Peligros y esperanzas de la Fantasía bootleg

9/15/2023

Ilustración de Roger Garland para "El herrero de Wotton Mayor", de J.R.R. Tolkien.
Representa la figurilla de hada en el pastel.

 1. La figurilla de la Reina de las Hadas en el pastel

Retrocedió después en el tiempo con la imaginación, rememorando su vida hasta llegar al día de la Fiesta de los Niños y su encuentro con la estrella, y volvió súbitamente a ver la pequeña figura danzante con la varita mágica, y apartó avergonzado los ojos de la hermosura de la Reina. Pero ella se rio como ya lo había hecho en el Valle de la Eterna Mañana. «No te aflijas por mí, Frente Estrellada», dijo, «ni te avergüences demasiado de tu propia gente. Acaso valga más una figurilla que el total olvido de Fantasía. Para algunos ese es el único atisbo; para otros es el despertar[…]

"El herrero de Wootton Mayor", J.R.R. Tolkien


“El herrero de Wotton Mayor” es una de las primeras lecturas a analizar en mi curso “Rumbo al Reino Peligroso”, en función de los valores y componentes de la Fantasía que su propio autor, también J.R.R. Tolkien, esbozara en su imperecedero ensayo On-fairy Stories. Es también uno de mis cuentos favoritos, porque en cada relectura sigo encontrando huellas que sugieren rutas rumbo a nuevos pensamientos en relación con la Fantasía. Una de las ideas que más me ha estado rondando en los últimos meses, y que en su momento anoté de manera casi literal en mis apuntes personales de mi curso, es la que se desprende del fragmento que he compartido al inicio de este ensayo.

Es importante recordar parte de la premisa de la historia a fin de comenzar a enmarcar el sentido de esta cita. Este cuento se inicia con un pastel de conmemoración (la Gran Tarta) para la Fiesta de los Niños. El cocinero a cargo es Nokes, un hombre mundano y simplón que recuerda a una versión menos intensa del Thomas Gradgrind de Charles Dickens en Tiempos difíciles: una persona reacia a la imaginación y a la maravilla, y bastante desagradable. Sin embargo, a Nokes se le ocurre hacer una fiesta temática centrada en lo feérico, porque asocia la idea de lo dulce a las hadas y, a ambos, al mundo infantil. Para rematar su creación, el cocinero clava en el pastel una figurilla vestida de blanco y con una varita mágica rematada en una estrella, junto a un letrero que reza “La Reina de las Hadas”. Esa es la figurita que ve el protagonista de la historia, el herrero, cuando es niño. La narración no lo dice explícitamente, pero se intuye que se trata de una bagatela, tan alejada del verdadero espíritu feérico como el propio Nokes, razón por la que el herrero, ya adulto, y ante la Reina de las Hadas real, siente vergüenza.

Desde luego, este es un gesto inofensivo de parte del cocinero, pero no por ello menos despectivo en cuanto a la necesidad de una aproximación responsable hacia el mundo feérico y sus implicancias. Es una mirada que, por desgracia, encontramos a menudo en nuestro propio entorno cotidiano. Sabemos que los cuentos de hadas están, por diversos nudos y tropiezos contextuales, atados en la mentalidad popular a los niños, y que suelen presentarse a ellos a través de libros de precarias ediciones, con ilustraciones kitsch, sin valor artístico real, y textos abreviados o derechamente mutilados por fines edificantes hipócritas o subestimación de la capacidad de los niños para lidiar con temas esenciales de la vida (y que, de hecho, seguramente ya conocen). Si nos vamos al área de material educativo infantil, en especial para niños pequeños, vemos que el imaginario feérico o de fantasía genérico que a veces se usa para ilustrar actividades o unidades didácticas corresponde también a un constructo compuesto por elementos vagamente medievalistas, en los que podría sin duda calzar aquella figurita grotesca de hada que plantó Nokes en su pastel.

Esa figurita está muy vívida en las visiones de mi mente. La visualizo como algo que podría venderse en AliExpress, o que podría encontrarse en un mall chino, en un mercado persa/tianguis, o en una feria local. Una figurita barata de mala calidad, quizá de plástico o tintura tóxicos, mal moldeada y peor pintada. Una figura quizá pirata, pobre imitación en serie de quién sabe qué otro juguete o franquicia. Acaso, un hada bootleg.


2. La Fantasía bootleg: definición y principios

El concepto de bootleg, como palabra inglesa, remite a diversos significados. Su origen reside en la costumbre de los contrabandistas británicos del siglo XIX de esconder botellas de alcohol y otros objetos mercantiles en sus botas. De ahí en el tiempo, el significado se fue generalizando, hasta relacionarlo con un objeto de carácter y/o distribución ilegal. Aunque el foco principal del término está justo en esta ilegalidad, hoy en día se asocia también a la mala calidad de fábrica, a su bajo precio en el mercado y a la desvergüenza de su aspecto o propuesta, que llegan a ser casi irrisorios en su mezcolanza indiscriminada de personajes o logos de franquicias ajenas, y hechas de materiales paupérrimos y con apariencias que pueden ir de lo gracioso y tierno a lo espeluznante.

Ejemplo de bootleg de la franquicia de Super Mario. Parece ser una de esas construcciones con luces y música en las que se pueden montar niños, pero esta en particular es horrible y deforme, ilógica (¿no habría sido más intuitivo montar una figura de Yoshi?) y aparentemente cruzada con las formas de otro personaje, quizá Mickey Mouse o de Dumbo.

Para mí fue una sorpresa comprender que esta noción del bootleg era el concepto que necesitaba para describir y analizar cierto tipo de Fantasía contemporánea.

La Fantasía bootleg, así, sería para mí aquella producción literaria enmarcada temática o comercialmente en la Fantasía, pero que exhibe diversas características constitutivas, propositivas y contextuales que la apartan de la naturaleza original de la Fantasía y la acercan a un estatuto bastardizado o precarizado en su potencial artístico, estético e imaginativo, pero no del todo desprovisto de él.

