Sociedad Tolkien será desde esa distancia. Una distancia, entiéndase, de estas comunidades en tanto espacios sociales.
Ante todo, yo soy una Fantasista, y desde esta óptica comentaré mis impresiones de estas comunidades, desde lo que puedo ver en Internet.
Al respeto, se me podrá reprochará que lo realmente importante de las dinámicas de estas Sociedades está en la “vida real”, etc., pero yo soy una persona asocial y ahora mismo vivo a 1000 kilómetros de Santiago, así que no tengo otra forma de aproximación a ellas. En todo caso, incluso cuando vivía allá no sentí el impulso de integrarme como miembro de estas comunidades, y a continuación explicaré por qué. Adelanto que, por desgracia, algo de conexión tienen con las aprensiones del narrador.
El lector que haya leído mi libro La añoranza feérica: ensayos sobre literatura de fantasía (Imaginistas, 2024) sabrá que, en mi ensayo "J. R. R. Tolkien como portal de entrada a la fantasía", no solo discutí solo la figura de J. R. R. Tolkien como autor seminal para la fantasía, sino también a mi propia confusión ante la aparente inclinación exclusivista de algunos tolkiendili. En breves palabras, no termino de conectar con su devoción únicamente hacia Tolkien y no hacia lo que yo considero lo más importante, que es la estética que lo acoge: la vastedad de la literatura de fantasía. El lector que aún no lea el libro, o que no tenga intención de hacerlo, puede acceder a una versión temprana de este ensayo, que originalmente publiqué en la web Vagalumbre.
Además del foco en un único autor, otra aproximación tolkiendili que me resulta lejana es más pedestre: no me gustan los espacios comunitarios lúdicos, ni la idea de disfrazarme o usar en la vida real un seudónimo del Legendarium para identificarme, ni participar activamente en ferias medievales, como es costumbre en estos grupos. Ahora, no se trata de que todo esto sea malo ni que yo lo conciba de manera peyorativa: simplemente, a mí no me gusta, y ya.
Pero hay otra cosa que no me gusta, y esta sí es ya un asunto problemático que trasciende las preferencias personales y que podría formularse como crítica: el hecho de que el eje de muchos smials (filiales locales de las Sociedades nacionales) no sea literario y que se prioricen otras actividades culturales o artísticas, o incluso solo lúdicas o sociales. Recordemos la mirada del narrador del cuento: vida social, convenciones, disfraces.
Tolkien fue un escritor y un filólogo. ¿Por qué no está al centro de toda actividad la Palabra? Con ello me refiero a actividades que trasciendan las habituales dinámicas de lecturas conjuntas o juegos de rol y que puedan abarcar también propuestas como la gestión de seminarios o cursos universitarios, eventos de difusión más literaria que trivial o cinematográfica sobre la obra del Profesor, o iniciativas que promuevan la escritura profunda en torno tanto a la literatura tolkeniana como a la de sus herederos literatos, por ejemplo.
Cabe aclarar, eso sí, que esta escasa o inconsistente presencia de lo propiamente literario en Sociedades Tolkien parece ser un problema idiosincrático de Chile.
La Mythopoeic Society, organización cultural estadounidense, comenzó también, a fines de los años 60, como una agrupación más dedicada a la difusión de la obra del autor inglés, en pleno contexto hippie. Pero logró persistir y crecer enormemente a lo largo de las décadas, absorbiendo a la Sociedad Tolkien de América [sic] en el proceso. Ahora es una destacada iniciativa en lengua inglesa que promueve la literatura de fantasía mitopoética en general, con énfasis no exclusivista en la obra de los Inklings (Tolkien, Lewis y Williams). Entre sus muchas actividades, destacan sus premios Mythopoeic Awards, la revista académica Mythlore, el congreso académico MythCon y la editorial de no ficción y texto académico Mythopoeic Press.
Elocuentemente, como su equipo menciona en su web:
One reason The Mythopoeic Society not only survived, but flourished, was that it was never just a Tolkien society. Another reason was its interest in scholarship”.
[Traducción personal: “Una razón por la que la Mythopoeic Society no solo sobrevivió, sino que floreció, fue que nunca fue solo una Sociedad Tolkien. Otra razón fue su interés en el estudio académico”.]
Sin ir tan lejos, la Sociedad Tolkien Española, por ejemplo, convoca anualmente el Premio Ælfwine de ensayo. Lo valioso de esta iniciativa, además, es que posee dos modalidades: el ensayo académico (el artículo, el paper) y el ensayo literario-humanístico. O sea, se da acogida a diferentes formas de encarar el pensamiento literario, dándole espacio tanto a académicos y filólogos tolkienistas —entre los ganadores históricos destacan figuras como el conocido especialista Eduardo Segura, por ejemplo— como al lector aficionado que sin embargo ha acerado intelectualmente sus reflexiones personales de lectura.
Acercándonos aún más a nuestro propio contexto latinoamericano, Orodruin, la Sociedad Tolkien Colombia, realiza diversas actividades culturales de difusión y dinámicas comunes a estas agrupaciones, pero también le da su espacio al pensamiento elaborado. Por ejemplo, edita la revista Dragón Verde, que incluye desde noticias, entrevistas y reseñas a ensayos o columnas originales. También ha organizado, de manera virtual, los Seminarios Tolkien, con una aproximación más académica y una gran variedad de invitados y ponentes.
