Columnas: Brave de Pixar o la Fantasía como reparación del lazo
6/20/2013
Fate be changed
Mend the bond
Torn by pride
—Acertijo de la bruja
A lo largo de mi vida, he ido disfrutando diversas películas de Disney y Pixar sin otra expectativa más que pasarme un par de horas encantada con una buena historia. En tiempos en los que el cine parece dividirse principalmente entre proyectos comerciales de gran espectacularidad visual pero poco contenido y proyectos de una estética muy compleja (cine arte, por ejemplo), las películas animadas siempre me han parecido una saludable alternativa que puede aunar lo mejor de ambos extremos: narrativas profundas y una interesante prolijidad técnica.
Cuando me enteré de la existencia de Brave (2012), me entusiasmé mucho. Más allá de que se tratara de una propuesta conjunta de dos de mis estudios de animación favoritos, el planteamiento de una joven princesa insurrecta que osa desafiar todo protocolo me recordó a los temas desde los que escribo (y a mi vida cotidiana; la protagonista y yo compartimos chasca entre otras cosas más relevantes). En definitiva, supe enseguida que era una de esas historias que dialogaban con mi naturaleza humana y femenina la anoté como película a ver dentro de un tiempo.
En ese trecho, sin embargo, empecé a notar que había muchas críticas negativas hacia la película, lo que me desconcertó debido al prestigio que le tenía asignado a Pixar. Naturalmente, mi desconocimiento y distancia del mundo de la animación y sus vericuetos me habían impedido comprender hasta qué punto la compañía parecía estarse encontrando en una compleja encrucijada creativa, en la que cada vez resultaba más difícil estar a la altura de sus propios logros pasados.
Echando rápidos vistazos por estas críticas, encontré varios puntos en común:
- Es una buena película, pero no está a la altura de anteriores trabajos de Pixar, lo que podría indicar una decadencia o desgaste estético.
- Es una obra que le debe mucho más a Disney que a Pixar.
- Es una buena historia, pero desaprovechada por la inestabilidad del guión.
No creo que sea necesario explicar en pocas palabras cuánto me gustó a mí Brave. Y precisamente por eso escribo esta columna: necesito contar por extenso cuánto disfruté esta historia, por qué sentí que dialogaba tan bien con mis temas narrativos personales y, en suma, qué significó para mí verla. Para ello, haré un análisis detallado de las escenas clave de la película desde una perspectiva centrada en su aspecto fantástico, enmarcado en los patrones generales de un cuento de hadas, para así analizar cómo su narrativa se plantea y desarrolla como una historia de reencuentro con el otro y con uno mismo... O, mejor dicho, con la otra y con una misma.
Antes de empezar con esta tarea, sin embargo, conviene contextualizar la película. Efectivamente, se trató de un proyecto llevado a cabo de manera conjunta entre Pixar (productor) y Disney (distribuidor). Este dato es importante tenerlo en consideración debido a la larga e interesante tradición narrativa de Disney con las princesas. Y es que esta compañía ha ido desde el arquetipo más puro hasta el estereotipo más burdo, llegando recientemente a la subversión de patrones, acercándose así a un cuestionamiento de roles de género. En otras palabras, desde las princesas inocentes, frágiles y hermosas hasta las que sólo basan su identidad en su belleza física y su indefensión total de no contar con un varón que las ayude, para llegar finalmente a muchachas rebeldes y astutas que son capaces de encontrar su lugar en mundos llenos de reglas y prejuicios. De éstas últimas se pueden citar por lo menos dos: Rapunzel de Enredados y, con mucha más intensidad (y carisma), a Mulán, de la memorable película homónima.
Es en esta última fase donde debe situarse Mérida, la protagonista de Brave. Ahora, ¿qué pasa con la influencia de Pixar, más allá de los elementos y guiños obvios que se han convertido en sello personal de este estudio? A mi juicio, la mano de Pixar está en el riesgo narrativo de darle una vuelta de tuerca al modelo de «princesa rebelde rompe reglas y encuentra su destino», inicialmente subversivo y ahora no tan novedoso.