A continuación, propongo una serie de principios en proceso de la Fantasía bootleg:

  • La Fantasía bootleg destaca por exponer y generar un atractivo lector por elementos extrínsecos a la estética de la Fantasía, de una forma simplificada que no se relaciona, por ejemplo, con la mixtura estilizada de géneros. De este modo, lo que queda de Fantasía en estas obras suele aparecer de manera subordinada, genérica o secundaria, o bien, tan domesticada en sus principios que es como si apenas garapiñara la textura narrativa para hacerla más vistosa. La Fantasía bootleg mejor lograda puede llegar a ofrecer un entendimiento intuitivo y básico de algunas propiedades generales de la Fantasía que ni el aspecto bootleg de su naturaleza podrían conseguir anular por completo, aunque sí se vean afectadas por su falta de desarrollo.
  • La Fantasía bootleg no tiene motivaciones ni ambiciones estéticas en su concepción y difusión. Esto no quiere decir que no cumpla con otros deseos de su autor o que no tenga su propio mérito, pero la forma en la que se construye y promociona se relaciona más con los valores capitalistas contingentes de la industria editorial y de los lectores normativos. Su textualidad es simple o cerrada, de alcances desmesurados y poco sugerentes, porque se expande en el lector desde espacios principalmente extra textuales. La Fantasía bootleg es un producto cultural, obviamente, pero no desea ser literatura, así sea buena o mala o regular.
  • La Fantasía bootleg, en sus ejemplos más logrados, busca generar en el lector diversión sencilla y emociones intensas y explícitas en un tiempo acotado de lectura, así como promover el cultivo de actividades en el contexto de fandoms para preservar su interés en el veleidoso campo editorial. Son historias que suelen escribirse y publicarse rápido, aunque haya mucho trabajo detrás del proceso, y están destinadas para el consumo rápido y su posterior socialización con otros lectores. La mayoría de ellas, a menos que resulten ser fenómenos culturales como Harry Potter (es decir, en casos excepcionales), suelen ser prontamente olvidadas por la comunidad lectura objetivo, a menos que entreguen nuevas publicaciones de la serie a la que pertenecen, o que su autor pueda manufacturar más obras de un estilo similar a mediano plazo.
  • La Fantasía bootleg no discrimina en cuanto a éxitos, poderes o alcances de sus autores. Lo mismo se presenta en autores noveles que se autopublican o que invierten en editoriales de pago como en autores profesionales, que tienen agentes literarios y que publican en distintos países y lenguas a través de sellos transnacionales. Podría decirse que la aspiración del autor novel de Fantasía bootleg es llegar al estatuto de autor profesional, al menos en cuanto a ganar mucho dinero por su obra (“vivir de la escritura”), ser adaptado a algún otro medio narrativo audiovisual popular en el momento y, como corolario de lo anterior, ser famoso.
Estas ideas están levemente inspiradas en las nociones de paraliteratura de Gemma Lluch (2005) y de literatura de fórmula de John Cawelti (1969), pero tienen el importante matiz de que están enfocadas específicamente a un fenómeno que me he dedicado a observar en la literatura que me interesa, la de Fantasía. Para este tipo de estudiosos, toda la Fantasía en sí sería una paraliteratura o una literatura formulaica, idea con la que yo obviamente discrepo. Intuyo que existe una dimensión formulaica y otra ¿estética? en toda expresión de literatura de género, cada una con sus manifestaciones particulares, pero desde luego que no me interesa meterme en esas otras literaturas.

He tratado de no darle un tono demasiado peyorativo a estos puntos esbozados, pero es probable que haya fallado porque, como se puede leer entre líneas, no me gusta nada este fenómeno; creo que es opuesto a lo que quiero yo misma crear como escritora Fantasista y a lo que más me ha remecido de la Fantasía en su expresión literaria.

Hay algo interesante en la Fantasía bootleg a su modo, claro, pero también me resulta preocupante. Mi ser catastrofista tiende a sentir que hay un gran peligro en la popularidad masiva de la Fantasía bootleg, por su capacidad por alienar a la comunidad lectora en torno a una visión estrecha y capitalizada del poder imaginativo, rebelde y redentor inherente a la Fantasía. Sin embargo, no soy plenamente catastrofista (digamos que ya no estaría en este mundo si así fuese), justo porque la Fantasía me ha enseñado a trabajar el músculo de la esperanza. Y creo que hay una dimensión de esperanza inesperada, valga la antítesis, también en la propia Fantasía bootleg, y que está condensada en la cita que presenta este texto.

Pero, para llegar a todo ello, tendré que darme un rodeo discursivo y detallar algo más mis experiencias con este tipo de modalidad, que tienen que ver sobre todo con dos corrientes principales de Fantasía comercial: la predominancia del worldbuilding como componente constitutivo y la subcategoría del romantasy.


2.1 Primer riesgo de la Fantasía bootleg: el worldbuilding como negación evocadora

Brandon Sanderson y J.R.R. Tolkien: dos autorías con diferentes aproximaciones
hacia la creación de mundos secundario en la Fantasía.

El worldbuilding se ha establecido coloquialmente como un concepto operativo en estas narraciones para dar cuenta de qué tan vistoso u original es el mundo secundario de la obra de Fantasía, y que suele derivar en una sistematización de la noción y usos de la magia, o naciones o culturas diferenciados, por ejemplo.

Por supuesto, los orígenes del worldbuilding como concepto aplicado a la Fantasía son más complejos y tienen implicancias más profundas. Probablemente su antecedente más sólido en esta estética, en lo que respecta a lo que nos interesa, el Lenguaje, es la mitopoiesis de Tolkien (el acto de creación de mitos contemporáneos). Este término nos sugiere que importaría más crear la idea o sensación de un mundo secundario inmersivo o encantador (en la acepción mágica de la palabra) desde la propia palabra literaria antes que una suerte de enciclopedia o wiki con todas sus entradas bien parceladas y llenas de menciones o hipervínculos a otras.