El año 2021, yo misma fui invitada como conferencista internacional en el contexto del II Seminario Tolkien: El legado de la Tierra Media. Mi conferencia, titulada "Claroscuros de la influencia de la obra de J.R.R. Tolkien en la fantasía latinoamericana" versó sobre la influencia del autor en la fantasía contemporánea, ofreciendo de paso una crítica a las apreciaciones ingratas a su obra y comentando la recepción productiva de esta en autorías latinoamericanas fantasistas con pretensiones estéticas, como las de Verónica Murguía y Liliana Bodoc. La idea era partir de Tolkien, pero ir más allá de él y entroncar en un territorio diferente, derechamente local en este caso. Se puede leer mi texto de la conferencia en el enlace de su título, y una refundición ensayística más breve en el número 12 de Dragón Verde, en la página 15.
Menciono mi propia participación en este evento para dar cuenta de que no se necesitan personas con grandes pergaminos en el área tolkienista para presentar visiones interesantes para algunos de sus fanáticos, que puedan mover a su vez a otros campos de exploración en el área.
Iniciativas como estas de la Sociedad Tolkien de España o de Colombia, preocupadas genuinamente por el estudio y el incentivo intelectual de y desde Tolkien en particular, y hacia la fantasía en general, parecen muy remotas en Chile.
Como muestra, los concursos de ensayos de la Sociedad Tolkien Chilena llevan años sin proponerse como convocatorias fijas. La última vez que recuerdo que se propuso esta modalidad de escritura fue en 2012, que se respalda con esta nota del apartado de prensa de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile (?). Me imagino que parte del pensamiento ensayístico tolkiendili se expresó ante todo en la revista Mae Govanen (1999 - 2003), editada por la comunidad, pero lamentablemente la publicación no parece estar disponible en línea para consultar los números que alcanzaron a existir (o yo al menos no pude encontrarla). Y pensemos en esa fecha de cierre: 22 años ya.
Al parecer, se intentó resucitar el proyecto en 2020, pero de ello solo encontré escombros virtuales: una web vigente con dominio propio, pero con solo tres entradas (dos de ellas dedicadas a cuentos bajo la premisa “Tolkien en 100 palabras”), y una cuenta de Instagram abandonada tras una única publicación en 2020, con el llamado “¡Próximamente!”. En esta instantánea de una versión antigua de la web de la Sociedad Tolkien Chilena, se puede leer un breve resumen de la historia de la revista y los planes, aparentemente truncos, que en algún momento tuvieron en los últimos años para rescatarla.
Si parece que estoy hablando de manera errática sobre estas cosas no se debe solo a mi condición de advenediza: cuando traté de investigar sobre la trayectoria histórica de la STC, me encontré con la sorpresa de que su web más actualizada está caída (aparece el mensaje "Ocurrió un error al establecer una conexión a la base de datos") y bastante inaccesible o incómoda de navegar en algunas secciones, incluso desde WayBack Machine. Por lo que veo, los registros de sus actividades más recientes datan de 2019-2020. Por otro lado, si ingreso a su feed de Instagram, que es donde sí siguen activos, me encuentro mayormente con una cascada de fotos de gente disfrazada haciendo cosas varias en la naturaleza y afiches de participación de eventos en ferias medievales, así como algunos otros de ciertos smials.
Es una lástima esta aparente falta de cultura archivista en proyectos de larga existencia, y quizá aún más al considerar que este proyecto en particular está enfocado en el rescate, celebración y divulgación de un autor que a muchos nos reencantó una mirada del pasado y la necesidad de protegerlo para compartirlo con el presente y el futuro.
Los concursos que sí estuvieron más o menos fijos en la Sociedad Tolkien Chilena, o que al menos parecen ser o haber sido recurrentes, son (o fueron) el Concurso Feänor, dedicado a la “expresión plástica y digital”, y el Concurso Gandalf, dedicado a la “narrativa fantástica”.
En la línea de ficción, destacan las convocatorias de cuentos breves, en muchas ocasiones bajo la modalidad “microcuento de fantasía 100 palabras”. Recordemos que el concurso nacional insigne de esta tradición es nada menos que el famoso “Santiago en 100 palabras”, que suele premiar viñetas narrativas en lugar de microcuentos como tales y realismos varios en lugar de propuestas no miméticas. Por lo demás, el formato de concurso “X en 100 (número variable) palabras” se ha vuelto muy popular en Chile en instituciones que no son de origen literario, desde municipios a empresas, como formas superficiales de estimular la creación y la cultura desde propuestas de vinculación con el medio.
Llama la atención la insistencia de la Sociedad Tolkien Chilena en un formato un tanto exógeno a la estética de la fantasía, una literatura que adquiere su mayor esplendor en narraciones de larga envergadura. Me pregunto si habrá motivaciones más pragmáticas que literarias en su adopción, y cuáles podrían ser aquellas.
Hasta donde alcanza mi entendimiento, el smial Ohtarima, de Concepción, es el que realiza más actividades abiertas propiamente literarias abiertas a la comunidad, sobre todo a través de sus históricas Jornadas de Literatura Fantástica [sic] [3]. Revisando la última versión del evento, que llevaba el lema “La política en la fantasía”, sin embargo, me encontré con la sorpresa de que las escritoras invitadas (la poeta Damsi Figueroa y la dramaturga Leyla Selman) ni eran Fantasistas ni escribían fantasía.