Uno de los escollos más complejos que tuvo que pasar Brave para salir a la luz fue el cambio de equipo. Brenda Chapman, creadora del personaje y directora original del proyecto, fue reemplazada por Mark Andrews y despedida de Pixar por «diferencias creativas». Considerando que el planteamiento de Brave se inspiró en la relación de Chapman con su hija, es de entender que un argumento tan personal como éste —y tan femenino, por si fuera poco— haya sufrido más de una pérdida a cargo de otra persona (además, un hombre). Y este cambio de voz efectivamente se nota a lo largo de la historia, la que sin embargo logra cerrarse de la manera más adecuada y mantenerse fiel a su visión original, como la propia creadora ha reconocido.
Como sea, esta dificultad añadida demuestra cuán complejo es abordar y analizar esta película sin caer en razonamientos que serían pertinentes sólo en caso de que el argumento hubiera estado a cargo de un solo par de manos. Aunar técnica (narrativa, claro) y sinceridad en una historia ajena bajo la presión de estar trabajando para una de las más orgánicas máquinas fabuladoras de nuestros tiempos como lo es Pixar, no debe ser tarea fácil. Y creo que, pese a todos los escollos del camino y los tropiezos —y esguinces— que estos produjeron, Brave salió estupendamente bien lograda. Ahora intentaré explicar por qué, haciendo un recorrido cronológico de algunos episodios de la película.
En un principio, la historia muestra cómo una pequeña Mérida ya exhibe una personalidad aventurera, la que es fomentada por su bonachón padre y tolerada por una madre que aún la considera aceptable por su corta edad. Transcurrido esta suerte de prólogo, comienza a desarrollarse el conflicto entre una Mérida mayor y Elinor, quien ahora estima que su hija está en edad de asumir roles distintos.
La actitud de la protagonista está hábilmente trazada desde los patrones de una adolescencia menos madura que lo habitual en este tipo de historias. Y es que Mérida, a diferencia de otros personajes del género —femeninos o no—, no ha tenido una vida especialmente complicada. Sus dificultades y peligrosos son las de todo el clan: roces políticos, protocolo y la amenaza de Mor’du, un feroz oso que le arrebató una pierna a su padre y que esconde un gran secreto. La familia de Mérida es disfuncional en el sentido en que casi las familias lo son, por la diversidad de los caracteres (la seriedad y responsabilidad de Elinor en balance con el desenfreno de los varones, el padre y los trillizos). Pero aquí no ha habido violencia significativa, ni tampoco guerras de consideración que estén a punto de destruir el mundo, o el mundo de los personajes.
Ante estas circunstancias, el origen de la naturaleza y los problemas de Mérida provienen de su interior antes que de algún elemento externo. La joven no ha tenido que aprender a usar el arco ni a montar a caballo para participar en una batalla como Mulán, por ejemplo: lo ha hecho simplemente porque disfruta hacerlo, porque estos actos, tan bélicos en otro contexto, son para ella a la vez una fuente de esparcimiento y de encuentro consigo misma.
Por otra parte, el conflicto que desencadena el argumento es un asunto tan doméstico y cercano como la incomprensión entre madre e hija, centrado ante todo en el desinterés de Mérida por la etiqueta y modales «femeninos» y la urgencia de Elinor por casarla con uno de los descendientes de los otros clanes. La famosa escena del arco, en que la pelirroja humilla a todos sus pretendientes con sus destrezas, no sólo permite conocer el carácter de la protagonista, sino también, implícitamente, las presiones sociales que su madre siente ante el ser mujer. En un mundo en donde los hombres parecen ser unos imbéciles bienintencionados que sólo saben luchar y festejar, son las mujeres quienes deben imponer el orden. Mérida es la primogénita de su clan y la hermana mayor de tres trillizos tan adorables como desastrosos: una gran responsabilidad cae automáticamente sobre sus hombros, porque debe suceder a Elinor en su difícil tarea. Para la madre, la actitud de su hija no supone tanto una muestra de rebeldía tolerable como una traición a los roles que le corresponderían, a su juicio, por naturaleza. Elinor parece sentir que Mérida está masculinizándose y que eso podría poner en peligro a su familia y a su gente, como lo demuestra la alusión a una antigua leyenda sobre la que habrá que volver más adelante; Mérida, en tanto, parece sentir que la figura autoritaria de su madre y sus reglas están —literalmente— encorsetándola y que eso podría poner en peligro su identidad personal y femenina.
