Uno de los finales más bellos que he leído en una historia es el del cuento "El patito feo", de Hans Christian Andersen, en el cual el protagonista, convertido en cisne, exclama: "Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era solo un patito feo". Muchos han realizado una lectura de esta transformación y sus consecuencias en un sentido literal: una persona físicamente fea que con el tiempo se vuelva hermosa. Sin embargo, para mí esto siempre ha estado más relacionado con un crecimiento de índole artística y/o espiritual, en la que un individuo marginado por la sociedad debe salir en busca de su destino en el hostil mundo exterior, hasta que las penurias del viaje logran depurar en él aquello que siempre fue y hacerle recibir la validación de sus verdaderos pares, los únicos que importan.
Es muy común que muchos autores confiesen que ponen música de fondo para inspirarse mientras escriben. Al parecer, algo habría en la sonoridad de determinados temas o canciones que favorecerían la concentración, o bien, al ser composiciones del gusto del autor, harían más amena la desafiante tarea de escribir.
Pero para mí la música trasciende estos dos usos frecuentes. Al ser una autora de Fantasía, siento que esto implica una consagración hacia una estética que no tiene por qué plasmarse sólo a través de la palabra literaria. Así como soy una enfurecida y apasionada defensora de las narrativas de muchos videojuegos como historias de Fantasía importantes, también sostengo que existe música cuya expresión no puedo sino enlazar íntimamente a esta estética.
El compositor japonés Joe Hisaishi ha creado las bandas sonoras de la filmografía del Studio Ghibli por más de 25 años. Podría decirse que sus composiciones son tan potentes narrativamente como cualquiera de las historias de Miyazaki. Como muestra, uno de sus conciertos.
Nadie puede discutir que Japón es una de las naciones que ha aportado algunas de las obras de arte contemporáneas más hermosas y sinceras a nuestro mundo. Como si eso por sí solo fuera poco, a mi juicio algunos creadores nipones pueden adjudicarse el mérito adicional de que muchos de sus trabajos siguen teniendo una calidad de excelencia a pesar de estar dirigidos a un público masivo, que no necesariamente tiene o precisa de formación académica o artística para disfrutar o conmoverse con estas obras.