Esto no va en detrimento de su valía como autoras; por el contrario, se trata de autoras validadas por la institución cultural normativa. Por otro lado, no quiero decir que no puedan incluirse otras tradiciones literarias a un evento estéticamente temático. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme por qué hacer esto. ¿Por qué buscar que estas autoras ocupen el único espacio dedicado a la fantasía, cuando seguramente habrán de tener muchas otras instancias de exposición, más afines a sus propios intereses? ¿Y de qué habrán disertado en relación con la fantasía? ¿O derechamente no hablaron de fantasía? No encontré el título de sus charlas en el cronograma oficial.
En tiempos en los que en Chile empiezan a destacar al fin, poco a poco, autorías locales con genuino interés literario en la fantasía, me pregunto por qué no se invitó a autores en consonancia directa con el tema del evento. ¿Será este el primer apronte de una difuminación progresiva de la especialización de las Jornadas de Literatura Fantástica? ¿O habrá sido solo una contingencia puntual? [4].
Este recorrido superficial del estado del arte de las acciones de la STC y sus smials, como una persona externa a ella y que solo mira sus rastros desde Internet, me entrega un panorama desalentador, tanto desde lo propiamente literario como desde lo propiamente fantasista. Un panorama que, además, coincide en parte con la impresión que sugiere el narrador del cuento: una Sociedad Tolkien así retratada no tendría como énfasis primordial la literatura, sino crear un espacio de encuentro social para “ñoñear” sobre el trabajo de alguien que, pareciera que casi por casualidad, cultivó la ficción literaria imaginativa.
Por lo mismo, es factible preguntarse a qué “grupos de estudio” de las Sociedades Tolkien se refiere en particular Barrientos Bradasic en aquella entrevista. ¿Qué estudian de Tolkien, cómo lo hacen, qué hacen con ello? ¿Cuáles son sus frutos? ¿Cómo accedo a ellos, al menos virtualmente (insisto en mi asocialidad)?
¿Por qué el narrador no menciona nunca la existencia de estos estudios en su descripción de la Sociedad Tolkien en la que participa Magdalena? Si lo pensamos, el cuento podría funcionar de manera parecida en este tramo inicial si reemplazamos una comunidad centrada en Tolkien por, no sé, una centrada en Star Wars o el multiverso de Marvel, es decir, populares franquicias multimediales que además no tuvieron un origen literario.
Aquí es pertinente destacar algo curioso, sobre todo para los lectores extranjeros (la mayoría de quienes me leen): en Chile existen dos Sociedades Tolkien como tal. Primero está la más conocida, la con la coletilla “Chilena”. Y luego está la Sociedad Tolkien Magallanes, que no es un smial subordinado, sino otra Sociedad totalmente independiente. Las razones prácticas que intuyo de esta divergencia —pueden haber, claro, otras de diferente naturaleza— son de índole geográfica: Chile es un país larguísimo y parece razonable que una comunidad situada en la Patagonia necesite sus propios espacios locales, fuera de la hegemonía cultural ya no solo de la zona central, sino derechamente de Santiago, capital nacional.
Por contexto, es dable suponer que la recreación del cuento de Barrientos Bradasic apunta a esta Sociedad Tolkien en particular, llamada aquí “de Punta Arenas”. Pero eso también le da una tonalidad confusa a la alusión, pues la STM parece una agrupación de respetable movimiento cultural en su zona. Esto puedo inferirlo de la documentación de su propia página web (¡felizmente activa y funcional!), y que puede verse de manera sintética en su línea de tiempo.
Desde lo personal, al investigarla, empaticé con su campaña para conseguir un espacio (físico) propio para continuar desarrollando sus actividades, desde la iniciativa llamada “Un Hogar para Fimbrethil”. Esta campaña incluso incluyó una instalación urbana en la que se presentó una figura artesanal de la cabeza degollada de un dragón y un cartel negro atrás que rezaba “No hay espacio para la fantasía”. Ignoro si la STC habrá hecho alguna vez algo parecido, o si tendrá problemas similares que motiven estas acciones públicas.
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Fotografía de la intervención "No hay espacio para la fantasía". Créditos: Sociedad Tolkien Magallanes. |
Por lo pronto, esto de la STM me pareció una movida muy conmovedora e impactante. “No hay espacio para la fantasía” es una consigna que yo misma he repetido sin parar por casi quince años. El espacio ausente de la STM es físico; el mío, intelectual, espiritual, emocional.
Hace un tiempo, ante una de mis habituales quejas respecto al asunto, una persona que conoce bien este ámbito cultural me enrostró el trabajo de las Sociedades Tolkien. Pero el problema más básico, incluso más que todo lo que he descrito hasta ahora sobre mis distancias personales ante las formas de vivir y valorar la obra del Profesor, estriba ya en el nombre: estas son Sociedades Tolkien, no Sociedades Fantasía.
En Chile hay espacio (acaso discutible en motivaciones, desarrollos e impactos) para Tolkien. Pero no hay espacio alguno, vigente, para la fantasía.
SOLO PARA LA FANTASÍA, por favor, que se entienda. Que quede claro que estoy pensando en que la ciencia ficción, el terror, lo fantástico, lo weird y todo lo demás se deje afuera, puesto que solo la fantasía es mi verdadero Hogar.
Es cierto que un espacio así, exclusivo, existió alguna vez, pero no vale la pena volver a contar esa historia.
Y acaso por todo eso, con lo torcido que es el destino, encuentro una inesperada muestra de solidaridad a mis requiebros en un cuento “jocoso”, que incluye muchos elementos paródicos hacia la concepción de las Sociedades Tolkien, al menos desde una mirada externa.