La obra de Brandon Sanderson se yergue como un espectacular referente de una Fantasía que tiene por eje el worldbuilding, pero confieso que no he podido con ninguna novela suya. No me intimidan la extensión ni la galería de lugares o personajes (me encanta la literatura rusa decimonónica); lo que me sucede es que me aburro mucho leyéndole. Estoy consciente de que, si pretendo continuar abordando el estado del arte de la Fantasía contemporánea, tendré que darme la tarea de leerlo, sobre todo a través de los trabajos que más me interesan de manera orgánica y que no se relacionan tanto con sus sagas principales. Pero, de momento, me abruma mucho la idea, también por algunas razones ideológicas que desarrollé en mi Boletín de Fay #13.

En todo caso, más que centrarme en lo que ofrecen en sí las novelas de Sanderson, me interesa aquí resaltar de qué manera uno de sus mayores fortalezas, según el público lector fanático, estriba precisamente en la idea de worldbuilding. Y en cómo este concepto ha permeado, hasta quizá cierto grado embrutecimiento, la forma de aquilatar, pensar y comentar una obra de Fantasía en tiempos contemporáneos, hasta el punto en que resulta bastante difícil dar con una reseña fan de este tipo de trabajos que no mente al worldbuilding, el lore, los sistemas de magia y otros términos que parecen ya inscritos en piedra.

(Si a ti, como lector de Fantasía, te quitamos estas palabras, y de paso sus sinónimos o términos afines, ¿podrías comentar de manera nítida una obra de esta estética? ¡Suspenso! Pensémoslo todos como un desafío personal)

Una de las críticas más interesantes que he leído al concepto de worldbuilding y a su popularidad en autores y lectores viene, curiosamente, del escritor M. John Harrison. En una entrada de 2007 ya no disponible de su blog, titulada very afraid (¡ah, cuando los escritores tenían blogs en los que compartían sus pensamientos sobre su disciplina…!), Harrison desglosaba algunas ideas sobre sus reparos ante este palabrejo y lo que podía implicar. 

No concuerdo con todas sus visiones al respecto, porque creo que hay una distancia crítica entre la noción del subcreador y la escritura imaginativa de un mundo secundario como acto generativo de inspiración cristiana y la capitalización gringa y muy secular del worldbuilding, pero eso no importa en este contexto. Cito a Harrison, traducido por mi propia mano, en lo que sí me importa:

Las técnicas de representación [del worldbuilding] se usan para validar la invención, con la idea de proveer una creación secundaria para que el lector la “habite”; pero, también, en otro sentido, se usan como una excusa o coartada para el acto de inventarse cosas, como para legitimar una actividad por lo demás cuestionable. Este tipo de worldbuilding, en realidad, socava los mejores y más emocionantes aspectos de la ficción fantástica, al subordinar lo incontrolable, lo intuitivo y lo auténticamente imaginativo a lo explicable; y al reemplazar la lógica sicológica, poética y emocional con la racionalidad de la falsificación. […]


Harrison considera además que el rol activo del lector es esencial, que el lector es quien completa la obra en su interacción personal con el texto. Esto es una obviedad para cualquier persona que sepa algo de literatura como disciplina, pero siempre está bien recordarlo en relación, precisamente, con textos que no suelen estudiarse en la academia hispanoamericana, como los textos de ficción imaginativa. Es lo que hace Harrison. Si una obra ofrece un worldbuilding de espeluznante detalle y minuciosidad compositiva, según lo que entiendo de este autor, eso limita la posibilidad de co-construir aquel mundo secundario que se ofrece, en principio, en una suerte de borrador al lector. No hay espacio entonces para la interpretación, que es un ejercicio fundamental para recargar de sentido a la obra literaria.

A estas ideas yo agregaría lo siguiente: puesto que Harrison considera en sí el acto de leer interpretativamente como un juego, en oposición a la lectura cerrada y lineal de un texto operacional, eso sugiere que el aspecto lúdico que suele expresarse en este tipo de obras de worldbuilding en espacios extra literarios (cosplays, juegos de rol, fan arts, etc.) corre el riesgo de transformarse en una feble compensación por algo que el texto mismo no ha podido entregar al lector. No digo que estas actividades sean negativas en sí mismas, por supuesto, sino que me parece extraño que su presencia parezca muchas veces opacar la propia obra literaria, en lugar acaso de complementar la experiencia.

Y esto, por supuesto, nos lleva de nuevo a la idea de Fantasía bootleg: parte de la belleza imaginativa que conlleva la Palabra de la Fantasía, si no se la toma en serio, puede verse reducida en su potencia lingüística y desplazada, con toda la pérdida subversiva e íntima que ello conlleva, al espacio no literario, social y capitalizado.

Ahora bien, todo esto que describo no viene solo de autorías pro worldbuilding como las de Sanderson, claro, sino también de otros medios narrativos de Fantasía. El punto es que ellos, como los videojuegos, poseen otras textualidades, por lo que el worldbuilding es más idiosincrático en ellos. La responsabilidad última, creo, recae más bien en la apreciación y validación del lector ante este tipo de situaciones.

Porque, de hecho, ya los creadores de los medios no literarios llevan muchísimo tiempo repensando críticamente cómo evocar un mundo ficcional vívido en el receptor, sin recurrir a subterfugios mecanizados. En efecto, en este bellísimo video comparativo entre los motivos e imaginarios de The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom y diversas películas clásicas de Studio Ghibli, titulado "Rekindle the Light: How Studio Ghibli Inspired Tears of the Kingdom", se nos comparte un diálogo muy interesante y sencillo entre dos maestros creadores: Shigeru Miyamoto y Hayao Miyazaki.

