Opiniones: Cuando la Fantasía no salva el mundo, sino tu mundo

4/24/2013

Se suele creer que la Fantasía debería siempre contar temas importantes como la salvación del mundo. ¿Pero no es más importante salvarnos a nosotros mismos primero? Aquí reflexiono sobre la naturaleza y relevancia de la Fantasía, cuando ya no existen ni épica ni héroes.

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A partir de unas discusiones que se generaron en un grupo de Facebook en el que difundí mi cuento "El peso de la magia" en Fantasía Austral, y a partir del interesante artículo "Not saving the world? How does that even work?" de Jo Walton en Tor, me decidí a desarrollar algunas reflexiones bastante erráticas ante un tema que muchos consideran sinónimo de toda Fantasía: la necesidad de salvar el mundo.


Walton sostiene que Tolkien fue uno de los pioneros en enraizar esa concepción en la mente de sus lectores a través de la épica guerra que se desata entre la resistencia de las razas de la Tierra Media contra las huestes de Sauron y sus esbirros, todo por la posesión del Anillo. Aparentemente, en manifestaciones anteriores de la Fantasía como los cuentos de hadas, la pugna estaba dada por elementos mucho menos trascendentes que el destino del mundo y la humanidad, tratándose en su lugar de conflictos más personales o localizados.

Es fácil aventurar que la masiva difusión del trabajo de Tolkien, acercando a sus obras a gente con escaso conocimiento o aun interés en la Fantasía en general, fue una de las responsables en establecer la salvación del mundo como temática inseparable del género. Sin embargo, hay que hacer hincapié en este aspecto: masiva difusión. Tolkien sentó las bases y el imaginario de buena parte de la Fantasía moderna, pero la enorme complejidad y alcances interpretativos de sus trabajos terminaron finalmente consiguiendo que muchos lectores se quedaran estancados en los aspectos más superficiales, o bien, en los más llamativos. No hay mejor forma para ejemplificar este caso que con una imagen recurrente: el brillo de las espadas. Para muchos, El Señor de los Anillos es una obra que destaca ante todo por la epicidad de sus batallas, alcanzada por el balance entre la dimensión heroica y la caótica de los bandos enfrentados, y por la pericia narrativa de Tolkien al momento de describirlas. Para otros, lo más importante es la lucha interna que acarrea Frodo en su conversión desde un simple hobbit hasta el principal salvador de la Tierra Media, con la inestimable ayuda de su fiel compañero Sam.

Acaso este equilibrio entre lo majestuoso y lo focalizado, por llamarlo de alguna forma, sea uno de los aspectos que más podría llamar la atención de la obra más valorada de Tolkien, pues desde dos frentes de batalla (uno principalmente físico y otro principalmente espiritual, cómo podría sintetizarse de una manera bastante pedestre) se libra la lucha definitiva para la salvación de la Tierra Media, al menos en lo que a respecta a la Tercera Edad, de por sí decadente en relación a las Eras anteriores.

Sin duda que este planteamiento ha sido uno de los innumerables referentes que varios autores, aspirantes o profesionales, han adoptado como inspiración para sus propias obras. Sin embargo, en muchos de los casos en los que se desarrolla un conflicto que amenaza la armonía -o derechamente la existencia- del Mundo Secundario de turno, no se consigue un efecto que roce siquiera la empatía y conmoción que los lectores solemos sentir cada vez que releemos tanto el choque de los ejércitos como el desfallecimiento moral de Frodo. Por supuesto, esta situación puede deberse a gran cantidad de factores, contándose entre los más lógicos el nivel estilístico y literario alcanzado por Tolkien en su obra cúlmine, ante el cual es natural que muchos trabajos posteriores palidezcan. Pero existe un factor mucho más específico y que está estrechamente relacionado con la construcción del Mundo Secundario.

En pocas palabras, podemos llegar a conmovernos y a sentirnos totalmente inmersos en las detalladas contiendas de ESDLA no sólo porque estén bien escritas por sí solas, sino porque conocemos la vida en la Tierra Media y nos aflige la posibilidad de que esté a punto de caer en el dominio de Sauron. Nos imaginamos, como la Comunidad, a los pobres y sencillos hobbits trabajando para el Enemigo y no podemos impedir un estremecimiento, por citar sólo un ejemplo.