Como toda parodia que se entierra como un clavo encendido, en principio no es fácil desentrañar de ella algo valioso que trascienda el inútil sedimento de la burla. No conecto con el espíritu de las Sociedades Tolkien, pero tampoco me gusta mucho la idea de que, aunque sea en el contexto de un cuento, se humille a la gente que, disfraces más o menos, ama a su manera las historias del autor. Más importante aún para mí: no me gusta nada que, de paso, se humille también la obra de Tolkien.
Por tal razón, a continuación trataré de leer el relato de Barrientos Bradasic desde un enfoque crítico que, pese a su instalación paródica, pueda ofrecer una lectura fantasista rescatable, relacionada con los verdaderos valores de la literatura de fantasía.
Tolkien... ¿como "sentido de vida"?
Explica el narrador al inicio del cuento:
Según me ha dicho Magdalena, desde su adolescencia, cuando leyó por primera vez El Hobbit, descubrió en el universo Tolkien una vía eficaz para exorcizar sus problemas de personalidad y entender que la existencia se asemeja a un viaje mítico atestado de estorbos, donde el lado pérfido aparece tentador como el ubicuo ojo de Sauron, pero donde finalmente sobreviene la voluntad de hacer lo correcto: arrojar el tesoro maldito a las entrañas de la lava [sic] [5].. […]
En fin. Quizás tiene razón.
El hecho es que la saga es parte cardinal en la vida de Magdalena.
Creo que todo ese mundo de dragones y guerreros [sic] se ha transformado de alguna manera en su filosofía de vida, en su biblia [sic] de citas existenciales.
Creo que algo que compartimos todos los lectores apasionados de Tolkien, sean cuales sean nuestros matices de valoración a su trabajo, es precisamente esa cualidad transformativa de su obra en nuestra vida personal. Salvo gente muy extraviada, Tolkien sobrevive en muchos de nosotros, alguna vez lectores infantiles o adolescentes del Profesor, como algo mucho más intenso que un mero recuerdo nostálgico de los Días de Oro y amistades perdidas en algún recodo de los años. La fantasía de Tolkien nos abrió en principio un mundo de ricas posibilidades que parecían constreñidas en la realidad, nos despertó a la maravilla y nos reenfocó la veleta interior de nuestro destino.
A algunos también nos cimentó nuestro amor por la literatura, hasta el punto de orillar nuestras vocaciones personales.
He comentado muchas veces, en muchas otras instancias, que la obra de Tolkien me ayudó a reconectar con mis intereses literarios, damnificados al llegar a la adolescencia, en circunstancias en las que descubrí una estética más cercana a mis intereses y valores en los JRPGs que en los libros. Cuando llegas a enseñanza media y te encuentras con que el plan lector se ha orillado a una ficción realista, machista y muy poco alentadora ante lo diferente, por supuesto que la fantasía de Tolkien es como una cuerda que de pronto se dibuja entre la espuma de las olas que buscan ahogarte en el mar de la ramplonería y la miseria.
En última instancia, supongo, yo decidí estudiar Literatura porque Tolkien me la resarció al enseñarme que las historias que realmente me importaban podían contarse desde el lenguaje literario. Ahora bien, es cierto: estudié Letras Hispánicas, un histórico bastión anti imaginativo, porque no sabía que existía Letras Inglesas, que en todo caso no hubiera podido estudiar por mi pobreza y domicilio regional (y que, a su manera, tampoco era ni es la gran panacea imaginativa, como descubrí años después con gente que estudió en ese programa). Pero, como sea, conocer a Tolkien decidió al menos mi disciplina académica nuclear, en tiempos en los que no tenía una noción clara de futuro adulto.
Más importante aún que eso, Tolkien me convirtió no solo en una escritora de fantasía, sino en una Fantasista. Me hizo descubrir que yo también podía contar aquellas historias que realmente me importaban, para alguien más que también las necesitase tanto como yo, y que el camino para hacerlo sería uno de entrega la Palabra imaginativa y de profunda e intensa consagración a la imaginación ficcional como forma de vida.
Eso, quizá, conecta en parte con lo que refiere superficialmente el narrador.
Volvamos, por tanto, al cuento.
En la explicación del narrador, inicialmente se aprecia su intención de entender la profunda relación de su pareja con la obra de Tolkien. Sin embargo, esta se ve constantemente contrastada con la expresión concreta de este vínculo en banalidades, trivia, consumo:
[Magdalena] Se sabe la genealogía completa, ha convertido su departamento en un verdadero museo de la saga, viajó el verano pasado a Buenos Aires a hacer un curso de idioma élfico e incluso me ha propuesto que si algún día nos casamos la sortija nupcial sea una reproducción del anillo de Poder, del Daño de Isildur, que en su interior tenga la leyenda en lengua tenwar […] También me ha dejado entrever que le gustaría que nuestro primer hijo se llame Frodo.
Y en eso, aunque parezca atroz, empatizo con el narrador. Nada de esto me parece a mí importante, e incluso revelaría un entendimiento superficial de El Señor de los Anillos en Magdalena. ¿Por qué alguien en su sano juicio querría tener una réplica del Anillo Único y además usarlo como argolla matrimonial, después de todo el dolor que el lector sabe que causa en sus portadores? ¿Por qué una pareja, incluso apartando el señuelo del bullying, querría bautizar a su hijo como Frodo y dispensarle un destino tan difícil (además de tentar su propia muerte como padres) [6]?