Cuando ambos refieren a la creación de un mundo imaginario en sus respectivos medios, comparten la creencia de que la anhelada inmersión ficcional se puede trabajar a partir de lo que implica existir sensorial y memorísticamente en esos espacios. La animación lo hace desde la creación de espacios audiovisuales, y los videojuegos, desde espacios audiovisuales interactivos.

Lo que extraigo a partir de estas palabras, así como de mi propio conocimiento de sus sendas obras, es que esto se trabaja a partir de sugerencias al receptor. Conectando esto con las ideas de Harrison, estas sugerencias permiten la re/co creación del espacio, del mundo mismo, como un acto de evocación personal a partir de un estímulo dado desde el lenguaje.

Considerando estas visiones, no es de extrañar entonces que la conceptualización de la mitopoética desde la mirada personal de Tolkien no se haya presentado como tal en un tratado de cientos y cientos de páginas, y ni siquiera en un ensayo. Se presentó en un poema de mediana extensión, dedicado a C.S. Lewis: "Mythopoeia".

Alguna vez, en el contexto de una conferencia que impartí, comenté medio en broma en la ronda de preguntas que teníamos ya que pasar del modelo del worldbuilding al worldthinking. Ironías aparte, creo que esa intuición del momento no parece tan descabellada.

En la medida en que vayamos asimilando cada vez más, desde nuestra mente y desde nuestra prosa, que un mundo secundario literario se yergue más desde la poesía (acto de lenguaje) que desde una wiki (acto de hipervínculos que en realidad no conectan nada de manera orgánica), nos iremos alejando de la paradójica funcionalidad desmesurada de la Fantasía bootleg.


2.2 Segundo riesgo de la Fantasía bootleg: el romantasy como anulación de la alteridad

Portada de la novela Alas de sangre, de Rebecca Yarros, en la que me basaré para desarrollar este apartado. Graciosamente, la portada es lo más sobrio de la obra.

El romantasy es un subgénero comercial de la Fantasía. Como tal, me resulta difícil de definir formalmente, porque en realidad el amor y el sexo han sido siempre temas esenciales en la historia de la literatura, y su vinculación con la Fantasía y sus propios antecedentes preliterarios acarrea varios siglos. Hoy en día, además, no resulta fácil rastrear los orígenes y trayectorias de conceptos surgidos en las comunidades de aficionados por sus propios desplazamientos en espacios virtuales cada vez más crípticos para los neófitos, y redes sociales cada vez más ajenas a la textualización. Por ello, no he podido hallar ninguna fuente textual concreta o fiable para el término “romantasy” en el sentido en el que se usa hoy o sus orígenes, así que esbozaré algunas características que he podido reunir de las obras que he hojeado.

Como sugiere la contracción, una historia de romantasy se caracterizaría, principalmente, porque su núcleo narrativo está asentado en un vínculo sexoafectivo. El componente imaginativo de la obra, según lo que he visto en el oficio de su creador, podrá estar más o menos planteado en relación con este nexo: a veces incide directamente en lo que une o aleja a los personajes, y otras está dispuesto como un mero elemento decorativo para una historia y una pareja que bien podrían presentarse en nuestro mundo, cambiando algunas cosas por aquí y por allá. Asimismo, me ha dado la impresión de que el romantasy puede tener diferentes orientaciones sexuales y grados de intensidad o variedades de relación, aunque parecen destacar los vínculos heterosexuales, las preferencias por cuerpos de atractivos normativos, un entendimiento del sexo en ocasiones más pornográfico que erótico y conexiones emocionalmente turbulentas o ambiguas.

Como me sucede con las obras que prestan demasiada atención al worldbuilding, el romantasy también se me hace arduo de leer. En este caso, las razones son otras. Nunca he sentido mucho interés por historias enfocadas en vínculos o deseos amorosos/sexuales, porque normalmente no tienen nada que ver con los míos (pasados o presentes), y su cualidad de lejanía estilizada no está lo bastante bien lograda (para mí) como para que me apele desde el extrañamiento. En el caso de cierta línea de romantasy, creo que además se trabaja mucho desde una “fantasía” sexoafectiva de adolescentes o mujeres jóvenes (o adultas con mentalidad de tales en estas lides) heterosexuales y, en general, normies, y tampoco puedo conectar con ese perfil. Sí he llegado a apreciar mucho algunos romances ficcionales de historias de Fantasía que tenían otros enfoques narrativos o temáticos, como lo expliqué en mi kilométrico ensayo sobre Xenoblade Chronicles 3, o como comenté en su momento en esta entrevista para la web chilena Lee Mujeres.

Curiosamente, parte de mi motivación para darle forma a este otro esayo actual viene de mi experiencia de lectura de una obra rotulada como romantasy: Alas de sangre (Fourth Wing, 2023), de la estadounidense Rebecca Yarros, el primer libro de la naciente saga de Los Empíreos y su primera incursión en la Fantasía, luego de una carrera especializada en ficción romántica.

La novela ha sido éxito rotundo, y se ha difundido muchísimo por esa red del averno que es TikTok. Y claro, se hablaba mucho de su romance con populares tags de fanfics que codifican una red de tópicos, como enemies to lovers o slow burn. Pero también se decía que era una obra digerible de Fantasía épica. En particular, me llamó mucho la atención este mesurado comentario de Joaquín Garza, un lector que sigo en Goodreads, y que pudo hacer una valoración muy interesante de la historia. En ella, Joaquín destacó la presencia y tratamiento de los dragones desde una tradición que suelo disfrutar mucho leer, sin importar el contexto literario.

Así que, intrigada, finalmente me animé a leerla.

Para sorpresa personal absoluta, a diferencia de otras obras populares de Fantasía con las que no he podido motivarme, pude avanzar por ella bastante rápido y conseguí terminarla, divirtiéndome y distrayéndome de otras angustias personales en el proceso.

