[...] ¿Y quién es usted, que no cree en los cuentos de hadas? Es mucho más fácil creer en Barba Azul que creer en usted. Una barba azul es una desventura. Pero hay otras corbatas verdes que son un pecado. Es muchísimo más hacedero creer en un millón de cuentos de hadas que creer en un hombre al que no le gustan los cuentos de hadas. Yo besaría a Grimm en lugar de besar la Biblia para jurar por todos sus cuentos como si fueran treinta y nueve artículos, antes que decir en serio y con el corazón en la mano que puede existir un hombre como usted; que usted no es una tentación del diablo, o algún embrujamiento brotado del vacío. Observe estas sencillas, hogareñas, prácticas palabras: "La abuela del dragón". Esto está bien; esto esta dentro del orden; esto es racional casi hasta la linde del racionalismo. Si hubo un dragón, hubo de tener una abuela. Pero usted, ¡usted no tiene abuela!, si la tuviese le hubiera enseñado a amar los cuentos de hadas. Usted no tiene padre, usted no tiene madre; no puede haber causas naturales que puedan explicar su existencia. Usted no puede existir. Yo creo muchas cosas que no he visto. Pero de cosas tales como usted puede decirse: ¡bienaventurados los que vieron y no creyeron!
[...] ¡En el hombre de Dios y de la democracia y de "La abuela del dragón" y en nombre de todas las cosas buenas, te conmino a huir y no volver a frecuentar esta casa!
Fuese o no efectivo resultado del exorcismo, lo cierto es que se marchó definitivamente.
[Fragmento de "La abuela del dragón", G.K. Chesterton. En Enormes minucias]
- 9/11/2019
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