En un plano mucho más prejuicioso y personal (autista, si se quiere), siento que la aparente banalidad del interés obsesivo de Magdalena como tolkiendili también se expresaría, indirectamente, en su relación sexoafectiva con el narrador. ¿Cómo una persona para quien la fantasía significa algo realmente importante podría ser la pareja de un hombre tan mundano y desdeñoso hacia sus aficiones, e incluso desear reproducirse con él? Esto sugiere que existen otros aspectos que unen a la pareja, y que para el narrador estos pesan más que su explícito desprecio a los gustos de Magdalena. Y esto, por añadidura, sugiere que la propia Magdalena es más normativa de lo que aparenta.
Todo lo anterior me sugiere que Magdalena está construida como una persona que se estancó en la propiedad evasiva de la fantasía, devenida en ella como una paradójica forma de escapismo, y que no pudo avanzar más porque parece sentirse cómoda en este estado larvario. En otras palabras, es como si la novela de La historia interminable, de Michael Ende, se acabara con Bastian en su máximo esplendor de fantasía de poder, y se omitieran todos los requiebros de este envanecimiento y todas las luchas interiores posteriores del protagonista para retornar a su humilde vida cotidiana, tras haber entendido por qué esta era tan valiosa e importante.
Porque, como sabemos, el regreso renovado es una propiedad fundamental en la estética tradicional de la fantasía, pues es lo único que nos abre a la posibilidad de la eucatástrofe. En este contexto, podríamos incluso considerar que la eucatástrofe es una forma de anagnórisis personal, un desvanecimiento (dispell) de todas las ilusiones escapistas o derrotistas que tendemos en cuanto a nosotros mismos o en torno a nuestro alrededor.
Al respecto, me parece bastante elocuente que parte importante del evento que ha de organizar esta Sociedad del cuento tenga que ver con una recreación. Es decir, con un simulacro, la ilusión definitiva. Todo es un juego normado, un pretexto para divertirse y hacer vida social, una convención en la que importan más las formas protocolares que los contenidos verdaderos, por más incómodos que resulten.
En un momento del relato, con el caos ya desatado del Saruman “real” causando desmanes, el narrador escucha un fraseo: “mi tesoro, mi precioso”. Y apostilla, brutal: “No era Gollum. Era un pelotudo disfrazado de Gollum.”
Ahí hay una clave interesante que anticipa el clímax del cuento: las cosas no son realmente lo que aparentan ser. Ante todo, los artificios no logran evocar el encanto desde el disfraz elaborado o los parlamentos repetidos. En rigor, no pueden “recrear” nada, porque quienes buscan recrearlas no creen en verdad en ellas, ni crean algo nuevo a partir de ellas. Son, en efecto, apenas unos “pelotudos”.
Pero el Saruman que lastimó al pobre viejo que se había ofrecido de Gandalf no es un pelotudo disfrazado [7].
El narrador decide llevárselo consigo por las calles de Punta Arenas, pero por honesta intriga. Mientras tanto, Magdalena ha decidido que el espectáculo debe continuar, a pesar de que se ha accidentado un anciano indefenso debido a las artes de Saruman. En el momento en que, por fuerza mayor, el viejo deja de ser Gandalf, o pierde el potencial de serlo, ya no sirve ni importa: sale del cuento, de la Sociedad y de la mente de Magdalena.
O sea, basándonos en las propias palabras del narrador, Magdalena ya no está haciendo “lo correcto”, porque le importa más la mantención del simulacro social que el bienestar de un marginado subordinado a sus caprichos lúdicos.
Es el narrador, paradójicamente, quien le brinda primeros auxilios al pobre hombre y a quien se le encarga la tarea de lidiar con el otro viejo, el “verdadero” Saruman… o al menos la construcción que Barrientos Bradasic hace del personaje. Porque, como cualquier lector atento de El Señor de los Anillos comprenderá enseguida, este Saruman, más allá del foco desde el narrador lego, incurre en errores de conocimiento epistemológico y de registro (anamundismos, principalmente) que no son propios del personaje de Tolkien.
Esto, sin embargo, podemos también leerlo como algo más que como un error de composición del autor magallánico: esta dimensión bastardizada de Saruman, ya sea voluntaria o inconsciente, se abre a un nuevo tratamiento del personaje que posibilita nuevas lecturas, tan inesperadas como interesantes.
Esto será lo que exploraré a continuación.
El encuentro entre dos mundos
Es en el diálogo a solas entre este Saruman y el narrador en el que podemos encontrar una de las partes “jocosas” del relato, pues se produce un ingenioso contrapunto entre la vulgar cotidianidad chileno-sureña y las visiones e imaginarios del personaje desplazado a tan anómalo cronotopo como la ciudad contemporánea de Punta Arenas.
Por ejemplo, ante la contemplación de un destartalado bar lleno de borrachos bebiendo bajo música latina horrible, Saruman exclama, sorprendido: “Esto se parece a la Comarca”.
Otro tanto se produce en este estúpido intercambio, que debo citar en toda su extensión para que podamos apreciarlo en toda su gloria:
—Hay algo que siempre he querido preguntarle —le expuse adquiriendo cierto halo de solemnidad[—]: ¿qué le hizo pensar que al aliarse con el Señor Oscuro, iba a derrotar hasta el mal mismo y transformar las cosas para mejor? [8].