Aclaro de inmediato: la novela está escrita horriblemente. Ojo: he dicho escrita y no narrada. El ritmo narrativo es muy rápido; siempre están pasando cosas y casi todas tienen algún propósito funcional en la historia, que se va desenvolviendo de una manera competente y adecuada a su naturaleza. No es un modelo de narración que me suela acomodar, pero aquí no me molestó y hasta me entretuvo.

En términos estilísticos, que es en lo que me interesa centrarme, la obra es muy inferior a lo que he leído de Brandon Sanderson y de Samantha Shannon, a quien incluso le dediqué un ensayo sobre el estilo en la Fantasía por la decepción que me había supuesto su prosa, y probablemente a muchas otras obras mediocres con las que sido más dura en mi mente. Pero hay bastante que se puede escribir y pensar de ella como representante actual del triunfo del romantasy.

Primero, me interesa destacar que hay una vulgaridad esencial que permea toda la obra. Omito de esto la construcción afectiva-romántica en sí entre la pareja protagónica, la protagonista Violet Sorrengail y Xaden Riorson. Mi foco se desplaza a otra parte: el hecho de que Violet se pase prácticamente en celo ante Xaden durante toda la novela, incluso después de intimar con él. Creo que eso en sí mismo es más grotesco que el par de detalladas relaciones sexuales que se narran en la historia, y que son tan “coloridas” en su descripción que resultan graciosas.

Supongo que esto en sí no me enoja porque estoy consciente de que escribir literariamente de sexo es dificilísimo y muy fácil hacerlo de manera ridícula, cursi o patética, incluso si se es un escritor por lo demás competente. Hasta hay un premio llamado Bad Sex in Fiction que tributa a esa dificultad y a quienes no logran superarla.

Evidentemente, en la prosa feísima de Yarrow no vamos a encontrar nada del nivel de la colección La sonrisa vertical, o propuestas de surrealismo erótico como las de Marosa di Giorgo, o las de relaciones sáficas como las de Sarah Waters o Jeannette Winterson. Pero creo que esto se debe no solo a un asunto de oficio o interés literario. También creo que se debe al hecho de que las escenas sexuales de cierto tipo de romantasy no parecen buscar el erotismo (más o menos explícito) como sugerencia sensorial desde los recursos estilísticos, sino una forma de pornografía en la que el texto debe suplir lo que no se puede lograr desde el más efectista recurso audiovisual.

Nada sale mal o regular en estos encuentros. Todo es perfecto y muy placentero. Los cuerpos de los amantes son deseables porque ambos son guapísimos, y si tienen imperfecciones, como las hipérboles del porno, estas están transformadas para que sean formas alternativas de un atractivo que sigue siendo normativo, pese a lo exagerado.

Violet y Xaden están vinculados mágicamente por el pacto de sus sendos dragones, que son pareja, pero este interesante planteamiento se ve lastrado por la intención utilitaria de tener una excusa para acercarlos más allá del deseo inicial mutuo que ya sentían el uno por el otro y que se nos confirma bien avanzada la novela. Es decir, solo refuerza, desde una tensión similar a la intriga, lo que habría podido pasar igualmente. En otro pasaje desaprovechado, Violet percibe las oleadas de deseo de su propio dragón apareándose con su compañera, y Xaden le enseña a bloquear los estímulos. Fuera de la incomodidad de esto en la joven, no se exploran con más ahínco otros temas aledaños que se sugieren desde el texto, como las discusiones sobre intimidades forzosamente compartidas, o ¡el deseo mismo de los dragones! ¿Cómo eso no va a ser interesante y digno de tratamiento narrativo, fuera del chiste flojo y obvio? Y en los pasajes sexuales entre los jóvenes, el poder del trueno de Violet, en su clímax, destroza el inmobiliario de sus habitaciones… La situación se lee tan tonta como la presento aquí. Peor que eso, se lee como una alegoría: el orgasmo… es como un trueno.

... ... ...

Hay una vulgaridad muy curiosa en este sexo paradójicamente aséptico y funcional, sin porosidad alguna, en la medida en que plantea una suerte de escapismo del acto sexual como encuentro de intimidades negociadas, así sea romántico o no. En cuanto a su tratamiento desde la Fantasía, se aprecia una intuición valiosa: la magia es una fuerza instintiva, salvaje. Pero todo en ella parece estar en función de condimentar el fornicio de los héroes y la dimensión spicy/horny de su relación. No se la usa como dispositivo de exploración de todo lo que podría transformar su presencia, y que sería lo distintivo que podría aportar la naturaleza imaginativa de estos componentes.

En fin: que un trueno no es (solo) como un orgasmo…

Aquella vulgaridad se aprecia también en el registro estilístico general de la obra. Los personajes, sin importar su naturaleza, personalidad o rango, se expresan indistintamente con palabras como fuck, shit o asshole. Insisto en el matiz: no se presentaba esto como una caracterización, sino como si las groserías de nuestro mundo (sobre todo de contexto anglo contemporáneo) fuesen el recurso más expresivo que pudiese haber encontrado la narración para denotar algunas emociones intensas. También abundan anamundismos extremos: sexy, cool, vibe, ¡los meses del año con los nombres de nuestro mundo! Para terminar, se reitera una estructura muy particular de oraciones que buscan retratar la exasperación de la protagonista: oraciones.escritas.así.con.punto.seguido. Como el discurso de los gringos indignados en redes sociales que buscan recrear condescendientemente el énfasis de cada palabra que se pierde de la comunicación oral. Pero esta estructura no es necesaria en una obra literaria, porque se asume que el autor sabrá recrear (o al menos entenderá la necesidad de tratar de hacerlo) todos estos matices de la comunicación desde los recursos propios del texto literario.

Claramente, esto no sucede en Alas de sangre.