Lo anterior está estupendamente condensado en una escena que muestra en paralelo los discursos que tanto Elinor como Merida pronuncian en voz alta, intentando adelantarse a lo que creen que diría la otra. La exclamación «¡Por qué no me escuchas!» se vuelve así una suerte de leiv motiv para el planteamiento inicial.
Esta base podrá parecerle ingenua y limitada a quien esté acostumbrado a las historias que narran desde los «grandes temas» y que espere que Mérida sea más madura que impulsiva, pero esa es precisamente una de las gracias de Brave: renunciar a esos «grandes temas» y optar por algo mucho más íntimo y, por lo mismo, complejo como lo son las relaciones humanas con alguien a quien queremos pero con quien diferimos en cuanto a visión de vida.
No cabe duda de que Mérida sería una estupenda guerrera a su modo, como lo demuestran sus escenas con el arco, pero aquí no hay enemigo contra el que luchar, al menos no de una forma convencional. En cierta forma, todo sería mucho más sencillo si lo hubiera. Pero aquí el elemento opositor es alguien a quien Mérida ama, y a quien no puede —ni quiere— destruir. Todas sus habilidades físicas quedan así anuladas para lograr su cometido, de modo que la impulsiva muchacha entra en una desesperación constante que la lleva a tomar una riesgosa decisión.
Y de esta forma tenemos que la aparentemente ruda y valiente Mérida recurre a la solución más cobarde: cambiar a su madre por medios sobrenaturales, ya que se ha visto imposibilitada para hacerlo con sus propios razonamientos. En ese sentido, la escena de la rajadura del tapiz familiar es, sin ningún ánimo de hacer juegos de palabras, desgarradora, remitiendo a las nociones de symballein y dyaballein griegas. El primer concepto designa a un objeto que se dividía y repartía entre dos personas. Si por azares del destino terminaban separándose muy lejos o por mucho tiempo, hasta el punto de volverlas casi irreconocibles, podían probar a juntar sus mitades del objeto. Si calzaban a la perfección, se reconocían como parte de un mismo mundo o familia. Esto tenía su contrapartida en el dyaballein, que designa el acto de establecer esta separación. En pocas palabras, ambas no son más que dos caras de una misma moneda, dependientes la una de la otra y sin una carga negativa de suyo: se necesita separar para reconocer, y sólo se puede reconocer una vez que se ha producido una ruptura.
Así, lo que podría interpretarse como un mero símbolo para representar la distancia que la protagonista ha elegido para liberarse se vuelve un hecho concreto, y es aquí en donde recordamos —si es que lo habíamos olvidado a pesar del maravilloso trabajo de Mundo Secundario basado en la Escocia celta— que estamos ante una historia de Fantasía.
El rol de la magia en Brave es interesantísimo y nada obvio, lo que quizá explica en parte las pésimas lecturas de este elemento que se le han hecho en algunas críticas. Brave sigue los patrones de los cuentos de hadas en su faceta más pura (y cruda), alejándose tajantemente de las versiones domesticadas, alegóricas y trufadas de moralejas que se han difundido para los niños. Aquí la magia no está presente como un factor mesiánico que salvará a los personajes a lo deux ex machina, pero tampoco como uno esencialmente perjudicial. La magia de Brave es indomable, natural en su acepción más salvaje. Es una magia que está atenta a los deseos de los humanos y que no tiene reparos en hacerlos realidad… siempre y cuando se pague el precio.
En el caso de Mérida, es por medio de los servicios mágicos de una bruja que accede a esta posibilidad. Previamente, en una referencia a la tradición fantástica, la joven ha llegado a la casa de la vieja guiada por unos fuegos fatuos: son sus propios anhelos los que los despiertan para conducirla a lo que ella busca. Pero… ¿es realmente lo que busca a fin de cuentas? Incluso en el guiño cómico del negocio de la bruja como una empresa más es posible comprender hasta qué punto estas vías son un catalizador de un poder arcano que más valdría no utilizar.