—¿Qué querías? —replicó de inmediato muy visceralmente—. Lo otro era seguir escuchando los planes ridículos de Gandalf, con el único afán de recuperar pueblos que, de no destruirlos Sauron, se habrían aniquilado entre ellos: los elfos, raza de contemplativos cantores y herreros despreocupados [sic] [9]; los hobitts [sic], esos seres infantiles y ebrios; los enanos, belicosos sin causa; los humanos, marcados por el divisionismo y la codicia. Debimos pactar con la tiranía para entender sus leyes y fundirnos, hasta ser tan poderosos como el mal mismo.
—Ah, ya entiendo, algo así como la Concertación —murmuré tras un sorbo de schop.
Hay algo tragicómico en esta respuesta del narrador. Por un lado, es una réplica muy normie y muy representativa de cierto tipo de chileno que abunda sobre todo en las redes sociales de Facebook y Twitter: gente que entiende toda la amplitud de la experiencia humana a lo largo de todos los siglos y continentes en función de partidismos políticos criollos. Pero, por otro, expresa una lectura que, pese a su mundanismo, acierta en su retrato oportunista y caído de Saruman.
Vemos que en estos episodios y en otros sucesivos, ambos personajes, el del narrador y el de Saruman, han procurado intentar entender las ontologías del mundo ajeno y compartir parte de las del propio.
Es curioso notar que el narrador, en este punto, trasciende el escepticismo. Si bien comenta que le “va a seguir el juego” a la “afiebrada ficción” del viejo, lo que sugiere otro simulacro, sí confiesa que está “intrigado”, y ello al menos lo mueve de manera desinteresada a explorar libremente a su enigmático interlocutor. Por supuesto, sus herramientas son nulas, y de ahí la comicidad del pasaje, pero al menos hay un intento de diálogo y de entendimiento.
Acaso el pasaje más bello de esta conversación se presente en el siguiente intercambio:
—¿Sabes algo? —me comentó Saruman como si hubiese emergido de su interior una revelación decididamente rutilante—. El cielo que bordea la costa de esta insólita ciudad tiene unas nubes crepusculares que en realidad son otra cosa.
—¿Qué son?
—Portales a otros mundos, umbrales donde se encuentran épocas y polvo de estrellas —aclaró—. Quizás por eso me encuentro aquí.
El hombre, sin perder el carácter sentencioso de sus digresiones, apelaba una vez más a su vasta humanidad, a salidas fantásticas, a riberas donde el factor sobrenatural desgarraba el holograma de lo real, todo con la solemnidad propia de las sagas y los cantos epopéyicos. Dirigí la vista por unos momentos al fondo nuboso entre rojizo y grisáceo que se extendía sobre el estrecho de Magallanes.
Más que por el intento de insertar una explicación más o menos verosímil sobre la presencia anómala de Saruman en Punta Arenas, el pasaje me parece valioso por la sutil sugerencia de aceptación, o al menos de consideración, que se dibuja en la mirada del narrador a este cielo, aparentemente ya sin prejuicios evidentes. Por un momento, el cielo ya no es solo un cielo sureño, sino un potencial portal a otros mundos, a lo insólito, a otras realidades más concretas (y, por tanto, a su manera, más complicadas) que el simulacro domesticado de los disfraces y las convenciones.
También resulta curioso que este Saruman igualmente demuestra su propio interés en el mundo que lo rodea, y que el narrador intenta referirle de maneras muy idiosincráticas, comentando la vaguedad del discurso oral chileno o lo que él llama “fijaciones” (tradiciones rigidizadas por convención social). Este Saruman también tiene la oportunidad de intervenir con su magia la calle, causando un pequeño alboroto vial que es comparado implícitamente con la travesura de un niño, pero que termina con ambos personajes en la comisaría.
Entonces, con infinita melancolía, este apresado Saruman concluye:
—Un mundo bastante hostil —mencionó sin despegar los ojos del cielo raso.
Paradójicamente, tiene razón. Lo “jocoso” que un Fantasista podría leer en este pasajes es que se trate justo de un personaje como Saruman el que haga esta observación, acaso porque al menos en la fantasía el dolor y la maldad tienen algún sentido o teleología intrínsecos.
Aquí nos podemos ya plantear la siguiente pregunta: ¿es este tratamiento de Saruman un reflejo de su decadencia como figura de poder en la obra original, o redentora en su acercamiento a una humanidad más sencilla?
Porque, ¿qué hubiera podido hacer en realidad el Saruman de Tolkien en Punta Arenas? Lo más cercano a ello lo podemos ver, como un símbolo concretado, en las labores extractivistas que están minando nuestra naturaleza local. Al respecto, qué bella y terrible escena la del Saruman de Barrientos Bradasic conociendo el ciprés; qué oportunidad desperdiciada para hacer algo de genuina fantasía desde ahí, pero a la vez qué interesante esa mera imagen que sugiere: la del personaje corrompiendo nuestra propia Comarca, destruyendo nuestros propios árboles [10].
Saruman está construido en el cuento como una entidad foránea al mundo ficcional chileno-patagón, obviamente, pero cuán foráneos parecen también los sujetos que detentan el poder en nuestro país y que sí han reemplazado nuestro árboles nativos con el ignífugo pino, solo por fines utilitarios. Y para ellos no habrá tango alguno que los distraiga, porque creen entender erróneamente el mundo que los rodea y los roles que pretenden encarnar: también ellos buscan recrear, y también resultan, por ello, unos pelotudos.