Todo esto hace que la Tierra Media cobre una consistencia particular como Mundo Secundario y que, por lo mismo, sea un universo que vale la pena ser salvado de la destrucción. ¿Cómo podríamos sentir lo mismo ante entornos que ni siquiera podrían ser considerados como espacios por la pobreza genérica de su construcción narrativa? Pueden mencionarnos a cada página lo horrible que sería que ese universo cayera bajo la sombra del poder maligno de turno, pero si la historia misma no nos enseña qué es lo que perderíamos en esto con la sinceridad y la pasión requeridas, de nada servirá. Los autores, especialmente los de Fantasía, deben mostrarle al lector sus mundos y trazar sus siluetas con sus palabras, no limitarse a contar que existen y usar el lenguaje sólo para describir que son de tal y tal forma.

Pero no sólo importa aquí qué es lo que ha de salvarse, sino también quién ha de hacerlo. En esta caso, podría sostenerse que con el concepto de "héroe" acuñado por Joseph Campbell sucedió un fenómeno similar a la recepción de la obra de Tolkien: ambos glosaron y recrearon a su manera algo que yacía en el imaginario colectivo o en la tradición estética, pero sus trabajos alcanzaron tal grado de difusión que las lecturas terminaron por acumularse más en términos de cantidad que de calidad y profundidad. En su libro El héroe de las mil caras, a muy grandes rasgos, Campbell se dedica a converger la narrativa que diversas mitologías del mundo compartían, en un intento por entregar un patrón en varias etapas que pudiese dar cuenta de manera sistemática del desarrollo del héroe arquetípico.

El problema que surgió a partir de este trabajo es que muchos malinterpretaron su sentido y comenzaron a emplearlo como modelo de interpretación o, peor aún, de escritura para sus propias obras de Fantasía, basándose en las experiencias de sus protagonistas. Esto sólo consiguió redundar la sensación genérica de estos proyectos, pues forzar de manera intencionada estructuras tan arquetípicas como aquéllas sin reelaboración alguna sustrae a la historia de parte de su esencia: su capacidad para valerse de la inventiva y experiencia personales.

Pero, por si fuera poco, además de generarse lecturas de escasa profundidad de estos y otros referentes relevantes para la Fantasía tal y como la podemos entender hoy, éstas se han transformado a su vez en referentes para muchos lectores y aspirantes a autores, así como para gente respetablemente desinteresada de la Fantasía como forma de vida. Y ese es uno de los principales problemas al respecto: el imaginario fantástico se ha degradado muchísimo en nuestro contexto sociocultural. Donde antes había universos autónomos, con sus propias razas, tradiciones y hasta idiomas lingüísticamente válidos, y en los que cada hoja de cada árbol danzaba ante la brisa de nuestros ojos leyendo cada línea, ahora pareciera no haber más que descripciones rebuscadas y empalagosas que acumulan palabra tras palabra y ninguna visión. Donde antes había protagonistas arrojados a una aventura o misión que los ayudaba a convertirse en quienes de verdad eran tras pulir sus sedimentos internos, ahora pareciera haber sólo nobles y apuestos caballeros, que por milagro no son azules, pero que suelen usar capas tan largas como vestidos de novia y siempre -siempre- vencen en toda lucha. Caballeros que tienen todo claro en la cabeza y en el pecho, que nunca se cuestionan sus decisiones ni acciones ni sentido ético, que jamás llegan a comprender que una espada pesa por su hoja y por la sangre que ésta ha embebido. Que son capaces de sentir sin remordimiento o peso moral alguno que vale la pena sacrificar a una "mujer de mal vivir" por un bien común, con tal de salvar un mundo de cartón en el que viven también seres humanos ("ciudadanos") tan de cartón como su propia configuración narrativa.

Pero no estamos ya en tiempos de héroes, al menos no de esos héroes que son incapaces hasta de salvarse a sí mismos de la mediocridad con la que sus propios autores los han creado.

En un mundo y una época como éstos, donde las grandes verdades y dogmas se han derrumbado y donde el ser humano está cada vez más amenazado en su integridad como tal, es imposible soportar una historia que pretende entregar respuestas empaquetadas a preguntas que desbordan todo lenguaje. Más aún considerando que la literatura sólo entrega interrogantes, jamás soluciones. ¿Cuál es el sentido de leer historias de mundos inexistentes y con conflictos inexistentes? El realismo, al menos, ha sabido mantenerse fuera del cuestionamiento general a pesar de su ficcionalidad, pues sigue siendo un espejo en donde ver nuestro rostro de todos los días. Y sin embargo, uno de los sentidos de la Fantasía es mostrarnos -o recordarnos- que existe una expresión distinta a esa legañosa y cansada que debemos asear y arreglar cada mañana para dar una buena impresión a la sociedad. Da igual que sea una más luminosa o más sombría: se trata de una insinuación -una Esperanza, se diría- del verdadero potencial del espíritu humano, que lo mismo puede ser sublime o siniestro.