Y sin embargo, al aceptar los términos y condiciones del «producto», Mérida termina transformando a su madre justamente en el único ser que la joven podría concebir como su enemigo: un oso. La magia la ha oído mejor de lo que puede creerse: la cobardía de la protagonista ha preferido forzar a Elinor a adoptar una forma que ella sí pueda derrotar con sus habilidades actuales. Pero que Mérida haya caído en la cobardía no significa que ella en sí sea una cobarde, y ese será uno de los temas que Brave abordará en el núcleo de su narrativa, en lo que la chica intenta esconder y proteger a mamá-oso mientras busca una manera de devolverla a su estado normal cuanto antes, bajo riesgo de que Elinor pierda para siempre su mentalidad humana.
¿No era esa la forma más fácil de acabar con todo? Mérida estaría plenamente libre, pues su padre nunca ha demostrado mayor interés en casarla ni en someterla a determinados modelos de conducta. De hecho, al restaurar la identidad de su madre, ella se arriesga a someterse una vez más a lo que cree su yugo. Pero la pelirroja jamás se cuestiona estas cosas y decide hacerse cargo de su actos, asumiendo el cuidado de mamá-oso en un interesante cambio de roles, pues ahora ella es la que debe proteger y guiar a su progenitora y ésta, muy a su pesar, quien debe obedecerle.
Ahora es Elinor quien se ve arrojada a una dimensión tan salvaje que todo su protocolo parece inútil, debiendo aprender a familiarizarse con una forma de vida más natural, aunque sin ceder del todo su elegancia. En esta instancia es en donde comienza a acercarse al fin a su hija sin las barreras de la obligación social (en principio porque no le queda otra opción), hasta remontarse a esos días en los que ambas sí podían escucharse y entenderse.
Pero el precio que ha cobrado la magia es muy alto y el hechizo no ha de desvanecerse tan sencillamente. Y, como estamos en un cuento de hadas, la solución estará contenida en un brillante acertijo rimado: «Fate be changed, look inside. Mend the bond torn by pride». Versos tan simples como estos dan cuenta de cómo la Fantasía no puede entenderse de manera alegórica sino aplicable, pues el lazo está contenido en el tapiz que Mérida rajó en su desesperación. Sólo un acto concreto como unir sus costuras rotas (symballein) con el amor de una hija que ahora escucha y es escuchada, permitirá revertir el hechizo. El problema es que nadie más puede enterarse de lo que ha sucedido —y nadie más lo entendería, claro—, y Elinor se arriesga a convertirse no sólo en un oso salvaje común, sino en una entidad tan peligrosa como el propio Mor’du.
Éste, alguna vez el hijo mayor de un rey que prefirió dividir su reino entre todos sus vástagos antes que legárselo sólo a su primogénito, también solicitó la ayuda de la magia para conseguir lo que creía en su legítimo derecho. Como era de esperarse, la magia simplemente se limitó a entregarle lo que anhelaba al transformarlo en un oso sobrenatural, exigiendo como pago último el reino entero y su conciencia humana.
Este descubrimiento, que actúa como punto de inflexión en la historia, vuelve a anular la concepción de un enemigo externo al que enfrentarse. La naturaleza demoníaca de Mor’du no es sino consecuencia directa de sus acciones y decisiones, las que de hecho, y salvando lógicas distancias, no son tan distintas a las de la propia Mérida, con la salvedad de que ésta ha puesto en peligro a su madre en lugar de sí misma. De esta forma se tiene que lo que en principio se narró como una leyenda lejana es plenamente real en el universo de las protagonistas. Aún más: es a través de la experiencia de éstas que se logra acceder a la versión completa de la historia, uniendo un aspecto del legendarium (leyenda del reino caído) con uno de la vida cotidiana de esta Escocia fantástica (la amenaza del oso demoníaco).
Es quizá en este trance que Mérida logra comprender hasta qué punto la magia puede ser peligrosa en la medida en que se limita a conceder deseos sin dedicarse a juzgarlos, siendo éste el deber de quien desea. La magia es un poder puro, capaz de hacer tanto bien como mal, como lo demuestra el riesgo de que Elinor puede convertirse en el siguiente Mor'du, pudiendo incluso llegar a atacar a su propia familia, y todo a causa de la irresponsabilidad de la joven.