Hay una nula conciencia estilística sobre cómo podrían pensar o hablar personajes en un mundo secundario de Fantasía, o cómo se debería narrar todo esto para al menos sugerir que se trata de una construcción con un propósito estético efectivo. Si bien este es un problema habitual de la Fantasía bootleg, aquí resulta particularmente irritable porque pareciera ser que no es que a la autora se le haya escapado esto por un error trascendente a la experiencia del escritor, sino porque en realidad pensó que debía ser una buena idea. ¿Por qué? No puedo entenderlo; confieso mis límites intelectuales al respecto. Me parece algo muy intrusivo y distractor, por cierto que mucho más que el tosco infodumping de worldbuilding y que también ha sido criticado por lectores más quisquillosos en estas cosas.

A propósito de la aparente ambigüedad de las categorías comerciales gringas de las literaturas clasificadas por rango etario (principalmente, Young Adult y New Adult), cabría preguntarse también por las razones por las que Alas de sangre se considera una novela destinada a adultos. En mi lectura, me encontré con una obra que, salvando el sexo explícito y el lenguaje soez, sería bastante digerible para un público juvenil actual, según las tendencias vigentes. Veamos: tiene una prosa muy rápida, está narrada en primera persona y en presente, posee limitados alcances introspectivos y es muy sencilla en su tratamiento tanto en el desarrollo sicológico de los personajes como del conflicto político de su mundo…

¿Es que entonces lo que define la adultez, desde este marco interpretativo, es apenas el sexo y las groserías…?

En fin: por fortuna, no todo es grotesco en esta novela. Si apartamos todas las ordinarieces descritas, como apunté líneas atrás, nos encontramos con una historia genérica de Fantasía épica con muchos elementos entretenidos, nada originales ni valiosos en sí mismos, pero válidos a su manera: una academia militar en la que cada rutina puede matarte, una protagonista insufrible que posee matices redentores (es ingeniosa, compasiva y esforzada), una familia con algunas tensiones sugeridas y otras explicitadas, un puñado de amigos y compañeros esquemáticos que sin embargo tienen sus buenos momentos, un conflicto político en el que obviamente nada es como parece al inicio, el resurgimiento fáctico de peligros que alguna vez estuvieron constreñidos al terreno de las leyendas, y… ¡dragones! ¡Dragones decentes! Dragones pertenecientes a aquella bonita tradición que los presenta como seres pensantes y a la vez arcanos, así como compañeros de los humanos a través de complejos vínculos y cesiones de poderes.

Por supuesto, los dragones unidos a Violet fueron mis personajes favoritos de la obra. Tairn es un dragón poderoso e importante, y a la vez es muy gruñón y sarcástico (se entiende, al tener un vínculo con alguien como Violet), dos trazas de personalidad que me encanta ver en este tipo de criaturas mayores, y Andarna es una dragona niñita muy adorable. Las escenas en las que ella ayudaba a Violet y se cansaba, o cuando debía ser llevada bajo el cuerpo de Tairn, me parecieron muy tiernas y bien logradas. Entiendo que personas más conservadoras en su apreciación de los dragones en la Fantasía encontrarían esto tan horrible como todo lo demás, pero a mí me encanta la variedad dragonil mientras se preserve siquiera un ascua del misterio, poder y majestuosidad del dragón como figura mitológica, cruzada también por la fragilidad y la ambigüedad de un tratamiento más humanizado.

Estos puntos positivos de la obra coinciden con motivos y temáticas que me interesaban mucho como lectora adolescente en busca de historias de Fantasía para cualquier edad, cuando tanto mi conocimiento de ella y mis posibilidades de acceso a libros de su estética se me veían muy limitados.

Sin embargo, sé que aquella retahíla de vulgaridades me habrían incomodado. Aún más: no habría entendido su razón de ser.

Vivimos en una sociedad hipersexualizada, de modo que sus discursos se imponen y se te aparecen incluso si no quieres estar ante ellos (o si no quieres enfrentarlos en determinado momento…). Es esta una hipersexualidad además mercantilizada que se ha vuelto una especie de marca más de pertenencia y, por tanto, de exclusión, cuando tu propio deseo, o la carencia de este, o todos los complejos y delicados matices que lo cruzan, no calzan del todo con lo que se espera o se valida o transa desde la sociedad. (Por supuesto, no me refiero con esto a parafilias radicales o vínculos abusivos, coercitivos y/o sin consentimiento, sino, por ejemplo, a situaciones como el amplio matiz de la asexualidad. Es decir, experiencias más o menos periféricas que, en sí mismas, no dañan a nadie).

Por ejemplo, de adolescente, en el contexto del plan lector escolar, tuve que leer diversos libros con escenas de sexo que me parecieron grotescas, y otras hasta abusivas. Y no eran obras notoriamente canónicas, sino más bien de un canon chileno-hispanoamericano que no tiene demasiado valor estético ya que ofrecer. Nunca leí en el colegio La Odisea de Homero, pero leí Ardiente paciente de Antonio Skármeta. ¿Por qué? Mi vida adolescente estuvo mucho más cercana al motivo de la dificultad del regreso a casa de Odiseo que a chabacanerías como la escena del huevo del libro de Skármeta, aunque la sociedad parecía insistir en que, como muchacha, debía conectar más con lo segundo que con lo primero.

En su columna Harry Potter and the Childish Adult” (2003), la escritora A.S Byatt, además de criticar con agudeza la obra de Rowling, compartía un curioso comentario: ella leía a Tolkien cuando estaba enferma, decía, porque creía que había una “ausencia total” de sexualidad en su mundo, y eso le parecía un alivio.

Byatt no es precisamente una escritora mojigata, y su visión personal sobre esta “asexualidad estética” de Tolkien ha sido ya discutida. Sin embargo, conecto con sus impresiones. Si el mundo te impone por todas partes su hipersexualización normativa como una forma de homogeneización o exclusión de lo diferente, ¿no es natural buscar alternativas?

Eso era para mí la Fantasía en esos años. Yo buscaba en mis lecturas independientes (fuesen para adultos, jóvenes o niños) temas que eran más importantes y urgentes para mí que aquellas visiones alienantes de la sexualidad, y que se relacionaban con las respuestas que buscaba en mi propia experiencia de vida como adolescente.