Esto es, quizá, uno de los aspectos más graves que el fándom de la Fantasía ha pasado por alto. ¿Alguien recuerda el paso de Tolkien por la Primera Guerra Mundial? El Profesor pudo sostener en el papel el enfrentamiento por el destino de la Tierra Media porque conocía la experiencia de estar en un campo de batalla, y a pesar de ello no abrazó el nihilismo ni el cinismo como opción, a diferencia de otros autores que también pasaron por la trinchera. Por el contrario, alcanzó una esperanza tan redentora como melancólica que terminó convirtiéndose, con el tiempo, en la esencia misma de la Fantasía moderna en su acepción más tradicional: la eucatástrofe.

Por supuesto, la posibilidad de participar en una guerra de esta envergadura es casi imposible hoy en día (afortunadamente). ¿Cómo escribir entonces desde esta experiencia? Más problemático resulta preguntarse si es necesario conocer una experiencia de vida para escribir de ella, si la literatura es ficción. Y esto, a su vez, podría abarcar un nuevo cuestionamiento: ¿Cómo escribir Fantasía si el Mundo Secundario, por definición, es una realidad autónoma que no tiene cabida en la nuestra, más que a través de la imaginación?

Ese es otro de los aspectos que se suele pasar por alto en este género. Que sea fantasía no significa que se narre sucesos o experiencias inaprensibles o delirantes para lo que entendemos por realidad. Aunque escribamos de elfos, enanos o cualquier otro tipo de raza, al final siempre estaremos trabajando con la siquis humana, porque es la única que (mal)conocemos. La Fantasía, de hecho, al prescindir de los referentes reales y al tener que construir sin ellos la interioridad de sus personajes, tiene el potencial de desarrollar con mucha más intensidad los pensamientos y emociones de los seres humanos, permitiendo develar su naturaleza y los alcances de ésta de una manera muy nítida.

Por lo tanto, se podría concluir que la experiencia siempre es necesaria al momento de recrearla a palabras ficcionales, pero el traspaso se debe llevar a cabo teniendo en cuenta la esencia de lo que aquélla nos produce. En otras palabras, es imposible escribir desde la experiencia de ver un dragón, porque los dragones no existen (al menos en el discurso oficial), pero sí desde lo que podríamos sentir al ver uno

¿Cómo podría solucionarse esa distancia sin recurrir a torpes alegorías o simbolismos? Creo que una posibilidad es mantener la sinceridad de la imaginación, no concibiéndola como un mecanismo escapista ni una ñoñería o puerilidad, sino como aquella parte de nuestra humanidad que nos permite acceder a nuevas dimensiones de existencia. Es decir, retomando el ejemplo anterior, intentando recrear de la manera más honesta posible cómo podríamos sentirnos ante un dragón, uno que no resiste a ser reducido a una representación de nuestros temores. Un dragón: tan simple y tan complejo como eso. Y a la fascinación o estupor esperados, sumarle tanto la tradición de esta criatura en tanto bestia fantástica como las sensaciones desprendidas de la configuración particular del Mundo Secundario en donde aparece. 

Básicamente, se trata de que la Fantasía tenga tanta consistencia como la realidad que conocemos, porque en efecto es otra realidad. Eso implica que nada sea gratuito y que cada historia sea un campo tan florido de esperanzas como de tragedias, pero de verdaderas esperanzas y tragedias. ¿Entra la salvación del mundo en todo esto? Sí, puede hacerlo, en la medida que sea un mundo que conozcamos y que importe tanto a personajes como a lectores, como sucede en cada obra de Fantasía bien escrita que aborde el tema, desde -y antes- de Tolkien en adelante. 

Pero, sobre todo, en la medida en que los protagonistas estén conscientes de que deben salvarse primero a ellos mismos antes de hacerlo con todos los seres vivientes de ese universo. ¿Cómo puedes salvar algo si no eres más que un personaje plano, que nada más empezar la historia posees un sinfín de habilidades y certezas que jamás son cuestionadas ni partidas en pedazos? ¿Cómo comprender lo que significa luchar por la vida, tan cambiante en su flujo natural, si eres incapaz de rehacerte a ti mismo desde esos mismos pedazos, sea positiva o negativamente? Puede que incluso, como de hecho sucede en la propia trilogía de Tolkien, el mundo que se termina salvando es uno en el que ya no puedes seguir viviendo, porque las experiencias vividas te han modelado en un ser que ya no es compatible con ese universo.