Entre las múltiples peripecias a las que se ven sometidas ambas protagonistas mientras intentan deshacer el hechizo, destaca una escena en particular que permite apreciar el reverso de este encuentro entre madre e hija: el discurso de Mérida ante los varones. Demasiado ocupada en mantener oculta a mamá-oso, la pelirroja termina encontrándose de pronto con que los clanes están a punto de trenzarse en guerra debido a su imposibilidad para ponerse de acuerdo tras la renuncia de Mérida de elegir casarse con uno de los descendientes. Se trata de una situación que recuerda a la de la leyenda y que la joven no puede combatir con sus destrezas físicas, pues entonces se volvería una más de ellos. Sin embargo, aún queda un recurso a considerar: la diplomacia de su madre. Es así como Mérida se ve orillada a hacer uso de aquello de lo que alguna vez abjuró: la etiqueta de «señorita». Más allá de comprender que esta conducta puede ser de extrema utilidad, la experiencia le sirve a la protagonista para entender parte de la verdadera fuerza de su progenitora. Es decir, de pronto descubre que Elinor no es sólo una madre cargante, sino una reina que está consciente que la palabra puede ser tanto o más poderosa que el hacha... o el arco. Y así como Mérida ha guiado a mamá-oso a acostumbrarse a esta nueva fase, la transmutada Elinor, a pesar de su aspecto, logra gesticular para guiar a su niña. En otras palabras, madre e hija se han demostrado mutuamente el valor de sus sendas fortalezas y ambas han conseguido aprender la una de la otra.
Pero, Fantasía al fin y al cabo, existe una última prueba que debe superarse antes de llegar a la redención final, que no es sino un nuevo comienzo. Y esta prueba es, curiosamente, un enfrentamiento múltiple, tan físico como sicológico. Méida debe, por un lado, enfrentarse físicamente a Mor'du para proteger a sus seres queridos y los clanes reunidos; por otro, debe enfrentarse a su propio padre, quien confunde a mamá-oso con el oso demoníaco. Por último, debe enfrentarse a sí misma, para lograr mantener la calma y la firmeza necesarias para terminar de enmendar el tapiz y no desesperar ante la posibilidad de que todo su mundo —su gente, su familia, sus deseos— se desmorone.
Ahora, éste no es sólo el conflicto de Mérida, lo que confirma que ella no es la única protagonista y que ésta no es una historia de una princesa valiente, sino del reencuentro entre una madre y su hija. La propia Elinor debe luchar también contra la naturaleza bestial que intenta anular su identidad de mujer y de madre... y lo consigue finalmente uniendo ambas al arrojarse salvajemente contra Mor'du para proteger a Mérida: es el instinto materno en las garras de una bestia. Esta fusión da cuenta de cómo lo que puede parecer en principio totalmente opuesto puede unirse armónicamente por un fin más importante, ¿y qué más importante para una madre que defender a su hija?
Este clímax permite resolver con desenvoltura lo que hasta entonces seguía anudado, devolviendo a Elinor a su forma humana tras la reparación del tapiz y liberando el espíritu de Mor'du a través de otra sutil referencia: la caída de uno de los menhires de lo que parece ser una recreación de Stonehenge. Es así como, finalmente, la historia entra hacia su desenlace, con el postergado (re)encuentro entre Mérida y Elinor.
Aparentemente, da la impresión de que una historia así podría haberse desarrollado en un entorno cotidiano, pero en esta oportunidad todo se potencia extraordinariamente a través de la Fantasía y los códigos del cuento de hadas original. Las protagonistas aprenden a valorar las consecuencias de sus actos a través de la intervención de la magia, que abre una vía sobrenatural por la que ambas consiguen caminar hasta irse a la par tras asumir errores y sacrificios.
Lo anterior se aprecia perfectamente en las escenas finales, en las que se distingue un nuevo tapiz, esta vez con la representación de un oso, que viene a simbolizar esta nueva unión entre madre e hija a través de la tradición mágica. Que Merida aparezca feliz cabalgando al lado de su madre y que ésta exhiba su pelo libre al viento no es más que una expresión visible de la entrega que ambas han sabido darse la una a la otra.
Para concluir, en cuanto a personaje protagónico, Mérida no es Mulán, por ejemplo, ni es la idea que lo sea. No son esos los códigos de lectura que Brave necesita para su narrativa. De hecho, incluso podría sostenerse que es la propia Elinor quien llega a demostrar un mayor crecimiento, si no fuera porque, como hemos visto en este análisis, esta es una historia con una dupla protagónica.
