Hace unos años, se realizó una convocatoria abierta para el envío de artículos académicos sobre literatura infantil y juvenil. La entidad que organizó la convocatoria era el colectivo CiEL Chile (acrónimo de Centro de Investigación y Estudios Literarios), nacido por la iniciativa personal de un grupo de doctorandas de la Universidad de Chile que compartían su interés por el estudio estético de la LIJ, campo que rara vez se abordaba en Chile debido a la predominancia de los enfoques educativos y de fomento lector.
Interesada por el énfasis en aquélla mirada, tan necesaria para mí tras mi paso por el Diplomado en Literatura Infantil y Juvenil y Fomento Lector de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), indagué en las bases de la convocatoria para considerar mi participación. Recuerdo que su lectura fue en su momento motivo de discusión con algunas integrantes de CiEL debido a su restricción, pues sólo aceptarían propuestas que se ciñeran a literatura hispanoamericana. Por supuesto que mi intención inicial era trabajar con algunos de los autores de los que más he disfrutado sus obras de Fantasía, y por supuesto que todos los nombres que barajaba eran angloparlantes. Me sentí frustrada: ¿es que nunca podría trabajar en mi propio país con la literatura que amaba? ¿No era nuestra aproximación latinoamericana relevante también en el estudio especializado de obras extranjeras, e incluso necesaria, por la ausencia reiterada de rigor toda vez que un académico hispanoamericano trata de hablar de ellas?
- 9/13/2016
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