Pero volvamos a este Saruman en particular, el de Barrientos Bradasic. A él lo vemos bebiendo y comiendo, causando desmanes, preso, nostálgico. Luego incluso lo veremos bailando tango con la tía del narrador. Salvo por un par de actos concretos, este Saruman parece un viejo perdido más intentando vivir su vida como puede, como hay tantos en nuestro propio mundo. Un retrato lejanísimo ya no solo de su decadencia moral en la obra de origen, que siempre fue muy consciente en cada uno de sus pasos, incluso los errados, sino de su propia naturaleza Istari y de su potencial para el verdadero mal.
¿Qué haría este Saruman después en Punta Arenas, más allá de los márgenes de este cuento? ¿Venir a Punta Arenas lo habría salvado de seguir tiranizando la Comarca y de luego morir de una forma patética? ¿Puede ser nuestro horroroso Chile en verdad un lugar de redención, a pesar de su ya mentada hostilidad?
Tantas posibilidades de respuesta a estas locas preguntas. Tantas como los portales sugeridos en el cielo.
Cuando finalmente Magdalena va a resolver todo el entuerto a la comisaría, el narrador le explica muy serio que aquel viejo conflictivo no es nada menos que Saruman, el Saruman de las historias que ella tanto ama, que ha llegado a través de un portal en el cielo. Pero ahora Magdalena reacciona de manera burlona y escéptica.
Y es aquí cuando el narrador desliza su dardo, acaso el parlamento más interesante del cuento:
¿Qué pasó con los Istaris? Los enviados de Valar que llegaron alrededor del año 1000 T.E. ¿O todo consiste en ti misma? Tú y tus amigos leen los libros de Tolkien y ven las películas para buscar enseñanzas de vida, para entender el viaje de ustedes por sus propias existencias, pero son incapaces de creer en lo verdadero de esa ficción. Ahora, algo de ese universo se encarnó ante tus ojos y lo que único que se te ocurre es obviarlo y seguir tratando de resolver tus problemas.
El desenlace del cuento, con Saruman bailando tango, ocurre demasiado rápido después de esta alocución, y al parecer Magdalena no se inmuta ante el reproche. Tampoco queda claro si este reproche mismo es parte de lo “jocoso” que pretende enfatizar la narración, pero a mí me ha encantado de una manera muy honesta y nada jocosa. Quizá en eso estoy como los lectores románticos del Quijote, que persisten en la interpretación idealista y que por ello, según otros lectores descreídos, somos dignos de ser descalificados como imbéciles o locos.
Pero, como a mí no me importa ser imbécil o loca ante los ojos de los descreídos, insistiré en el valor sincero de esa aguda crítica del narrador.
¿De qué sirve la fantasía si la vuelves apenas un simulacro, si reduces el poder transformador de la imaginación a un mero juego social para pasar el rato?
Por supuesto, no se trata de que una vaya literalmente viendo por la calle cosas que no existen, sino de realizar un procedimiento consciente del que el propio Tolkien escribió en su ensayo On Fairy-stories: renovar la mirada desde el viaje imaginativo. Ser capaz, por unos instantes, de pensar en otras posibilidades para el cielo que nos envuelve todos los días, a cada hora e instante de cada día. De tratar de entender la otredad desde el diálogo, aunque sea desde nuestras truncas herramientas localistas. De atreverse a vivir aventuras y peligros por estos acercamientos, por más estúpidos y poco solemnes que puedan parecer.
Por supuesto, es humillante para nuestra estirpe que quien revele esta verdad del cuento sea alguien como el narrador, pero creo que ahí hay una clave fascinante, casi esperanzadora: quizá gente que en principio esté menos contaminada por los artificios simulados (como le pasa a algunos tolkiendili), o que incluso tenga menos encima el anhelo desesperado de Faërie nublándole la vista (como me pasaría a mí, por decir), pueda ser la más receptiva al arte de la magia misma, y que pueda por ello ser la voz de nuestra conciencia perdida.
O bien, que en nuestras caídas como Frodo, nunca deje de haber un Gollum que nos precipite a la Providencia.
Acaso, como también suelo decir/escribir, haya más espíritu de fantasía en el buen realismo antes que en muchas obras comerciales contemporáneas rotuladas como tal en las estanterías de las librerías.
Y quizá también, en el caso de este cuento, podamos leer más preocupación por la naturaleza de la fantasía (y la forma en la que la retuercen algunos de sus cultores) desde el vulgar marco de un realismo irónico antes que desde una extensa y consistente novela del género.
El final abierto del cuento, que en el baile del tango sugiere un diálogo sincopado entre ficción y realidad (o entre dos estéticas ficcionales diferentes, pero que siguen compartiendo su naturaleza ficticia: la fantasía y el realismo), es bello a su manera.
Pero yo elijo quedarme con esa breve mirada vacilante al cielo, el cielo que quizá qué otro personaje podría traernos a nuestras anodinas calles sureñas.
Ojalá que al menos este, si es también un personaje tolkeniano, logre escapar de comunidades utilitarias y se tope con más personas comunes en su delirante aventura en nuestro hostil mundo chileno.
Notas
[1] Es importante hacer esta aclaración porque cualquier lector atento de la obra, y no necesariamente fanático de Tolkien, notará que esta recreación de Saruman incurre en diversas conductas y parlamentos ajenos al personaje original del autor inglés. No se presentan las condiciones textuales o extra textuales suficientes como para resolver si esto se trata de una decisión estética consciente o de gazapos provenientes del olvido o de una lectura superficial o sesgada del propio Barrientos, achacada de paso al narrador.