Temas como el valor de sostener la esperanza de que, pese a que todo pareciera insistir en lo contrario, existía un sentido nuestro mundo horrible, cruel y caído. La esperanza, también, del afecto de los que eran como nosotros o que luchaban por la misma causa. Del destino. De la conexión íntima y trascendente no solo con personas, sino también con propósitos, sueños e ideales. De que valía la pena creer en que el Bien debía vencer al Mal. De que, en el peor de los momentos, una estrella siempre refulgía sobre nuestras cabezas y que había que esforzarse en vencer el peso de las lágrimas para alzar el rostro y verla ahí.

Y esos temas solo los encontré, en esa época, en las escasas historias de Fantasía que pude llegar a conocer. Si en esa época me hubiera topado con una obra como Alas de sangre, o con las propuestas generales del romantasy, me habría sentido profundamente traicionada. Estas lecturas me habrían remarcado que incluso ahí, en el refugio de la novela de Fantasía, en un mundo secundario en el que existían dragones, incluso ahí, de todos los lugares, me perseguiría la violencia del romance y la sexualidad impuesto y excluyentes de mi propio mundo.

Quiero insistir en eso: el problema central que intento abordar aquí no tiene que ver con el sexo excesivo en este tipo de narrativas, sino en su habitual tratamiento superficial, des-estilizado y homogeneizador. La concepción de sexualidad en estas obras de romantasy no parece terminar de maridar de manera orgánica con los componentes intrínsecos de la Fantasía, y no porque la Fantasía sea en sí puritana, obviamente, sino porque domestica lo que la Fantasía sugeriría como subversión y como forma alternativa de situarte en el mundo. Como apuntaba Joaquín Garza en su comentario, aquellos “romances estridentes” se sienten como si pertenecieran a “otro género”. No hay una síntesis en la que el sexo-romance pueda fluir desde el propio tejido de la Fantasía, o en la que la Fantasía pueda abrirse a una imaginación también lúbrica desde la exaltación de lo feérico, de lo mágico, de lo alterno.

Ambas dimensiones se leen complejas de ejecutar de manera enriquecedora en esta literatura, y así parecen ser, al menos desde mi propia experiencia (inédita) de escritura. Pero lo que realmente me frustra no es su fracaso en este tipo de obras, sino que ni siquiera parezca haber una noción de la importancia de esta inquietud, lo que deriva en que tampoco haya siquiera un intento consciente de asumir esto como desafío literario, por más fallido que resulte. En cambio, se apela al camino más rápido, eficiente y exitoso, justo como uno de estos coitos perfectos de explosiva culminación: todo muy placentero, pero vacío al final de todos los caminos.


3. La esperanza de la Fantasía bootleg

Algo importante que debo mencionar ahora en este ensayo es que, en realidad, a mí me encantan cierto tipo de bootlegs, sobre todo juguetes o peluches. Me producen ternura. Pienso en lo mucho que han tenido que viajar desde fábricas recónditas, en las que fueron hechos como la mercancía más ordinaria y que se venden como tales en tiendas misceláneas, pero con la esperanza anhelante de ser comprados y llegar a un nuevo hogar.

Me conmueven sus fallos de materialidad y de pintura, sus rostros deformes, sus faltas de articulaciones, su textura extraña, sus errores conceptuales. Pienso en lo feliz que fui de niña con algunos juguetes bootlegs, pese a que sabía que no eran “oficiales”, porque era lo único que podía tener: figuritas de Pokémon o de Dragon Ball. Hoy en día, cuando al fin tengo cierta autonomía financiera por ser una adulta relativamente funcional, puedo permitirme al fin tener figuritas y cositas varias de Super Mario, como siempre deseé de niña. Y en ella conviven, con equitativo cariño, figuritas originales y otras piratas.

Ejemplo de peluche bootleg de Luigi que me parece muy tierno.

Por supuesto que, de niña, deseaba tener figuras de mejor calidad, más bellas y resistentes, pero eran caras y estaban fuera de mi alcance. Muchas cosas que he anhelado han estado siempre fuera de mi alcance. Pero mi inocencia infantil me hacía ver esas figuras como lo que, esencialmente, eran a pesar de todo: juguetes. Lo que importaba era lo que imaginación pudiera hacer con ellos, las vidas y aventuras que iba a crearles y que, si todo iba bien, borrarían para siempre la humillación de su origen y de sus correrías en tiendas de mala muerte.

Siempre he sentido compasión hacia ciertas cosas feas, deformes, que reciben burlas o a las que nadie quiere o soporta, porque yo misma me he sentido como un bootleg humano muchas veces en mi vida.

Esta es, pues, otra dimensión de lo bootleg, una redentora, y que se relaciona directamente con la evocación y la alteridad que he buscado siempre en la Fantasía.

Y existe aún otra, que esbozo a continuación.

Volvamos ahora a las palabras de la Reina de las Hadas de "El herrero de Wootton Mayor". La Fantasía booleg, así como la he conceptualizado, existe, y yo tiendo a detestarla por las razones expuestas. En sus peores formas, siento que afrenta, desde la mercantilización y lo vulgar, lo que me es más caro en la vida: la propia Fantasía y todo el consuelo y belleza que me ha entregado.

Pero he aquí que la Reina (me) dice no es necesario sentir vergüenza o rabia por ella. La Reina prefiere que exista el bootleg eco, huella o sombra de lo importante a que no exista nada. El personaje de Nokes, a su manera, ofrece así una insospechada profundidad: incluso él, desde su ramplonería afantástica, conserva una vaga intuición de lo hermoso y lo valioso, lo que lo lleva a consagrar involuntariamente la Fiesta de los Niños a Faërie. Nokes no llega jamás a aceptar el influjo de la maravilla en su vida, pero resulta que su propio bisnieto termina recibiendo el testigo de la Estrella.