Porque el solo hecho de existir en un mundo que respira tiene que herirte de alguna forma, o al menos mancharte las manos de barro. La pregunta de rigor debiera ser si luego de ver la sangre que mana de esa herida y la suciedad entre las uñas aún deseas salvar el entorno que te hirió y manchó. Y, naturalmente, tienes que detener primero tu propia hemorragia y limpiarte tu propio cuerpo antes de pretender hacer algo, ya sea intentar que los cortes de la vida sean menos dolorosos y el barro menos espeso, o sanar los cortes y limpiar las manchas de los demás.

Personalmente, no me podría importar menos la salvación del mundo como tema narrativo para mis propias obras. Me interesan mucho más los conflictos específicos que puedan desarrollar mis personajes mientras intentan hacerse un lugar en estos mundos. Quizá, en lo que ellos logran reconciliarse con su interioridad, puedan mirar al exterior y comprometerse con lo que vean, pero lo más probable es que esto se asuma como el resultado de un largo proceso antes que como un objetivo principal trazado de antemano. Es lo que me parece más sincero, pues es lo que yo intento hacer en mi propia existencia, desde que elegí la Fantasía no sólo como manifestación literaria favorita, sino como forma de vida.

¿Salva la Fantasía el mundo? Tengo mis dudas. La Fantasía no llega a cuestionar con la suficiente inmediatez los conflictos políticos, bélicos y ecológicos que, entre otros, están acabando con él. Seguramente podremos invocar el nombre del más fiero de los dragones o del conjuro más poderoso y no lograremos detener una bomba atómica ni una ola gigantesca (aunque tendremos una muerte espectacular). Y sin embargo, la Fantasía ha salvado la vida individual de muchas personas, tanto física como espiritual. Ha salvado el mundo y la concepción de mundo de estas personas, haciéndoles redescubrir el potencial de su humanidad y sentir que su destino puede ser una "buena catástrofe" y no necesariamente una azarosa aniquilación nihilista

En definitiva, la Fantasía salva el único mundo que importa: el nuestro. Y es el único que importa porque contiene en su interior un sinfín de otros mundos posibles que a la vez se conectan con los de otras personas, acaso la única forma de comunicación humana posible. Mundos donde, quizá, existan dragones que podamos contemplar con los ojos cargados de temor y maravilla.

Puedes leer un interesante artículo de Gerardo Sanhueza en Fantasía Austral sobre el Realismo Sucio y la Fantasía que dialoga en muchos puntos con el mío aquí.

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6 comentarios

  1. ¡Que buena entrada!
    Me encantó eso de "forma de vida".

    ¡Abrazos!

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    1. Pues el principal motivo por el que aún estoy escribiendo textos como estos y no chupando gladiolos es por la Fantasía c:

      Gracias por pasar; abrazos de vuelta :D

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  2. Yo diría que lo que hace la fantasía cuando se postula eso de "salvar el mundo" es impedir que las cosas sean peores y salir de la prueba (heroe) mejor que como comenzó, por eso al final la salvación siempre termina en una redención personal.

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    1. Ese es un excelente punto a considerar, el problema es que en muchas de las historias que se escriben -y aun en las que se publican- hoy en día siento que este proceso no se aprecia porque el mundo es de cartón piedra y los héroes lo son desde la primer página hasta la última.

      Además, confieso que me quedé un poco pegada con Frodo. No creo que él se redima al final de ESDLA, más bien termina renunciando a la Comarca, que salvó para otros y no para sí mismo. Está satisfecho de alguna forma, pero sin duda no de una que insinúe plenitud. La vida nos destroza a medida que la vivimos, siendo la gracia elegir cómo lo hace y qué haremos con ese desgaste, y siento que mi Fantasía favorita es la que se escribe desde ese dolor.

      ¡Saludos, Malena! :D

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    2. Estaba pensando en las novelas bélicas, uno tiene esa misma sensación de que al final lo único que ha conseguido el héroe es salir con vida y que ya eso es mucho

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  3. ¡Qué buena entrada, Paula!

    Definitivamente, éste es el tipo de cuestionamientos que la Fantasía tiene que hacerse en el 2013: ¿qué mierda hacemos contando ese mismo relato heroico una y otra vez, sin sinceridad ninguna ni acercamiento desde nuestra propia experiencia?

    Creo que este artículo —junto con el de Gerardo en Fantasía Austral— son buenos cimientos para comenzar a discutir acerca del Zeitgeist y futuro de la Fantasía como género literario y, por qué no, como forma de vida.

    Saludos cordiales,

    F.

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