La pelirroja no trae ni una espada ni un hombre a casa porque ninguna de las dos cosas son necesarias. A cambio, trae algo mucho más importante: su reafirmada identidad como mujer y como hija, comprendiendo junto a Elinor que no se tiene por qué transar la esencia de cada cosa cuando hay una verdadera voluntad de entender al otro a pesar de sus diferencias.
Y en eso reside, precisamente, el enigma del título de la película, Brave (Valiente en Latinoamérica e Indomable en España, en una horrorosa traducción-traición). Mérida no es valiente porque no quiera casarse y se enfrente a caballo a osos u otras criaturas, ni tampoco Elinor lo es teniendo que hacerse cargo de la regencia de su clan. La valentía de esta historia yace en aceptar que la decisión de cambiar el propio destino pasa por mirar nuestro interior en busca de lo que conecta en lugar de separar, porque sólo desde esta unión —el amor— será posible acceder al verdadero y único coraje: el de una mujer.
6 comentarios
Puta, ¡qué buena columna, Paula!
ResponderEliminarAl fin alguien le puso la cola al burro en toda la discusión (estúpida) acerca de las cualidades (o falta de ellas) de Brave.
Lo mejor de tu lectura es, sin duda, la potencia con que hilas los distintos elementos textuales de la historia en un sólo gran argumento que, desde mi posición, se ve difícil de rebatir.
Felicitaciones y a seguir escribiendo con esta pasión acerca de lo que te gusta ;)
¡Saludos!
F.
Gracias por tus palabras, Felipe.
ResponderEliminarHasta ahora, las únicas discusiones serias que he tenido sobre Brave han sido desde puntos de vista meramente estructurales, en el sentido de su estructura fílmica. Ahora, como yo aquí no lo abordé desde esa óptica (ni podría hacerlo, dado mi nulo conocimiento de esa área), no me afecta en lo más mínimo :)
Al final, con Brave me pasó que la vi y la disfruté con esa sensación que toda buena Fantasía me deja: ¡¡qué ganas de haber escrito yo esa historia!! :D
Y bueno, además de estos artículos, sigo intentando escribir historias con la esperanza de que, algún día, provoquen en alguien lo mismo que éstas provocan en mí.
Saludos y gracias por pasar y comentar.
Paula.
Bueno, creo que tuvimos una charla muy extensa sobre la magia de enlace o re-significación, así que me guardaré los comentarios específicos al respecto.
ResponderEliminarEn lo personal, creo que los críticos se equivocan medio a medio cuando dicen que el mayor lastre del filme es el ritmo. Si bien la película se siente diferente (tomando como punto de referencia la típica historia de aventuras con un patrón predeterminado) me parece que la disimilitud se produce por un conflicto de expectativas y no por un error de la narrativa en si. Es posible que el grueso de los espectadores y los críticos hayan estado esperando una historia macro cósmica. Brave como lo dejas muy en claro en tu columna, es todo lo contrario a eso. Un drama a escala doméstica, con todo lo que eso significa, ambientado en un mundo de fantasía perfectamente coherente y colorido (en todos los sentidos posibles)
Glad to be here again.
Emilio
Bienvenido de nuevo~
Eliminarc:
Valiente me parece una buenapelículade animación, pues habla de las historias de princesas pero en un tono diferente a como soliamos conocerlo. Aunque hay quienes dicen que no es de los mejores trabajos de Pixar yo sí creo que es un muy buena película, que debe recomendarse.
ResponderEliminarEn realidad, creo que Brave hablaba de muchas más cosas que sólo de historias de princesas, como insistí en la columna, aunque concuerdo que la diferencia de tono respecto a otras películas similares ayudó a que fuera valorada de manera especial.
EliminarYo creo que su mayor mérito es abordar con sinceridad un tema tan complejo como la relación entre madre e hija bajo un contexto de imposiciones sociales y discrepancias naturales, y en la que la Fantasía permite reestablecer la unión perdida. Si la recomiendo, es justamente usando esas palabras, más que aludiendo en sí a la rebeldía de Merida como princesa, que puede ser acusada de ser poco novedosa y relevante para un conocedor de la trayectoria más reciente de Disney.