¿No es acaso nuestra propia vida caída un eco, huella o sombra de aquellos que hubiéramos debido ser?

La apuesta a la esperanza de que la Fantasía bootleg pueda llegar a encantar a alguien en el camino Fantasista es muy arriesgada. En ámbitos menos trascendentes, hemos visto esperanzas homólogas frustradas, al menos en lo que respecta a la dedicación a la ficción imaginativa. Muchos niños que “descubrieron la lectura” con Harry Potter, en realidad, aunque hayan leído más libros en su juventud y adultez, nunca llegaron a salir metafísicamente del ethos de Harry Potter. Muchos adolescentes de entonces que se prendaron de Crepúsculo, Divergente y otros epígonos afines no llegaron a explorar en sus rutas el relato gótico o la ciencia ficción distópica, sino que se anclaron en la misma iteración de romance. Muchos aspirantes a escritores de Fantasía que conocí y que arribaron en los últimos diez años a las entradas del Reino Peligroso, metiendo mucha bulla en el proceso, se aburrieron y hoy están interesados en otros rumbos, literarios y no literarios, más populares, validados o lucrativos.

La Fantasía es un Peligro hermoso, que vale todas las penas del mundo. Pero también es muy difícil de portar, incluso para los que la amamos. Por lo general, cuando es verdadera, ella misma se va colando de los corazones humanos con el tiempo, si es preciso. Nuestra lucha como Fantasistas también pasa por resistir los embates de los años, sus miserias y sus silencios, nuestro propio cansancio y faltas de fe, a fin de que la Fantasía misma no nos abandone.

Quizá a esto apunta también la Reina de las Hadas. Quizá la Fantasía bootleg fue, como señala, apenas un atisbo de aquellas maravillas para este tipo de personas. Mi reacción inmediata es enojarme, porque me duele y desespera atestiguar cómo tanta gente termina siendo incapaz de amar algo que yo creo que debiera ser tan amado. No lo entiendo. Pero la Reina me calma. Tal conexión de sentido no puede crearse con todos, y está bien. Algo se vio o escuchó al menos. Las personas que leyeron Alas de sangre y que quizá no volverán o no conocerán jamás Faërie conocieron al menos un eco de los dragones: un eco majestuoso y un eco tierno. Quizá sea suficiente… por ahora, para ellas. Y, acaso, la conexión de aquellas otras personas se creará con otras cosas, en otros destinos ajenos e inefables para mí.

Pero el corazón de esta esperanza está en esas otras palabras de la Reina: en esos otros para quienes hasta la Fantasía bootleg más precaria, hasta la figura de hada más basta con su efigie, les permitirá despertar al gozo de la maravilla imaginativa.

Yo también quise mucho Harry Potter en su momento: me enseñó que no toda la Fantasía literaria tenía que ser de matiz épico o aventurero, que podían haber otros registros más cotidianos. Aunque la lectura de la saga la realicé en la misma temporalidad que la de la obra de Tolkien, obviamente superior, mi mente juvenil no tenía muchas herramientas intelectuales para comprender sus diferencias esenciales. Pero seguí mi búsqueda lectora. Nadie que me conozca de verdad podría achacarme que me quedé solo en Harry Potter o El Señor de los Anillos. Porque, con el tiempo, llegué a entender que lo que yo amaba de estas historias no eran, en realidad, las dinámicas escolares o las grandes batallas, que parecen dos tópicos habituales en la apreciación genérica de estos trabajos. Yo buscaba otra cosa, que entonces no habría sabido cómo verbalizar, pero que hoy ya puedo esbozar: más el idioma de los dragones que su figuras tremendas.

Si mal no recuerdo (o interpreto), en su doloroso libro Realismo capitalista, Mark Fisher señalaba que incluso las obras más rebeldes, al ser liberadas al mercado, estaban enmarcadas en un contexto capitalista que desmontaba todo potencial subversivo. Me gusta pensar que también podría ocurrir lo contrario: que algo de la Verdad de las cosas se filtra incluso en obras artísticas y narrativas comerciales.

La Fantasía se yergue en los hombros de esos gigantes preliterarios que son el mito y el cuento de hadas. Ni Disney, quizá la empresa más insigne de la Fantasía bootleg, pudo domesticar del todo este tipo de historias, pese al rechazo visceral de gente como el propio Tolkien o Jack Zipes: les habrá quitado los colmillos, pero no su semilla de peligro. Yo vi muchas de esas películas “clásicas” de Disney que adaptaban o emulaban cuentos de hadas e historias de Fantasía, y de ellas me quedé con momentos como el enfrentamiento entre Merlín y Madame Mim, el dolor de los siete enanitos y todos los animalitos del bosque ante la muerte de Blancanieves, o la estampa de Mufasa con la que habla Simba en el cielo.

¿Cómo no va a haber Verdad en estas escenas? Aunque reconozco el horror capitalista de Disney y los horrores morales del propio Walt, mi relación con sus historias más emblemáticas y la imagen del creador que hubiera debido estar tras ellas está más cerca de lo que Tuomas Holopainnen de Nightwish escribió en FantasMic

Wish upon a star 

Believe in Will 

The realm of the King of Fantasy 

The Master of the Tale-like Lore 

The way to Kingdom I adore

Where the warrior's heart is pure

Where the stories will come true 


La esperanza de la Fantasía bootleg es también, en sí misma, una eucatástrofe: que de toda la gente que se acerque a ella para consumirla y consumirse hasta la nada, al menos unos pocos queden encantados por alguna imagen borrosa, alguna palabra queda, alguna luz titilante. Encantados (¿sorprendidos?) desde la alegría, pero sobre todo desde la melancolía. Y que vayan entonces en busca de esta respuesta huidiza, como hemos intentado ir todos los que en su sugerencia encontramos algo importante, acaso lo más importante.

Y, claro, que encuentren la Estrella como gracia, para que puedan ver algún día a la Reina.

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