Esto lo comento en el texto principal, más adelante, pero consideré pertinente anunciarlo ya en esta primera nota. [Volver al texto]
[2] El Señor de los Anillos debiera ir en cursivas, y El Silmarillion es el título completo de la obra referida, con el artículo incluido (erratas de estilo). Las dos torres es el título del segundo volumen de ESDLA, inspirado en las torres de Orthanc (donde se refugia Saruman) y Barad-dûr (donde se refugia Sauron). Este volumen corresponde, dentro de la segmentación original del autor, al inicio del Libro Tercero. Por tanto, como se infiere que el narrador no está hablando de las torres en sí, sino de la obra, también debiera ir en cursivas. Un lector de Tolkien sabe que ESDLA no es originalmente una trilogía, sino una sola gran historia subdividida para su publicación en tres libros por razones extra literarias.
A diferencia de la nota anterior, aquí podemos al menos interpretar que este tipo de errores provienen del conocimiento insuficiente, y probablemente prejuicioso, del narrador sobre la obra de Tolkien (y que quizá este es compartido por los correctores y diagramadores del libro, o al menos de la versión digital que leí, en préstamo de la Biblioteca Pública Digital). [Volver al texto]
[3] La confusión entre el término “literatura fantástica” (phantastique) y “literatura de fantasía” (fantasy) es habitual en todo ámbito, incluso el especializado en la disciplina literaria. Y no, a mi juicio, el término “literatura maravillosa” no resuelva nada: es una adopción de la gente de Letras Hispánicas/Pedagogía en Lenguaje que nunca salió de Tzvetan Todorov ni sus epígonos en los estudios de lo fantástico.
Escribí sobre estos embrollos terminológicos en mi ensayo "Distinguiendo una vez más la fantasía de lo fantástico, o cómo cortar la enésima cabeza de la hidra".
De manera coloquial, sin embargo, se entiende que el lector lego usa el término “literatura fantástica” para referirse a la fantasía y lo fantástico. Incluí el “[sic]” porque, viendo la trayectoria y enfoques anteriores de estas Jornadas, creo que sería más pertinente llamarlas “Jornadas de Literatura de Fantasía”. [Volver al texto]
[4] Por fines de transparencia, comparto que una vez yo participé de estas Jornadas, en el contexto del fenecido colectivo Fantasía Austral, en 2012. Es decir, antes de que yo misma incursionara como autora publicada. Guardo muy grato recuerdo de esa experiencia y de las personas que nos acogieron entonces, tanto como integrantes del smial como del público. [Volver al texto]
[5] Como el lector atento de Tolkien sabe (o incluso alguien que vio las películas), en realidad Frodo cede a la tentación en el último momento y se declara dueño del Anillo. Así, él no lo arroja a la lava, como era su misión, y es la intervención providencial de Gollum, que se bate a duelo con él por la posesión del objeto, quien finalmente termina precipitando la eucatástrofe de la obra.
Sería curioso leer este error argumental del narrador como algo que, de alguna manera, anticipa el propio fallo moral de Magdalena en un momento crucial. [Volver al texto]
[6] Como comento en la nota [5], Frodo esencialmente falla su misión, al menos por su propia cuenta. Al margen de ello, como un lector atento recordará, Frodo es un personaje que sufre muchísimo a lo largo del viaje, y la herida síquica que le queda tras este es tan grande que deben abandonar la Tierra Media. Por otro lado, como se narra en la misma obra, el personaje se vuelve huérfano a temprana edad, cuando sus padres fallecen ahogados en un confuso incidente en un barco. [Volver al texto]
[7] Es importante aclarar que, cuando este Saruman se presenta al narrador, da cuenta de una serie de títulos, entre los que destaca el de Zarquino. Por este nombre el personaje original de Tolkien es conocido cuando tiraniza la Comarca, suceso que los hobbits descubren en el regreso de su viaje tras la destrucción del Anillo (y que es omitido de la película). Entonces, es factible suponer que este Saruman está inspirado en su fase más decadente, cuando ya ha sido expulsado de su torre en la batalla contra los Ents. [Volver al texto]
[8] Esta pregunta del narrador solo parece tener validez en relación con el planteamiento de las películas, lo que en todo caso es coherente con su conocimiento vago de la historia, en la que el texto literario y el texto fílmico se entremezclan caóticamente. En la obra de Tolkien, las motivaciones iniciales de Saruman se enfocan en su deseo de descubrir la ciencia oculta de los anillos. [Volver al texto]
[9] Obviamente, el Saruman original jamás habría calificado de esa forma tan banal y errónea a los elfos. Una vez más, un lector atento del Legendarium en general de Tolkien, o que al menos haya conocido también El Silmarillion, sabe que el pasado de los elfos en eras anteriores es muy turbulento, y que aun en la Tercera Edad (en la que se ambienta ESDLA) encarnan la preocupación misma.
De nuevo, no es posible establecer si esto es un problema de apreciación del autor sobre los elfos tolkenianos, o una ironía deliberada.
Por otro lado, el Saruman de Tolkien, aunque efectivamente despectivo ante los hobbits (nótese que el término está mal escrito en el cuento), no los llamaría así, como ellos se denominan a sí mismos, sino “medianos”. [Volver al texto]
[10] ¿Orcos habitando bajo árboles? Esta es una idea muy desconcertante; yo al menos no la entiendo ni siquiera como ironía, al menos que se me esté escapando algún conocimiento más especializado. Quizá un Saruman más apegado al de Tolkien hubiera expresado temor o rencor ante los cipreses, debido al sitio de los Ents. [Volver al texto]
- 1/29/2025
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